El padre Antoñete, de Jerez

30-07-2008.
Dedicado a Pedro Tapia y a Manuel Verdera,
dos grandes amigos, paisanos del padre Antoñete.
El día de la Virgen del Carmen, excelsa patrona de los hombres del mar, el Presidente Zapatero echó mano de su imaginación ‑muy fecunda, por cierto‑ para comparar nuestra economía con un barco que surca los mares, firme y seguro, gobernado por él. En loable intento de trasmitirnos confianza, dijo también que nadie sube a un barco si vislumbra dudas o impericia en el capitán.

Le faltó aclarar, en mi opinión, si navegamos en un trasatlántico, en un crucero turístico de esos que en verano recorren la costa “a toda leche” ‑como diría el eximio orador, señor Labordeta‑ o en un velero bergantín como “El Temido” de la “Canción del pirata”.
Al Presidente Zapatero, al que adornan tantos dones, en esta ocasión no le acompañó el de la oportunidad. Nada hubiera pasado si dice lo dicho, hace un par de meses o espera otros dos para decirlo; pero, sencillamente, no era el día. Y no lo era, porque, además de celebrarse la festividad de las gentes del mar, en esa fecha se fue a pique ‑sigo con la metáfora‑ la mayor empresa promotora de viviendas de la Nación ‑el Titanic de las inmobiliarias‑, dejando a la deriva a miles de familias presas del pánico, luchando por aferrarse al madero que les permita salvar del naufragio sus trabajos y sus casas.
Para completar el cuadro, leo en la prensa que el número de infortunados que diariamente arriban a las oficinas del INEM es preocupante; que la Bolsa está marcando mínimos históricos; y que, al parecer, algunas Cajas de Ahorro no atraviesan su mejor momento. Finalmente, lo más alarmante: se dice que lo peor está por llegar.
Continuando con la imaginativa alegoría, parece claro que la calma de los últimos años ha desaparecido. El barómetro está bajando bruscamente y el horizonte se torna negro y amenazante. Las maniobras que adopta el capitán no parecen las más eficaces y las que podrían serlo no se adoptan. ¿Qué hacer en estos casos?
Según las gentes del mar, cuando el viento arrecia, la mar ruge, las olas barren la cubierta y la visibilidad es escasa o nula, lo mejor es enfilar la proa al temporal, con la máquina suficiente para gobernar la nave, y aguantar el embate hasta que el tiempo amaine y se pueda navegar sin riesgos. A esto se llama “capear el temporal”. Es la maniobra más eficaz y menos peligrosa. O sea, que en los momentos difíciles, tanto en mar como en tierra, lo más recomendable es afrontar las dificultades, llamar a las cosas por su nombre ‑trasvases a los trasvases, paro al paro, crisis a la crisis, inflación a la inflación, pisos a los pisos…‑ y tener la valentía de aguantar el timón hasta que la calma vuelva a reinar de nuevo.
Hay otra maniobra a la que los marineros llaman “correr el temporal” y que califican de suicida. Consiste en dar la popa al tiempo, soportar las embestidas del viento y las olas, en la parte posterior del navío y dejar que éste, sin gobierno, navegue a su suerte, rumbo al desastre. En este caso, el destino de la tripulación será incierto y preocupante. Es decir que, tanto en mar como en tierra, negar la evidencia, o sea, llamar a los trasvases, aportaciones puntuales de agua; a la crisis, desaceleración de la economía; a los minipisos, soluciones habitacionales; a los parados, personas que se apuntan al desempleo; hacernos creer que con el dinero que hay se podrán pagar el paro y las pensiones “sine die”, que la culpa de la inflación sólo se debe al precio del petróleo y que la recuperación está a la vuelta de la esquina, a mi modo de ver, es dar la espalda a la realidad y viajar por una ruta dudosa e insegura.
Cuenta don Pío Baroja, en sus memorias, la historia del padre Antoñete, un curilla de Jerez que se embarcó, rumbo a Filipinas, con un viejo capitán de barco, nacido en San Sebastián. Durante la travesía, el padre Antoñete oyó decir a uno de los marineros que, cuando la tripulación se dedicaba a maldecir y blasfemar, era señal de que no había peligro inmediato; pero si los marineros empezaban a rezar y a acordarse de la Virgen y de los Santos, entonces había que pensar que la situación era grave y desesperada.
Yo, cuando escucho a la gente quejarse de la subida de las hipotecas, protestar por la inflación, lamentarse del derrumbamiento de las inmobiliarias, vociferar por el precio del petróleo y maldecir por el encarecimiento de la cesta de la compra ‑siguiendo las recomendaciones del señor Presidente‑ permanezco tranquilo y hago como el padre Antoñete de Jerez, cuando oía maldecir a los marineros. Elevo los ojos al cielo y digo en voz baja:
—¡Alabado sea el Señor! De momento, todo marcha bien.
San Pol de Mar, 18 de julio de 2008.
 

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