24-05-2008.
xxix
ESPERAN QUE SE ABRAN LOS CIELOS como un granado y sobre ellas
caigan gotas de fuego, rosas escarlatas que adornen sus
espesas cabelleras de café. Las mujeres, con los años, han
descubierto el placer del tacto del olvido
y de las joyas del silencio sobre su piel azul zafiro.
Siempre, más tarde o más temprano, en el lado opaco
del corazón, la sangre se detiene como un navío al llegar
a un puerto. Ambiguas como ángeles, como serpientes
del paraíso, no sienten ya la música dentro de sus venas
ni la pasión del seco oleaje de los brazos de los hombres. Saben
que han gastado el perfume de la vida y acaban
por maldecir ese aroma que se pudre como una manzana mordida
por los mirlos. Aguardan, sentadas bajo una marejada
de olambrillas, a que pasen los hombres para decirles: «viejo
amigo mío, regresemos a casa y encendamos la luz…».