Por Manuel Jurado López.
XVI
El sol, en su caída,
hundía sobre el mar
su castillo de fuegos
-¡cuanta luz roja!-,
la piel de mil naranjas
y un derrame violáceo
de cuerpo de doncella.
Contemplar el ocaso
con el alma gastada
de tanta soledad…
De espaldas, la marea
devuelve el misterioso
rumor de los colores
y la noche se anuncia
con sus roncas trompetas.
XVII
No esperes más milagros
que la luz en la arena,
el aire transformado en un tejido
flotante y luminoso.
La isla, a la deriva,
nos aleja del mundo
teñido de escarlata.
XVIII
Si siente el pez
el peso de las olas
tu lengua lo rescata.
El olor de las algas
trae noticias:
la piel de los ahogados.
XIX
Las islas, rodeadas
de animales marinos,
de ulises, argonautas
y temblorosas naves
cargadas de silencio,
flotan sobre las nubes
que el espejo del mar
ha reflejado.
XX
Pensándolo mejor,
todo entusiasmo nace
de la intensa lujuria de las olas,
de su bravo insistir
sobre un cuerpo de arena.
Nunca se cansa el mar
de morder los tobillos
de los sueños feroces.