Por Jesús Ferrer Criado.
Es un acertijo francés, une devinette. Dos españoles están en una habitación, uno de ellos echado cómodamente en una tumbona mientras el otro, que no tiene ni una triste silla donde sentarse, le mira con envidia. ¿Cómo se llaman ambos? Pues el que está en la tumbona, GONZÁLEZ (gonze a l’aise), o sea “un tipo a sus anchas”; gonsalés pronunciarían ellos. Y el que no tiene donde ponerse, SÁNCHEZ (sans chaise), sin silla, o sea, sanchés que dirían nuestros vecinos.
En España estamos ante esta tesitura. Varios personajes, no uno solo, tumbados a sus anchas en la lujosa tumbona de la ex presidencia y otro que por ahora, y a pesar de sus excesivos, humillantes y patéticos intentos, no tiene silla, requisito previo para la posterior tumbona.
La democracia, ese magnífico sistema que garantiza, y así está ocurriendo en España, que los dirigentes de un país no sean superiores a la sociedad que los elige, nos ha puesto en un callejón sin otra salida que el populismo caótico o la repetición de elecciones, o sea la corrección del sistema a través de la anulación de sus propios resultados. Se me objetará que sí hay otra salida: la alianza entre los partidos llamados constitucionalistas. Esa sería una salida para España, cierto; pero dejaría a Sánchez, sans-chaise, ahora y sin derecho a la tumbona después. Y no olvidemos que de lo que se trata es del futuro del Sr. Sánchez y nada más.
«Para un embustero, un apoyaóh» ‑se dice en Andalucía‑; un apoyador, alguien que le corrobore, una claque, unos palmeros. Así es la actual directiva del PSOE tan alejada y tan contraria a los viejos socialistas, los que refundaron el partido en el ocaso del franquismo y lo llevaron a las mayorías absolutas y al Sr. González, Felipe, a la envidiada tumbona.
No importa que, después de la desastrosa gestión del innombrable ‑que llevó a España al desastre y a él a la envidiada tumbona‑, la descriptible talla política del Sr. Sánchez haya llevado a su partido a los peores resultados electorales de su historia. Este individuo está demostrando que la escatológica definición de política, que nos dejó Tierno Galván («En política, el noventa por ciento es mier.., y el diez por ciento ideología»), era optimista y generosa en la dosis de ideología.
La calidad de una democracia depende, como se ha dicho, de la de los votantes. De un cuerpo electoral viciado por la ignorancia, las expectativas irracionales, la propaganda tendenciosa y, en definitiva, de la demagogia, se puede esperar cualquier cosa. Según se administre, la democracia puede dar un Churchill o un Chiquilicuatre. No olvidemos que Cristo fue condenado a muerte “democráticamente” y en la forma que para muchos es la más pura: la asamblearia y a grito pelado. Desde luego, no quiero decir que eso ocurra en España, sino que puede ocurrir en cualquier sitio, dadas unas circunstancias.
Hoy día, las llamadas redes sociales, con una presencia abrumadora de jóvenes, suponen una propaganda extra para ciertos partidos y favorecen a las nuevas opciones políticas integradas, mayoritariamente también, por jóvenes de ambos sexos, tan elocuentes en sus comentarios como ignorantes de la realidad cotidiana e histórica de nuestro país. Alguien ha hablado de efebocracia. Como niños con zapatos nuevos, sueñan, a los treinta, con poltronas que siempre han sido fruto de una laboriosa carrera, pateándose el país y la administración. Los años vividos y trabajados aportan serenidad y visión de conjunto. Y, generalmente, dan madurez, prudencia y un saludable escepticismo acerca de los nuevos profetas. Franco también fue un treintañero con éxito, «El general más joven de Europa», decían, y acuérdense de la que lió.
Si en ciertos temas desconfío de la juventud es porque yo también he sido joven.
Aunque parezca increíble, los de mi generación también fuimos jóvenes un tiempo y, por supuesto, con nuestras respectivas dosis de osadía, de imprudencia y de locura; pero reconozco que el puenting, el balconing y otros atrevimientos son cosa de ahora. A tanto no llegamos.
Otra aportación de estos tiempos es la insolencia y la falta de respeto a todos los niveles. El tuteo generalizado a desconocidos de cualquier edad y categoría, la divulgación de la intimidad propia y ajena, la falta de modales que rebajan las relaciones humanas a niveles tabernarios son también fenómenos recientes. El modelo social parece ser el botellón: una multitudinaria reunión de jóvenes, abierta a cualquier exceso, donde la responsabilidad personal se diluye en la masa y cuyo resultado final es caos, suciedad y vomiteras.
Me parece increíble que el partido político de un tipo que se presenta en mangas de camisa delante del Jefe del Estado para una reunión formal y trascendente, como es la designación de Jefe de Gobierno, haya obtenido más de cinco millones de votos. Que el mismo individuo se morree apasionadamente con un colega, delante mismo de la Presidencia del Congreso parece alucinante. Sr. Iglesias, por favor, deje esas intimidades para la alcoba, que hay niños. Que además, una diputada en la primera fila del Congreso se exhiba, gratuitamente y sin necesidad alguna, dando el pecho a su hijo ‑que no tiene culpa de nada la criatura‑, me parece de circo.
Y que el candidato a Presidente de Gobierno por el partido Socialista, y catedrático de Universidad, se comporte como un chulo de barrio, insultando al propio Presidente delante de todos los españoles, me parece que define perfectamente al personaje. Que luego se rebajara y fuera humillado una y otra vez por su coletudo compadre, y que volviera una y otra vez al trapo a recibir más, completa su perfil, como se dice ahora.
¿Cómo van a pedir respeto a su hipotética presidencia tipos con estos precedentes? ¿En qué lugar dejan a su propio partido? Mi punto de vista es que un sujeto que se comporta como un patán debe ser tratado como tal. ¿Son dignos estos individuos de representar a España?
La inclasificable escena, televisada a petición propia, con el Sr. Sánchez suplicando a Alexis Tsipras que ablandara al chabacano camarero del chiringuito para que le diera sus votos, fue de antología.
La plebe romana exigía “panem et circenses”. El espectáculo ya lo tenemos garantizado, aunque se trata de una astracanada mugrienta, inspirada en los mejores momentos de ¡SÁLVAME!; pero lo más preocupante es la cuestión del PAN, que está sin resolver.
La aceptación por parte del Mr. Sans-chaise del encargo real para formar gobierno dio la medida de su ambición, de su soberbia y de su inmadurez. Ese deambular errático con unos y con otros, sacando pecho con ínfulas ya de Presidente electo, no tuvo más efecto que ponerlo en ridículo y mostrar al país a un trepa sin clase, sin gracia y sin éxito, obsesionado con su propio futuro y dispuesto a todo para satisfacer su ambición. Y dejar además a España, unos meses más, con un gobierno a medias; lo que, sin duda, repercute en la ya dicha cuestión del pan.
Su infructuosa insistencia en presentarse como candidato ante el Congreso y las repetidas negativas que ha obtenido no desanimaron a nuestro héroe, que culpa a Pablo Iglesias de ser tan ambicioso como él y a Rajoy de querer seguir siendo Presidente basado en la tontería ‑un pretexto inaceptable, sin duda‑ de haber ganado las elecciones y de haber sacado treinta y dos diputados más que él.
El Congreso le ha recetado una y otra vez su propia medicina:
—¿Qué parte del NO, no ha entendido Vd. , señor Sánchez?
Esperemos del buen juicio de los españoles que un señor así, por nuestro propio bien, no cambie de nombre y siga siendo, por siempre jamás, el señor ‑con minúsculas‑ sans-chaise.