(DIÁLOGOS DE SOFÁ)
Pepe está viendo la tele en el salón, en concreto una peli y más en concreto Chloe (Una propuesta atrevida). Marisa, su mujer, que se ha quedado fregando los platos de la cena viene un poco más tarde, se sienta en el sofá junto a él y pregunta de qué va la película. Pepe le explica lo que ha pasado hasta el momento:
—Es un matrimonio de unos cincuenta años, más o menos, como nosotros o así, y por un pequeño detalle resulta que la mujer sospecha que el marido se la está pegando con una chica, cuya foto encuentra en el móvil. Casualmente, ella conoce a una joven prostituta de las que trabajan en hoteles de lujo y le propone que intente camelar a su marido a ver si pica y cae en la tentación. Ella está muy enamorada de su marido, pero no puede soportar la idea de que la engañe y quiere asegurarse de que él es totalmente fiel. Y en esas estamos. Esta rubita que ves ahora es la muchacha que está intentando hacerse la encontradiza con el tío en la cafetería, donde le ha dicho la mujer que suele ir él.
—Pues vaya ocurrencia tiene la señora.
—Pues yo no lo veo tan raro. Si es para salir de dudas, es razonable. Y no es mera curiosidad; es inquietud. Por cierto, que la señora le ha pagado por adelantado una buena cantidad a la chica y le ha prometido más. O sea que va en serio.
—¿Y encima eso? O sea que le paga para que le ponga los cuernos. Jolín con la tía.
—Yo no lo veo así. No le paga para que él le ponga los cuernos, sino para que lo tiente. Ella no soporta la incertidumbre y hace eso porque, en el fondo, está segura de su marido. En realidad, lo que quiere es despejar cualquier mínima sospecha.
—No me convences. Ni tú, ni el argumento.
—Jo, pues no será tan descabellado cuando han hecho una película con tan buenos actores. Eso significa que los productores piensan que puede interesar a mucha gente. En realidad, más de una pareja que yo conozco podría y debería hacer la prueba. Entonces veríamos.
—No sé a quién te refieres. Los que yo conozco no arriesgarían su matrimonio tan fácilmente, aunque de algunos se puede esperar cualquier cosa.
—Ahí lo tienes. Ya estás conmigo. Seguridad, lo que se dice seguridad, poquitos. Por cierto, que a mí no me importaría una situación así con una gachí como ésa. Para que tú te quedaras tranquila, se entiende. Ya sabes que yo tengo todavía mucho gancho con las tías. ¿No te gustaría estar completamente segura de mi fidelidad? ¿O acaso prefieres seguir viviendo con esa incertidumbre?
—¿Con qué incertidumbre?
—Jo, pues con la incertidumbre de no saber si, dándose las circunstancias adecuadas, yo te traicionaría o, por el contrario, te sería fiel. Yo creo que eso vale la pena comprobarlo. Lo único que tienes que hacer es buscar una moza de buen ver, que ya sabes las que me gustan; o…, si quieres, yo mismo la busco y tú le das el visto bueno. Lo habláis, le das los detalles, le pagas ‑de tu bolsillo, claro está, que si no, no vale‑ y a esperar resultados.
—Mira Pepe, tú debes de estar de cachondeo o te han arreado una pedrada y no te has dado cuenta. Está claro que no me conoces.
—De eso se trata, de conocernos, de saber adónde podemos llegar cada uno. Yo tengo mucho interés en que me pongas a prueba para tu tranquilidad; pero no con fondonas, como esas amigas tuyas ‑que ahí está chupado‑, sino con una chavala parecida a la de la película. Ahí es donde se vería mi auténtica lealtad.
—Escucha, Pepe: ni me estás dejando ver la película, que ya no sé por donde va; ni yo, a estas alturas, tengo tanta inquietud por tu posible o futurible infidelidad; ni te veo ese gancho por ninguna parte; ni, muchísimo menos, voy a pagar un céntimo a nadie para comprobar nada. Así que corta y leva anclas, que yo me voy a la cama.
—Marisa, eso es lo que te mata: que tú por tal de ahorrarte un duro tragas con lo que sea. Me has decepcionado, que lo sepas.
(¡Con la ilusión que me hacía!).