Nuestro verano azul

Llegaron nuevamente las vacaciones estivales y mamá consultando con los abuelitos maternos programó dos quincenas diferentes para disfrutar de la playa y el mar (la primera), así como hacer turismo de interior a pesar del calor reinante (en la segunda). Tanto yo como mi hermanito, ya durante los últimos días de clase y la última semana de junio, nos íbamos relamiendo y repreguntando a mamá y los íos (abuelitos, como los empezó a llamar Saúl desde pequeño) a dónde iríamos a pasarlas. Era gracioso oír a mi hermano, con su lengua tan clara que está para comérsela (como dicen los abuelitos), y su timbre de voz tan característico que él quería ir a Torre del Mar y Úbeda repetidamente, confundiendo muchas veces ambas poblaciones. Lo mismo repetía yo, aunque sabiendo a cuál me refería cada vez que las mencionaba, para eso soy el mayor y tengo siete años. ¿Cómo no me voy a acordar de ambas ciudades si llevo bastantes años visitándolas…?

 


Por eso, cuando llegó la primera quincena de julio, marchamos todos juntos (nosotros, la mamá y los abuelos maternos), viento en popa, en busca del sol y la playa para afianzar los conocimientos de natación adquiridos por mí, en la piscina de Sevilla, hace dos inviernos, y disfrutar también con Saúl del mar Mediterráneo, la playa con el agua y los castillos de arena, además de encontrarse con las olas que tanto le gustan y asustan cuando se ponen bravías…


La salida de Sevilla se produjo tardíamente puesto que hubieron de cargar los mayores todos los bártulos que conllevaba esta epopeya, ya preparados el día anterior por la mamá y la abuelita acoplando el equipaje en nuestros dos coches, una vez traídos de la cochera que está un poco lejana de nuestro domicilio. Por eso, partimos cuando eran más de las doce del medio día, aún habiéndonos levantado relativamente temprano, sobre todo los adultos, aunque los niños también andábamos un tanto nerviosillos, por lo que hubimos de parar durante el trayecto en Mollina (Málaga) para visitar el bonito y completo Museo de Belenes (proyecto que ya teníamos en la

Navidad pasada, pero que no pudimos realizarlo), que esta población tiene a disposición del turista durante todo el año. Fue una gozada para todos pero especialmente para nosotros dos, pues quedamos admirados de todo cuanto allí se muestra y las preguntas que hicimos a los mayores sirvieron para aclararnos dudas y fortalecernos en nuestras creencias cristianas más sinceras, además de gozar de la belleza, el arte y el buen gusto que allí se aspira…

Antes habíamos comido en Aguadulce (Sevilla), en la que no faltó el ansiado helado para los peques, por lo que marchamos raudos para llegar a Mollina y luego a Torre del Mar a la tarde y comenzar a disfrutar allí de nuestro verano azul programado.


Los quince días que allí permanecimos fueron desarrollándose deslavazada y parsimoniosamente, con algunas costumbres diarias repetidas, pero alternando o improvisando siempre que podíamos.
Así, hubo días, que desayunamos en casa, pero otros fuimos a la Bella Julieta, con sus menús variados, que hicieron la delicia de todos, niños y mayores, ya que los zumos, los cruasanes, los helados… así lo corroboraron. También aprovechamos, algún que otro día, para tomar chocolate con churros o porras, como le llaman por allí que, aunque estaban buenos, no les llegan a la altura elaborativa y gustativa de los de nuestra querida Úbeda.
La televisión siempre fue nuestro refugio infantil que se usó más que durante el pasado curso, puesto que al haber más tiempo libre, nosotros gustábamos desayunar en el sofá viendo nuestros incondicionales dibujos animados de Doraemon, especialmente, de los que no nos cansamos nunca; aunque tampoco le hacemos asco al programa televisivo El suelo es lava y otros programas infantiles. Los postres también eran más deliciosos viendo la televisión.

Había ratos para todo…; y, tratábamos de no permanecer demasiado tiempo en casa, especialmente por las mañanas, pues procurábamos salir a caminar, comprar, callejear, visitar algún monumento o museo, también nos gustaba jugar a El suelo es lava, que vemos con asiduidad y que tratamos de imitar preparando diferentes recorridos mediante cojines, sillas, colchones o tresillo para que fuese lo más real posible a lo que vemos en la pantalla. Y bien que lo disfrutamos ambos, pegando cada salto como los gatos para demostrar lo atléticos y fuertes que estamos y cómo llegamos al final del recorrido sin pisar suelo, pues sería lava y quedaríamos eliminados, aunque de vez en cuando fuese necesario hacer trampas… ¿Quién se iba a enterar?

Las siestas eran más complicadas, pues ninguno de los hermanos estábamos dispuestos a dormirlas pues estamos en la edad que, a pesar de estar cansados, no queríamos acostarnos para dar descanso a todos, grandes y pequeños, aunque llegásemos a la noche muertos de cansancio y sueño y en cuanto caíamos en la cama quedábamos dormidos como lirones con un sueño profundo y reparador, hasta las ocho o las nueve de la mañana, la mayoría de las veces… ¡Cómo se notaba que no teníamos que ir al cole! Qué bonitas son las vacaciones, al menos para nosotros…
Era después, cuando el sol no pega tan fuerte ni hace tanto daño a la piel, cuando marchábamos a la playa, junto al faro de Torre del Mar, casi siempre, para disfrutar del baño del agua templada que nuestro mar Mediterráneo nos proporcionaba, y de las olas, unos días más grandes o fuertes que otras, con bandera de color presente en lo alto de la caseta de vigilancia playera, que ya entiendo yo perfectamente y sé el porqué; así como aprovechamos para hacer castillos en la playa, aunque aquí sean más difíciles de ejecutar que en las playas de Cádiz, Huelva o Portugal, donde estuvimos hace un tiempo. De todas formas ambos elementos (tierra y agua), además de sol, brisa y playa, siempre han sido y serán muy amados por los niños en general y nosotros dos en particular, ya que nuestra desbordante imaginación nos hace vivir una peli de ensueño cada día que la disfrutamos.


También hubo momentos en las siestas para poder escribir yo alguna cartas a mis amigos del cole o a papá que se quedó trabajando en Sevilla y de leer algunos cuentos o libros de los muchos que tenemos en nuestra particular biblioteca de Torre del Mar y de los bastantes que me compraron mamá o los abuelitos, especialmente comics, que me encantan y por lo que me voy introduciendo a la lectura que ya domino muy bien (y me gusta), pues he sacado muy buenas notas en segundo de primaria. No perdía la ocasión de pedirle me compraran un libro o más cuando cada tarde pasábamos junto al puesto que hay cerca de la playa del faro.
También había días que queríamos montarnos en los cochecitos eléctricos que hay en el paseo marítimo y allí marchábamos andando, la mayoría de las veces, mamá conmigo, y Saúl, con el ío (aunque algunas veces íbamos montados los dos en el mismo coche que elegíamos de mutuo acuerdo), por ese inmenso paseo marítimo torreño que es la delicia de cualquier visitante. Llegamos a conocerlo a las mil maravillas (sobre todo yo), pues ya sabía si tenía que tirar hacia oriente o poniente para consumir la hora de conducción que nos habíamos ganado por nuestro buen comportamiento, aunque los mayores querían que fuese súper ejemplar (como si fuésemos adultos en lugar de niños) y que casi nunca llegaba a sobresaliente, pero íbamos aprobando y trampeando, pues qué se puede esperar de dos niños, uno de siete y otro de tres años, hermanos que tanto se quieren y se pelean por todo, y que tanto se necesitan puesto que siempre estamos preguntando el uno por el otro…
¡Ah!, los parques-gimnasios que hay junto a la playa me los he pateado casi todos y he hecho gimnasia en ellos, con gran regocijo por mi parte, mientras Saúl, mamá y el ío quedaban admirados de mis proezas gimnásticas.
Aunque comíamos o cenábamos en casa mayoritariamente, algunos días íbamos a invitarnos a diferentes restaurantes próximos (El Criado, Viña-Málaga, la famosa Cueva de Torre del Mar…) y alguno más lejano de nuestro domicilio, como El Chopo, en donde el menú a elegir era, especialmente marinero, sabrosísimo y del gusto de todos, con esos inigualables espetos de sardinas, coquinas, calamaritos, chanquetes, etc.) que hicieron las delicias de todos, sin que faltase, por supuesto, el helado para nosotros que bien lo demandábamos como fresco y sabroso postre; ¡ah!, y los zumos de piña que no faltasen…
También un día nos montamos (mamá, Saúl y yo) en el tren turístico de Torre del Mar, mientras los abuelitos volvieron a Sevilla para encontrarse con los titos Mónica y Emilio que tanto queremos, los días 6 y 7 de julio, pues siempre nos traen regalos cuando vienen a Sevilla y juegan con nosotros a todo lo que les digamos, especialmente el tito. Ese día nos paseamos por todo el paseo marítimo con esa brisa y vistas que tanto nos gustan a todos.
Otra mañana fuimos a visitar el museo local de Vélez Málaga, con nuestro coche, y pasamos una mañana agradable en la que yo demostré cuánto me gustan y encantan estas visitas culturales, pues fui visionando pausadamente todas las salas y vitrinas y leyendo los carteles con una concentración y gusto encomiables. Tanto fue así que me celebraron mamá y el ío
También fuimos a la villa romana Antíopa de Torre de Benagalbón (Málaga) y nos gustó mucho a todos. Lo que más nos llamó la atención fue el “tersorium”, un palo con una esponja con el que se limpiaban los romanos después de defecar. Y era compartido…
En fin, que si cuando llegamos a Torre del Mar parecía que teníamos una inmensidad de días por delante (quince, nada más y nada menos), estos se fueron desgranando y pasando rápidamente y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos haciendo la maleta para volver a Sevilla, aunque lo hicimos primeramente mamá con nosotros en nuestro coche, mientras que los abuelitos se quedaron tres días más para dejar bien limpio y enjaretado el piso que tanto habíamos disfrutado, por si cualquier fin de semana volviésemos…


Hubo algunas mañanas que nos bajábamos al jardín para jugar a las raquetas con pelota de goma, en donde el abuelito iba notando mis avances espectaculares en ese deporte, pues ya resistía (yo solo) 15 o 20 toques seguidos y respondía a los del ío con presteza, acierto y contundencia en varias ocasiones y jugadas seguidas. También, alguna tarde, hemos jugado a este deporte junto al mar y he sorprendido al abuelito con mi progresión más que adecuada…
¡Ah!, que se me olvidaba, también hemos ayudado ambos a tender o recoger la ropa en la azotea al abuelito, sirviéndonos de juego, como todo lo que emprendemos, ya que estamos en la edad de ello, poniendo las pinzas por colores o las prendas de la ropa secas según tamaño, color o forma con una gracia destacable, según nos aplaudía el ío.
Yo estuve, al principio, algunos días con fiebre y la tripa suelta pero todo se solucionó con dieta blanda, visita al doctor, suerte y buena voluntad…
Finalmente, hemos echado todos un verano estupendo en Torre del Mar, mejor de lo que pensaba el abuelito por sus padecimientos de oído. Es verdad…, qué suerte hemos tenido.


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La segunda parte de nuestro verano azul ha sido de interior, durante la primera quincena de agosto, en nuestra amada Úbeda. Aunque hace dos meses vino el ío a presentar su libro MI UNIVERSO SAFA en la Safa de Úbeda, sin nosotros ni la mamá porque Abel se encontraba pachuchillo y con fiebre. Grande era nuestra ilusión por venir a nuestra tierra y echar tranquilamente un par de semanas de asueto, familia, amigos y diversión sana, siempre pensando más los adultos en nosotros que en ellos…


El mismo 31 de julio, lunes, efectuamos la partida desde Sevilla, una vez que trajeron mamá y el ío los coches de la cochera y los cargamos hasta los topes. Incluso tuvimos que dejar un par de bolsas de nuestros queridos juguetes, puesto que (ni cortos ni perezosos) habíamos preparado tres, nada menos, como si en Úbeda no tuviésemos ninguno… “La avaricia rompe el saco” nos refirió el abuelito, explicándonos el proverbio…
Eran más de las doce cuando partimos, por lo que cuando llegamos a Aldea Quintana, pueblecito cercano a Córdoba, nos paramos a comer en Casa Baldomero, donde ya lo hemos hecho otras veces, pues nos atienden estupendamente y tienen unos menús caseros buenísimos y unas croquetas para los niños que están para chuparse los dedos. Luego, nos prometieron (las camareras), pues estábamos un tanto ruidosos, que -si nos portábamos bien- nos darían chucherías y, al final, lo conseguimos, aunque hubo momentos que peligró nuestra recompensa…


Después marchamos buscando la Úbeda de nuestros sueños, hasta que llegamos a nuestra casita, a la que creíamos oír reclamarnos y alegrarse porque iba a estar el mes de agosto habitada y acompañada. Guay…
El ío se puso en contacto con unas mujeres que vinieron al día siguiente a hacernos una limpieza a fondo, dejándola más que habitable para todos, pero especialmente para que nosotros, que siempre andamos por los suelos, disfrutásemos de ella.
A mí me hizo mucha impresión la puerta automática de la cochera, los portales, la escalera y tantas habitaciones que nunca había visto en tal cantidad pues, aunque estuvimos el año pasado, no me acordaba bien de todo ello, era tan pequeño, pues sólo tenía dos añitos. No así Abel, que sí tenía localizados todos los rincones de la casa.


Aunque, en un principio, estuvimos durmiendo los tres (mamá, Abel y yo) en la segunda planta, como arreaba el calor y más allí que estaba junto al tejado, y, además, se había estropeado el aparato de aire acondicionado, a los pocos días, tuvimos que bajarnos a la primera planta, con nuestras respectivas camas y bártulos, a la habitación que era el dormitorio de soltera de mamá, pues ni con el ventilador se podía dormir…


Nos hicieron mucha ilusión a Abel y a mí muchas cosas: la piscina que ya el año pasado inflamos también y disfrutamos de baños diarios durante la hora de la siesta, bien sombreados en el porche del patio; la habitación de los juguetes, en la primera planta, conforme se sube las escaleras, a mano derecha, con sus dos casitas y la cantidad de adminículos para jugar que nos proporcionaron, pues muchas tardes, una vez que nos cansábamos de bañarnos, nos sirvieron de entretenta para ir formando un pueblecito en miniatura, en el que algunos juguetes de la casa de mamá, cuando era pequeña, también sirvieron mucho para divertirnos y pasarlo muy bien. Antes de irnos, el último día, lo dejamos todo bien colocado, gracias a mano protectora de mamá que (como en todo) supo guiarnos por la buena senda.
Al principio, tomamos con mucha ilusión el inflado y llenado de la piscina, pero a partir de la primera semana ya no teníamos ganas de bañarnos y preferíamos jugar, dibujar, leer o, especialmente, ver la tele en las horas de la siesta (y, por supuesto, nada más levantarnos: Doraemon no nos podía falta tampoco en Úbeda), mientras el ío, especialmente, se acostaba a la siesta un rato. Nada más levantarse, a eso de las seis de la tarde, no podía faltar el partido de baloncesto, tirando a canasta mediante un mano a mano entre Abel y él, hasta que uno de los dos llegaba a los 100 puntos y ganaba. Aunque el abuelito empezó ganando al principio, Abel se tomó la revancha y varias veces ganó con sobrada solvencia. Lo que luego le alegraba

sobremanera y contaba a todo el mundo, especialmente cuando hablaba por teléfono con papá. También jugaban ellos a las raquetas y al bádminton en el ancho y espacioso patio a unas horas en las que el sol no lo dominaba pero sí el calor, mientras yo paseaba a mis muñecos con el carrito o hacía mis piruetas o preparaba sabrosas comiditas de mentirijilla que a todos sabían tan ricamente, aunque fuese más el juego y la imaginación lo que primaba.
También nos gustaba a Abel y a mí subirnos por las escaleras del patio y llegar a la primera azotea o al retalle de enfrente, incluso lanzando el balón desde allí para ver si se encestaba. O jugar al escondite por la infinidad de habitaciones que la casa tiene. Otra de las diversiones que nos encantaba era tocar el piano grande con sensatez y cordura (¿?) o un pianillo pequeño que tanto amor le tenía yo y que lo sabía manejar a las mil maravillas poniendo la demo o lo que fuese con esa agilidad física y mental que me caracteriza, poniendo a todos la cabeza como un bombo, a veces…
No podían faltar los desayunos de churros con chocolate en lo bajo de la Corredera de San Fernando, unas veces nosotros cinco solos, otras invitando al tito Antonio que disfrutaba de lo lindo viendo el candor y ansias con que comíamos mi hermano y yo los churros mojados en el rico chocolate de Úbeda (algo con lo que tanto hemos soñado todos, los chicos especialmente). Hay muchas fotos que lo atestiguan, mientras Abel y yo salimos haciendo tonterías…


Las mañanas se aprovecharon para salir a comprar a la plaza o a otros negocios, ir a Mercadona, hacer visitas turísticas al Museo Arqueológico, la Casa Judía, en el barrio del Alcázar, y darnos una vuelta por el tren turístico, con gran regocijo nuestro, que nos lo pasamos pipa disfrutando del paisaje monumental y artístico que nuestra Úbeda tiene.
Una mañana fuimos con el coche de mamá a visitar a Antonio, el primo de la abuelita Margarita, y estuvimos con él tomándonos unas cervezas en el bar La Verbenilla de Peal de Becerro (Jaén), pasándonoslo muy bien mi hermano

y yo, que conseguimos comernos un helado de chocolate y vainilla para cada uno, muy rico, y el primo se tomó un par de cervezas con sus tapas correspondientes, a pesar de que al rato lo llevamos a comer a la residencia de mayores en la que se encuentra desde hace ya quince años. Él está siempre contento y no protesta por nada. Tuvimos que ir desde la residencia al bar y viceversa en coche pues la mañana era calurosísima y andando le podía dar algo a él y a todos nosotros. Al primo le hicimos mucha gracia nosotros, pues se ve que no está acostumbrado a que lo visiten niños de corta edad…
Otro día fuimos a visitar a las monjas carmelitas descalzas de la calle Montiel, tan amigas de mamá, donde ella estuvo la primera semana, durante todas las mañanas, tratando de finiquitar el trabajo de campo del fabuloso inventario que lleva arrastrando demasiados años y esperando tenga suerte y pueda acabarlo este año o el próximo.


Un par de noches hemos ido al cine de verano de la Plaza de Toros de Úbeda, que además era gratuito, y las dos películas infantiles que nos pusieron me gustaron muchísimo, así como a Abel, pues no parpadeamos ni molestamos en toda la proyección. Y además estábamos fresquitos y contentos. ¡Ah!, y no me llegué a dormir y a pesar de que acabaron ambas más de las doce de la noche y eso que iba en mi nuevo carrito de paseo…
Algunas tardes hemos ido a la bolera del polígono y hemos jugado una o dos partidas cada día, que siempre hemos ganado los peques que formábamos un equipo capitaneado por Abel en contra de mamá y el ío quien era el capitán, puesto que teníamos barreras para que no se saliesen las bolas. Bola que tirábamos, fuese del color que fuese, siempre hacía caer algún bolo o todos, mientras que el equipo de los dos mayores perdió todas las veces irremisiblemente. También nos subíamos (Abel y yo) a las camas elásticas y nos metíamos por los diversos cubículos y laberintos de bolas de plástico, donde pasábamos una hora o más jugando entre nosotros o con los niños que en ese momento estuviesen disfrutando de la imaginación y el juego que se les ofrecía. Como sudábamos tanto pedíamos agua fresquita a la muchacha encargada o íbamos al servicio, si lo necesitábamos. Así que hemos ido varios días al atardecer, que hacía menos bochorno, rematando la jornada con juegos de máquinas apagafuegos o de otro tipo con los que Abel y el abuelito luchaban para ver quién colaba la ficha grande redonda en la portería del de enfrente.
Mamá y los íos nos recordarán siempre, en este veraneo de interior (a Abel y Saúl o a Saúl y Abel, que tanto monta), de animadores permanentes, con nuestras risas y simpatía, y las peleíllas continuas que nunca faltaron, provocando momentos crudos y subidas de tono…


Como mamá es una amante de la fotografía y le gusta tener un álbum de fotos cada veraneo que pasamos en Úbeda para ver y recordar siempre cómo estamos de guapos y creciditos, aprovechamos dos sesiones de mañana para hacernos unas fotos familiares o individuales de estudio en Lechuga & Ruiz, donde Aurora y Andrés, nos hicieron muchas fotografías en distintas poses y atuendos; y por lo bien que nos portamos el segundo día, Andrés (que es muy simpático y chiquillero) nos regaló unas chucherías y un trozo hermoso de pizza para cada uno, del mismo sabor, claro, pues si no nos pelearíamos, que nos sirvió de comida rica ese día. ¡Qué contentos salimos de la sesión fotográfica…!
Por eso, nos lo hemos pasado muy bien, un año más gracias a la vigilancia y compañía de nuestra querida mamá y de esos dos abuelitos que tanto valen y a los que queremos un montón y para siempre. Cuánto los echamos de menos cuando no los tenemos presentes… Estamos deseando que llegue el próximo verano para ver qué sorpresas nos tienen preparadas con el fin de que seamos felices en otro verano azul.

Los abuelitos siguen prolongando en Úbeda sus vacaciones estivales, mientras nosotros nos vinimos para la calurosa Sevilla, con mamá, el domingo, 13 de agosto, pues ella tenía que trabajar el día 14.

 


Como buenos hermanos hemos contado al alimón la historia de nuestro veraneo. La primera parte, en Torre del Mar, ha sido relatada por Abel, el mayor; la segunda, en Úbeda, por Saúl, el benjamín. Esperamos les haya gustado…


Úbeda, 25 de agosto de 2023.
Fernando Sánchez Resa

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