Nuestro verano azul

Llegaron nuevamente las vacaciones estivales y mamá consultando con los abuelitos maternos programó dos quincenas diferentes para disfrutar de la playa y el mar (la primera), así como hacer turismo de interior a pesar del calor reinante (en la segunda). Tanto yo como mi hermanito, ya durante los últimos días de clase y la última semana de junio, nos íbamos relamiendo y repreguntando a mamá y los íos (abuelitos, como los empezó a llamar Saúl desde pequeño) a dónde iríamos a pasarlas. Era gracioso oír a mi hermano, con su lengua tan clara que está para comérsela (como dicen los abuelitos), y su timbre de voz tan característico que él quería ir a Torre del Mar y Úbeda repetidamente, confundiendo muchas veces ambas poblaciones. Lo mismo repetía yo, aunque sabiendo a cuál me refería cada vez que las mencionaba, para eso soy el mayor y tengo siete años. ¿Cómo no me voy a acordar de ambas ciudades si llevo bastantes años visitándolas…?

 

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El puente de Carlos: otra forma de ver Praga, 2

El puente de Carlos es la seña de identidad más característica de los numerosísimos impactos visuales que recibe el visitante de la capital bohemia. Une la ciudad vieja con el barrio de Mala Strana, en el lugar justo donde la vista puede recorrer, en un giro de trescientos sesenta grados, una panorámica de ensueño. De todas las evocaciones, me quedo con los dos atardeceres que contemplé respirando la suave brisa del río Moldava, mientras observaba el intenso tráfico de barcos turísticos, la bellísima estampa del castillo con la catedral de San Vito, el barrio judío y los tranvías omnipresentes a uno y otro lado.

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