ÁNGEL SANTOS

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NOTA PREVIA: Por sugerencia de mi hija Gloria escribí este artículo para el día del homenaje, por su jubilación, a Ángel Santos, uno de mis mejores amigos, compañero en el departamento de Historia, gran cinéfilo y melómano. Pensaba escribir unas cuantas frases convencionales, pero el razonamiento de mi hija me convenció y así fue cómo tuve la ocurrencia de relacionar el nombre de películas y actores con las propias relaciones personales y profesionales entre Ángel y yo. Nuestra amistad continúa en estos momentos con la misma preferencia. Aquí está el resultado del relato que, por lo novedoso, lo tengo en mi mayor estimación.
 

Voy a hablar en clave cinematográfica, porque yo creo que Ángel Santos es un hombre del cine y de cine y su homenaje lo merece.

Desde que West Side Story hizo aparición en nuestras pantallas (años de nuestra juventud y Días de vino y rosas) el tiempo corría a una velocidad de Vértigo (¡vaya con la belleza enigmática de Kim Novak!) y, así, Deprisa, deprisa llegó, por fin, El largo y cálido verano del 76 en que aprobé las oposiciones. Lo de largo y cálido verano no es retórica, que yo me examiné en Córdoba y en el mes de julio. Ese mismo año, en octubre, me incorporé al Instituto Isaac Peral. Y allí coincidí con Ángel Santos, que había dejado una brillante carrera militar para incorporarse como profesor interino a la enseñanza, una decisión que contó con el inestimable aliento y comprensión de su bella e inteligente esposa Carmen (Mariquita para los amigos). Eligió un camino lleno de obstáculos, aunque todavía no había llegado la Rebelión en las aulas a nuestros institutos y Sidney Poitier podía esperar.

Desde el momento en que nos conocimos intuí que se acercaba el principio de una gran amistad (un flechazo, diríamos, si no se prestase a equívocos), aunque en aquellos días Ángel no llevase (era principio de octubre) la clásica gabardina de Humphrey Bogart, que luego utilizaría con tanto aire. Supimos, sin embargo, que más que por el Rick de Casablanca por quien estaba seducido era por Ingrid Bergman: ¿y quién no? Las buenas lenguas dicen que Ángel se sabe de memoria los diálogos de Casablanca en inglés y en castellano. ¿Es verdad, Ángel?

Al poco tiempo observamos que nuestras afinidades culturales, historiográficas, éticas, estéticas y, hasta cierto punto, ideológicas, se consolidaban; y entonces pensé que nuestra amistad, si no sonase a cursi, duraría De aquí a la eternidad (el toque de corneta de Montgomery Clift es un espeluznante canto a la amistad).

A medida que el tiempo afianzaba nuestra amistad y nuestro compañerismo, en la línea de El curso que amamos a Kim Novak, fui descubriendo muchas virtudes y algunos defectos en nuestro Ángel (borro lo de defectos, que ahora no toca). Sus conocimientos casi enciclopédicos (¿por qué casi?) se extendían y se extienden aún hoy hacia muchas materias, de tal manera que no es exagerado decir que estamos ante El hombre que sabía demasiado (no era mala compañía aquella espléndida Doris Day). Todos los saberes los dominaba: era y es cinéfilo, melómano, historiador, amante de la literatura (sobre todo americana) y, además, del Barça: ¿qué más se puede pedir?  Yo desvelo ahora que los amplísimos saberes que él atesora no se los guardaba cual avaro judío en El mercader de Venecia sino que los compartía con total generosidad, con la mayor generosidad que he podido detectar jamás en el entorno de nuestro gremio. Todo lo que sabía y sabe goza con compartirlo sin valorar el esfuerzo empleado en la adquisición del conocimiento. Su apariencia, a veces distante, a lo Vittorio Gassman o Robert Mitchum, se convierte, cuando lo conoces, en cercanía y humanidad. Seríamos injustos si dijésemos que Con él llegó el escándalo.

Tal ha sido nuestra amistad y nuestra compenetración que cuando tuvimos que impartir unos cursos en la Universidad de Murcia y en el Centro de profesores de Cartagena pensamos que mejor que actuar Solo ante el peligro, por más que nos creyésemos el papel de Gary Cooper, podríamos explicar “al alimón”. Previamente había descubierto yo solito unos Senderos de gloria (mi mujer se llama Gloria) y juntos, Ángel y yo, Dos hombres y un destino, buceamos en auténticos Horizontes de grandeza (en los que las chicas se enamoraban del imponente Gregory Peck o del rudo Charlton Heston y los chicos soñábamos con la dulce Jean Simmons). Esos horizontes se extendían a toda la Historia, especialmente la contemporánea. Poco tiempo atrás había nacido un proyecto educativo, hecho en colaboración entre nosotros dos, sobre el “Comentario de documentos históricos”. Nos coordinábamos y éramos capaces de desempeñar el papel del uno y del otro alternativamente, tal era nuestra compenetración. ¡Cuánto aprendimos!

No quiero acaparar más tiempo. Amigo, compañero, se acaba El esplendor en la yerba (¡Ay Natalie Wood!). Sólo deseo que te vaya bonito y te guíe La buena estrella (no es mala estrella Maribel Verdú).

Buenas tardes y buena suerte, que La vida es bella, a pesar de todo.

 

                                                                              Cartagena, 28 de noviembre de 2008.

Autor: Juan Antonio Fernández Arévalo

Juan Antonio Fernández Arévalo: Catedrático jubilado de Historia

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