Hacer catedrales

Aquella carta, en los primeros días de septiembre de 1967, supuso una de las alegrías más grandes que he recibido en mi vida. La firmaba el padre Jesús Mendoza y me comunicaba que debía incorporarme a mi primera escuela en el Puerto de Santa María.
Unos meses antes, ante la inmensidad de Mágina, me dijo:
‑Mira, Dios está en este paisaje.
‑Éste es mi último curso en el Colegio ‑le contesté.
‑Tienes una vida por delante, Diego. Te espera una apasionante misión de educador cristiano.

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