Magnífico libro, José Luis.
Además de la portentosa memoria que derrochas, valoro especialmente la extraordinaria labor, propia del historiador que se precie, de recoger cuantos datos, fechas, fotos, documentos…que considerabas útiles para abordar las distintas materias que informaban el sistema educativo de la SAFA, algo suavizado ya, por lo que deduzco, respecto a las vivencias de varios años atrás.
Créeme que, en muchas ocasiones, son apabullantes los infinitos detalles que vas desgranando en cada artículo a lo largo de un libro, cuya lectura se hace amena y obsesiva, aparcando otras tareas por muy importantes que fueran.
Por otra parte, tus juicios son ponderados y veraces (después de nueve años de internado, creo saber de lo que hablo). En ellos vas dejando jirones de tu alma, como a tantos nos sucede cuando hablamos de la SAFA, de nuestra SAFA, de nuestro COLEGIO. Una apropiación que va más allá de lo bueno y lo malo de esos tiempos difíciles, destacando su crudeza, pero también nuestra “redención” social, cultural e incluso económica.
Cuántas injusticias, cuántos sinsabores, cuántas dificultades tuvimos que soportar, pero cuánto aprendimos y cuán grande fue la recompensa. Pudieron habernos hecho la vida más amable, seguramente, no creo que mucho más confortable, pero sin la SAFA, sin nuestro Colegio, aparte de la consecución de un título y de una profesión, que nunca hubiéramos podido soñar, no seríamos capaces de hacer lo que tanto nos importa: escuchar una buena sinfonía, leer un buen libro o expresar con dignidad nuestros sentimientos y emociones.
Hace unos años escribí un artículo (publicado en la antigua web) dedicado a mis compañeros de curso, en el que destacaba la Fraternidad que existía entre nosotros. El que yo llame hermanos a mis compañeros de curso no es una bagatela, es un sentimiento auténtico que supera o funde la amistad y el compañerismo.
Podría estar hablando de tu libro horas y horas, pero pienso que hay que dejarlo aquí, no sin antes pedirte que, tras la despedida, añada varias experiencias personales relacionadas con los recuerdos de la SAFA, que es el subtítulo de tu emotivo libro.
En fin, mi querido José Luis, mi más sincera enhorabuena por tu aportación a la memoria colectiva, que, en buena parte, tomo como propia.
Con un abrazo de Juan Antonio Fernández Arévalo.
Varios Apuntes:
- La foto del Coro dirigido por D. Isaac Melgosa (p. 116) se refiere a un ensayo relacionado con el Congreso Internacional de Pueri Cantores, que se celebraría en el Palacio de los Deportes de Madrid, en el curso 62/63 (estábamos en octavo de Magisterio). Dirigía el Concierto el P. Prieto, jesuita. (Yo estoy, como tenor, en la fila de arriba, en último lugar a la derecha.
Mi mal oído de principio se afinó bastante y así me convertí en solista en el Colegio de Portaceli de Sevilla. Y varios años después, de sanitario en el Hospital militar de Melilla, hacía los solos en la misa, rodeado de mis monjas-enfermeras. Tiempos de “mili”. Desgraciadamente, no tengo ninguna fotografía que acredite estos tiempos, ya tan lejanos.
- En mis tiempos, el comedor permanecía en silencio durante la comida, no muy exquisita que digamos, mientras un alumno amenizaba la “velada” con la lectura de un libro, desde un púlpito al efecto. Yo era uno de los lectores que intercambiaba con Bermejo, de un curso superior al mío.
- En cuanto a los deportes, aparte la afición generalizada hacia el fútbol, también hicimos nuestros pinitos en el baloncesto (aunque muchos fuéramos futbolistas adaptados), proclamándonos Campeones juveniles de la provincia de Jaén, aunque me da vergüenza decir que en el último partido ganamos por 13 a 9, con dos canastas de un servidor (la fortuna, que también juega), estableciendo así un récord por abajo. Al Prefecto, el P. Sánchez, que me estimaba como futbolista, por pocas le da un patatús cuando se lo conté.
Arriba: D. Jesús Burgos, Talavera, Ballesta y Vera.
Abajo: Cabrerizo, Fdez Arévalo y Antonio Lara.
Coincido con tus apreciaciones, Juan Antonio. Como todos sabemos la historia suelen escribirla los vencedores y, de alguna manera, la historia de la SAFA, también. Me refiero al hecho de que tanto la dirección de la asociación como los que aquí escribís habéis sido aquellos que acabasteis vuestros estudios, muchos los continuasteis en la universidad e hicisteis el tipo de trabajo que os gustaba. No me incluyo porque yo no acabé magisterio.
A lo largo de tantos años he pensado muchas veces en los demás, en los que no acabaron, en los miserablemente expulsados por la veleidad, antojo y capricho de los de arriba, en especial Navarrete Loriguillo. En mi curso y aledaños fueron expulsados, grosso modo, más de la mitad de los alumnos ¿Qué fue de ellos?
Me alegró saber que, por ejemplo, Manuel Verdera Casanova, que fue expulsado por ese cura, como así lo ha manifestado en esta web, pudiera seguir adelante en sus estudios, pero, me temo, la mayoría no tuvo esa oportunidad. Por eso, dentro del libro, me impactó la narración sobre dos compañeros de José Luis que yo no llegué a conocer, el de la pedanía de Peal de Becerro [página 375-378], del que no se dice qué fue de él tras la expulsión, y el feo del capítulo 32, el expulsado que acabó muriendo en el País Vasco de guardia civil. Curiosamente, no se mencionan sus nombres. Debería haber una lista de damnificados.
Yo también me acuerdo de los compañeros que, al ser suspendidos por D. Diego cuando terminamos sexto de Magisterio, no siguieron en el Colegio (creo que fue una taimada expulsión), que abandonaron sin ningún estudio reconocido, al no estar homologado el sistema educativo de la SAFA. Los tres alumnos a los que me refiero eran muy buenos amigos míos: Juan Rafael Gómez Torres (Juanri) era paisano mío, de Linares, y los otros dos Manuel González Moreno y Antonio Lánzat Muñoz, fueron elegidos por mí para el equipo de fútbol del que era capitán; Manolo como portero y Lanzat como defensa. De Manolo sé que era director en una sucursal bancaria, pero desgraciadamente murió hace poco; de los otros dos, y bien que lo siento, desconozco como transcurrió su vida. Valgan estas letras como homenaje de todos los que fueron obligados, por una u otra razón, a abandonar el Colegio.
Con tu comentario, amigo Alfredo, he revivido aquellos tristes momentos para todos los compañeros de mi curso. Pero mis recuerdos aún perduran.
Mi comentario solo pretendía conceder un poco de atención a los de la otra cara del espejo, a los perdedores, a los que sufrieron tanto o más que nosotros, pero al final no tuvieron una recompensa ni un reconocimiento ni apenas una mención. A los que nunca escribieron ni escribirán un libro sobre la historia de la SAFA.
No pretendía más y menos dirigir ninguna crítica a un libro que por lo demás me parece excelente y, más aún, necesario [y que he comprado conociendo su contenido, carajo].
Vi a demasiados compañeros llorando junto a la caseta del portero mientra esperaban a sus padres que se los llevaran a casa; conocí a los que le había quedado una asignatura en septiembre y, como consecuencia, quedaban expulsados. Y también al que recibió la orden: ‘Ahora mismo vas a tu cuarto haces la maleta y te vas’ por el mero hecho de haber visto ‘Dos mujeres’ con Sofía Loren.
Yo no los olvido, como tampoco olvido a los malvados que causaron tanto daño.
Sigo pensado que la historia la escriben los vencedores. Es así. Guste o no.
Muchas gracias, Juan Antonio, por tu artículo.
Aunque yo sea el firmante, el libro incorpora multitud de testimonios (a veces largas parrafadas, a veces un simple dato, siempre bienvenidos) de compañeros de distintas promociones, como hago constar en el capítulo de agradecimientos. Es, pues, una obra coral, y quizás por ello está siendo tan bien recibida entre los safistas.
Mi memoria, aún siendo documentada una y otra vez, seguro que tiene lagunas y fallos de cronología o de personajes o de atribuciones. Agradezco, por tanto, toda aportación. De todas formas, ya indico que el libro no tiene una línea cronológica, sino temática, y a veces, ni eso. Nació como un par de artículos escritos en la web durante el confinamiento, se fué estirando, estirando hasta pasar la sesentena, y al final los compañeros (y el editor) me convencieron para convertir todo este mejunje en un libro. Hemos recortado bastante, incluso fotos, para no pasarnos de las 400 páginas (y como puede verse, no lo hemos logrado).
He sido prudente con asuntos personales, y aunque he reflejado los nombres reales de los personajes (si observas, en los artículos de la web solo aparecía la inicial del nombre o del apellido) me he comedido en detalles que podrían resultar molestos o escabrosos. Y no, no es un ajuste de cuentas con la SAFA, a quien nunca agradeceré bastante la oportunidad que dió a un chaval humilde, sin padre, en un pueblo minero, sin futuro ni casi presente. Cierto es que pasé mis sinsabores, pero la perspectiva de la edad relativiza las amarguras de esos años (Y si te lees el libro de Eslava Galán, «Escuela y prisiones de Vicentito González», te das cuenta de que saliste bastante bien parado…)
Me doy por satisfecho si he ayudado a rellenar la memoria de los safistas. Y ojalá incentive a otros a escribir sobre este enorme legado común.