Recuerdos de la SAFA – 51: Don Doroteo y las manualidades

Recuerdos de la SAFA – 51: Don Doroteo y las manualidades

Tras varias clases y otros tantos estudios, la siguiente hora de la tarde estaba reservada a Actividades Complementarias. Nuestro Tutor seglar, Don Jerónimo, nos anunció que vendría el profesor de  Física, Tecnología y Manualidades, Don Doroteo Ocaña, para organizar dichas actividades, aunque normalmente tendrían lugar en otro sitio distinto. Apareció un profesor mayor, con gafas de culo de vaso, que hablaba en voz muy alta, y nos dijo que haríamos trabajos individuales y de grupo, y que para empezar debíamos hacer un dibujo a mano alzada de un objeto cualquiera, a lápiz, porque así podría saber el nivel de habilidades manuales básicas que traíamos.

Claustro de Profesores. En el centro, D. Doroteo Ocaña

A mí me sirvió de mucho el haber tenido las clases de dibujo técnico de Don Esteban, de la SAFA de Riotinto, y las de dibujo artístico que había hecho en mi pueblo cuando en mi último año en la escuela unitaria Don Tomás fue jubilado y mandaron a un maestro joven, que no pegaba tanto y que enseñaba mucho más.

Dibujo a lápiz. 1963.

Con un lápiz HB que tenía dibujé una calle de un pueblo cualquiera con una cierta perspectiva. No pude terminarla en tan poco tiempo, faltando algunos efectos de sombra y sin retocar los árboles, pero al verla Don Doroteo se me quedó mirando y me dijo “Dije un objeto, que pudierais ver… ¿dónde has visto tú este paisaje?”. Muy cortado, señalé mi cabeza y dije “Aquí”.  Me miró un momento y dijo algo así como “Bueeeeno…”, y pasó a otro.

No dio tiempo para mucho más porque él tenía que ir a por sus alumnos de Oficialía, que estaban en Talleres, y nosotros teníamos que esperar a nuestro tutor de internado.

A partir de ese primer día, D. Doroteo fue un profesor muy especial para muchos de nosotros. Delgado, siempre desaliñado, con gafas de gran aumento, mal genio y fumador empedernido, ese año nos dio clase de Física y Química y una hora semanal de Actividades Manuales. Al principio nos colocaba en la clase según nuestras notas, adelantando o retrocediendo nuestras posiciones, pero a partir de la vuelta de las vacaciones de Navidad dejó de hacerlo. Me enteré de que esa era su norma, pero el P. Prefecto no estaba de acuerdo y algunos tutores tampoco, por lo que abandonó su costumbre de hacía bastantes años.

Un día de clase a primera hora de la mañana, en un invierno gélido típicamente ubetense, llegó como de costumbre con su medio cigarro dentro de la boca y el otro medio fuera de ella, húmedo de saliva. Se le apagó tres veces, quizás por la humedad absorbida, y se cabreó, arrojando el cigarro contra la pared con tal fuerza que se quedó pegado a la misma. La carcajada fue monumental, incluso para él mismo.

D. Doroteo era, sin duda, un hombre serio, responsable, trabajador, autodidacta y muy inteligente: un “pozo de ciencia” en Física y Matemáticas, pero como en esta asignatura ya estaba como profesor titular Don Diego, tenía que completar horario con Manualidades, Tecnología y otras cosas que no eran lo suyo, pero nunca se quejó ni dejó de atenderlas con entusiasmo.

D. Doroteo Ocaña

A decir verdad, era imposible que pudiera pasar desapercibido. Verlo cargar su pipa constituía un espectáculo inolvidable. Cuando se le iba apagando, la atacaba presionando directamente la ceniza con el dedo pulgar, que lógicamente lo tenía medio quemado por las arriesgadas funciones a que lo sometía. A esto ha de añadirse que, por el uso constante de la tiza que sus explicaciones requerían, parecía un molinero más que un profesor. El yeso y el trapo de limpiar la pizarra le ponían las manos y la ropa de un tono blanquecino. Al atusarse el pelo, que lo llevaba más bien largo y le caía sobre las gafas, lo acababa de arreglar: otra vez vuelta a limpiarse las gafas, a cargar la pipa y a mancharse.

Aquella espiral de restos de tiza, ceniza y carboncillo de la pipa resultaba inacabable.

Mechero de martillo

Ciertamente, no prestaba la más mínima atención a su aspecto. Cuando terminaba de explicar daba unas palmadas para sacudirse el polvo de tiza, mordía la cachimba, se la ajustaba bien entre los dientes y volvía a encenderla con su mechero de gasolina marca “El Martillo”. A continuación se limpiaba las gafas y las huellas de ceniza, yeso y tabaco de las manos, dejando las marcas indelebles directamente en la americana, en los pantalones siempre caídos o en la camisa que, al estirar los brazos frecuentemente para escribir en la parte alta de la pizarra, se le salía del pantalón. Seguidamente, sin descansar un segundo, pasaba a preguntar cómo se construía un termómetro Celsius, cómo se calculaba la densidad y el volumen de un objeto o cuál era la fórmula de la aceleración de los cuerpos en su caída.

Al terminar la clase se le veía feliz, cansado y satisfecho. En definitiva, hacía lo que más le gustaba en la vida: enseñar.

Al salir de clase, su apariencia dejaba mucho que desear. Sus enormes zapatos abiertos formaban un ángulo próximo a los ciento ochenta grados. Sin duda, las huellas de la batalla librada contra la pizarra, la tiza, la pipa y nosotros, le convertían en un personaje realmente singular.

D. Diego Fernández

En 2º de Oficialía y más tarde en Magisterio nos dio Matemáticas (cosa que agradecimos infinito entre otras cosas porque el nivel de suspensos con D. Diego era estratosférico) y demostró ser un profesor rápido y con mucho oficio. Operaba con fracciones algebraicas a velocidad de vértigo. Nos explicaba la trigonometría como quien habla de la lluvia al amanecer, algo poético. Mientras batallábamos con las tablas de senos, cosenos, tangentes y cotangentes, Santi, un cachondo, le preguntó:

Don Doroteo, las tablas ¿hay que aprendérselas de memoria?

Él lo fulminó con su vozarrón:

¿Cómo que de memoria?… Hay que entenderlas, hombre, entenderlas!

Explicaba con pasmosa sencillez. Nos transmitía los conceptos con la rotundidad del que domina plenamente una materia. En una palabra: hacía fácil lo complicado.

Ese año, en Mayo, mes siempre dedicado a María, nos encargó como trabajo que hiciésemos una imagen de la Virgen en cualquier formato y en cualquier material, salvo dibujo sobre papel. Lógicamente, el modelo que a todos nos vino a la cabeza fue la Virgen oferente de la capilla del Colegio, de la cual yo hice un croquis inspirado en un libro devocionario que saqué de la biblioteca.

Como se podía hacer por parejas, mi paisano Nieves y yo decidimos hacerlo en madera, por lo que bajamos al Taller de Carpintería, que seguía operando aunque ya no se impartían clases, y le pedimos a D. José Calles, el profesor encargado, un trozo de madera y algunas herramientas, explicándole el motivo. Al saber que era para D. Doroteo todo fueron facilidades. Nos dio un tablón de madera de olivo de buena calidad y nos explicó los rudimentos de cómo trabajarlo. Incluso nos permitió que bajásemos al taller en nuestras horas disponibles y él nos ayudaría. Al final nos salió una talla mitad bajorrelieve mitad moldura, donde reproducíamos de alguna forma remota la virgen de la iglesia de la Escuela. Para disimular los fallos de talla, le pasamos un soplete para quemar los filos y aparentar vejez, y nuestra torpeza casi nos deja sin Virgen.

Sagrada Familia forja Maestro Tiznajo

Otros compañeros, que estaban en Ajuste, se acercaron al taller de Forja y consiguieron la ayuda de D. José, el Maestro Tiznajo, con quien ya habían hecho algunas cosas, y que les ayudó a hacer un perfil de la Sagrada Familia parecido al que él mismo había hecho para el Colegio de Primaria, con lo que triunfaron por goleada ante D. Doroteo. Lógicamente cambiaron algo el croquis que el Maestro Tiznajo les había dado para que no pareciese igual, pero de todas formas se veía su mano.

Al comenzar el mes de diciembre nos planteó la  realización de una tarjeta navideña para mandarla a nuestras casas antes de las vacaciones, que debería tener parte dibujada y parte construida con otros elementos. Dado que sólo teníamos materiales de papelería todos nos pusimos a ingeniar una postal con cartulinas de diversos colores. El dibujo era evidente en aquella época: un portal de Belén, claro. Por entonces, Papá Noel ni estaba ni se le esperaba ni tampoco otros elementos navideños como el árbol de Navidad, que era cosa que veíamos en algunas películas americanas. Así que diseñamos el portal y nos pusimos a mejorarlo con cartulinas pegadas.

A mí se me ocurrió hacer la postal tipo cuadernillo, de forma que al abrirla el portal se desplegase y pareciese real. El primer intento fue un desastre: calculé mal el giro y una vez pegadas las paredes del portal, la postal no se abría. Corregido el fallo, a la segunda, el portal se abría más de un lado que de otro, por lo que los perfiles de las figuras se tapaban unos a otros: la mula y el buey no dejaban ver al Niño Jesús. A la cuarta o la quinta conseguí que aquello pareciese un portal tridimensional. Don Doroteo me dio su visto bueno y me dijo: “Ahora mételo en un sobre de la SAFA y se lo mandas a tu familia”. La intención era buena, pero entonces me di cuenta de que no había pensado el asunto de las dimensiones, y la postal no cabía en el sobre color manila que nos daban…

En el recreo de la tarde, donde coincidíamos todos los grupos, fui a preguntarle a mi paisano Joaquín que estaba en Maestría, todo un veterano en materias del colegio, dónde podría conseguirme un sobre más grande. Me dijo que no me preocupara, que él se haría con uno grande, de los de papel manila que usaban en los talleres para archivar los croquis. Cuando supo que era para un trabajo de Don Doroteo, me preguntó, con sorna:

-¿No sabes lo de Don Doroteo y el pan de higos?

No, – dije yo – ¿qué es eso del pan de higos?

Como sabes, a veces en la merienda, en vez de una jícara de chocolate o una torta –cosa rara- nos dan un trozo de pan de higos.

Que está malísimo y muy duro, contesté.

Exacto, y que las supuestas almendras que tiene incrustadas más parecen piedras del río.

Pues sí, yo normalmente tengo mucho cuidado en no morderlas y cuando detecto una me preocupo de arrancarla y tirarla.

Haces bien. Bueno, pues cuando yo estaba en 2º,  hace ya varios años, tuve un compañero –al que por cierto expulsaron al año siguiente, no por esto que te voy a contar, sino por suspender Matemáticas – llamado Paco, de La Puerta de Segura, que era un cachondo. Y no se le ocurrió otra cosa que fabricar con el pan de higos de varios de nosotros un tocho que imitaba perfectamente una cagada de gato.

¿Y para qué?

Pues ni más ni menos que para meterlo en el cajón de la mesa de profesor de Don Doroteo.

Yo me espanté, y esperé al desenlace:

– Al empezar la clase, como siempre, Don Doroteo abrió el cajón para sacar el cenicero y su libreta de notas. Los que estábamos en el ajo estábamos expectantes, a ver qué pasaba… Don Doroteo se encontró con el chisme, y con su natural miopía lo sacó para observarlo… Se hizo un silencio sepulcral en el aula, y entonces dijo:

– Lo que no sé es cómo ha conseguido el animalico meterse en el cajón.

Tiró el zurullo a la papelera y siguió la clase.

 

(Continuará…)

 

Autor: José Luis Rodríguez Sánchez

Presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos de Magisterio de la SAFA de Úbeda (AAMSU)

4 opiniones en “Recuerdos de la SAFA – 51: Don Doroteo y las manualidades”

  1. Don Doroteo Ocaña fue un gran profesor, casi paisano mío, de Beas de Segura. Nunca olvidé a ese hombre tan peculiar como excepcional, y jamás le he dejado de agradecer lo que me enseñó (ya sabéis: ico el más rico; oso el más menesteroso; sufurico y sulfuroso… ). Gracias, José Luis por haberte detenido en este gran hombre.

  2. Don Doroteo, un genial y magnífico maestro. Lo describes muy bien, hacía fácil lo difícil. Recuerdo sus clases de lengua en donde utilizaba toda clase de artimañas para hacerla atractiva. Se le iluminaba la cara cuando algún alumno se ponía con él a razonar las matemáticas. Lo tuve el primer curso de preaprendizaje, uno de los recuerdos más gratos que tengo de la SAFA. Gracias, me ha gustado.

  3. Soy quizás el alumno más antiguo de la Safa yo llegué a conocer al señor que habia en la portería del colegio a Fernando hijo mío a D. Juan Pascuao mi profesor al Directo Él padre Francisco Hermoso este marchó a las misiones y quedó su hermano Juan y al padre fundador

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