Por Mariano Valcárcel González.
Hermano en Cristo:
En realidad puedo tratarle de hermano, ya que yo, todavía, pertenezco a la grey del Señor por bautismo (y no he apostatado). Así que habrás de admitir mi fraternal encabezamiento.
Como he puesto, es usted un devoto practicante y, por ello, se supone un convencido de la doctrina que defiende y de la aplicación y práctica consecuente a la que le debe obligar ese convencimiento. Yo, en principio, no tengo nada que objetar ni a su adscripción religiosa ni a su práctica (sea privada o pública). En materia de creencia, uno debe ser escrupulosamente tolerante.
Claro que, mire usted por donde, entiendo que debiera existir un movimiento bidireccional y recíproco tal, que la tolerancia fuese exigida y practicada por ambas partes, las creyentes o las no creyentes (o creyentes en aspectos diferentes y aún contrarios). Y es ahí, creo yo, donde la realidad observada choca con lo que fuese deseable. No; no me voy a enfangar en lo que significaron siglos de influencia y poder de la Iglesia Católica en España; ni siquiera de los años de ordeno y mando, que fueron los del nacional-catolicismo, impuesto con las botas del general que, para compensarlo, permitieron ustedes que entrase bajo palio (cual el mismísimo Santísimo Sacramento ‑pura y real blasfemia‑) en catedrales e iglesias. Eso pasó y ahí quedaron las ganancias.
Por cierto que, cuando escribo lo de Iglesia Católica de España, me entra cierta duda de a qué Iglesia me estoy refiriendo, pues me da que no es al mismo Cristo al que se invoca y adora en Madrid que en Barcelona, por poner un ejemplo. Si los pastores y la grey de cada zona y territorio consideran que ellos tienen un hecho que los diferencia de los demás, están en realidad diferenciando todo el fundamento que existe en los Evangelios. O sea, que los curas no ofician ni trabajan por igual e idéntica advocación (y, por tanto, no es al mismo Dios), según en qué parte de España lo hagan. Esto ya de por sí debería hacernos pensar a todos.
Otra cosa que siempre me causa estupor es la consideración del fondo y de la forma, de la creencia y de la práctica, de la doctrina y del rito, a veces tan manifiestamente opuestos o contradictorios. Ya sé que usted es muy creyente y que la manifestación de ello es la práctica y asistencia a ritos, ceremonias y actos que lo exteriorizan (además de hacerle afirmar su pertenencia a la comunidad de fieles); pero me entran dudas de si todo su fundamento religioso se queda en eso, en lo meramente exterior y rutinario; pero, luego, nada de ello se traduce en la interiorización personal de los significados y de las simbologías, de las palabras y de los escritos; en suma, de la comprensión del mensaje.
Me temo que tal vez le sea muy exigente al plantear lo anterior. Que pretenda que usted se replantee su forma de vivir su creencia, para acercarlo a extremos de fundamentalismos duros de practicar. Lo siento, de acuerdo; todo el mundo no es ni buen samaritano ni misionero; menos, todavía, mártir. No lo somos; admitámoslo. Sin embargo, detecto en usted, o en los que le rodean, una irrefrenable tendencia a imponer a los demás parte de las creencias y costumbres que se derivan de ciertas interpretaciones, más al pie de la letra que del fondo de la doctrina católica o de lo que predican y acatan los grupos más intransigentes, añorantes del estado de privilegio absoluto que la Iglesia Católica Española vivió tiempo atrás.
Todavía queda difusa en usted la separación y diferencia que deba existir entre la pertenencia y práctica religiosa (que yo defenderé siempre que pueda, como derecho humano que tienen todos los ciudadanos, y al que no se debe atacar ni denigrar) y la pertenencia cívica a una sociedad plural que se rige por sus propias leyes, emanadas de las instituciones civiles y no confesionales. Dentro de ese esquema legal, sabe usted que se ha admitido la existencia de partidos políticos muy afines a su religión (genéricamente denominados cristianodemócratas, y, fíjese, en el calificativo inicial). que le permiten influenciar en la vida civil según su ideario. Todo ello es legítimo. Mas no lo es el tratar de imponer, en base a la costumbre, la identidad, el espíritu nacional o cualesquiera otros argumentos (incluido el de la mayoría confesional más o menos practicante), aspectos que solo y únicamente les atañen a ustedes y a sus creencias (o a sus conciencias). Esto se sigue practicando.
Le ruego, pues, que tenga respeto por el estado de derecho y por la formulación constitucional que, de aplicarse debidamente, dejaría como aconfesional nuestro ordenamiento legal. Aconfesional, que no quiere siquiera decir laico, pues el laicismo desterraría cualquier traza de organización religiosa en nuestra sociedad, lo cual no ha sido ni es así. Y, en la defensa de sus derechos como sociedad organizada, están ustedes amparados (y, sí, en la exigencia de ello).
Ahora, buscar las formas de imponer leyes que son más creencias que derechos, o de derogar o entorpecer la marcha de las que pudiesen estar en contradicción con su doctrina, es simplemente un intento claro de volver a las andadas, de ser los dictadores e impositores de la fe, la doctrina y la moral católica a toda la sociedad civil, sin excepciones ni discriminación alguna. Y esto, en fin, no lo creo muy democrático. Y fíjese; ni entro en el espinoso tema del Concordato, ni en el de los registros masivos de propiedades (o sus exenciones de impuestos), ni en el de los colegios y enseñanzas concertadas y beneficiadas de dinero público. Pero, en lo que atañe a las conciencias, por favor, no se nos impongan; que creo ya que bastante tiene cada uno de ustedes en hacerse cierto examen de la misma y sacar, a la luz de la fe, la doctrina y la comunidad cristiana a la que dice pertenecer, si están obrando de acuerdo con todo ello o son, como ya quedó escrito, meros sepulcros blanqueados.
De la cuestión sexual, mejor ni hablar, ¿no es cierto? Porque me temo que sea un tabú demasiado fuerte de superar. Aunque este apartado merecería un escrito específico, o un intercambio de opiniones muy amplio (lo que veo difícil).
Quede usted con Dios.