Por Salvador González González.
No soy lingüista, para analizar los léxicos, su origen y/o etimología; de ello, Berzosa nos puede poner al día (merecería la pena hacer una recopilación con todo lo que al respecto nos viene mostrando como auténtico experto). Pero, al hilo de lo mucho que se viene hablando y publicando, quiero reivindicar esta palabra en mayúscula para designar a aquel cuyas inclinaciones de ámbito orgánico, porque nace desde dentro, es decir, por razones endógenas, tiene una inclinación invertida (de ahí otro de los términos empleados, “invertido”, aunque igualmente hoy poco en uso) hacia el sexo opuesto. Es decir, el “Sarasa” creo que nace con esa inclinación; no se hace. Esta palabra la recuerdo con cierta nostalgia porque, de pequeño, la empleábamos para designar a aquellos compañeros a los que ya se les veía e intuía que venían con esa predisposición a intentar vivir y hacer lo que las niñas hacían, las copiaban en casi todo, tenían unas maneras propias de ellas (de ahí, el término “amanerado”, también en desuso en la actualidad).