Por Mariano Valcárcel González.
Dear friend:
Espero que te traduzca esta carta alguno de esos hispanos indeseados que pululan a tu alrededor y que te rodean en una amenaza continua.
Quedé verdaderamente asombrado ante el resultado electoral de tu país, más por lo inverosímil del mismo que por quien al fin fue elegido como presidente (pues quien se presenta a unas elecciones pretende ganarlas). Para un europeo (los españoles lo somos, aunque tú lo ignores), hay ciertas cosas que son difíciles de entender.
Se entiende que esa mayoría de blancos, a los que tú perteneces, se sintieron identificados con las propuestas y hasta con el personaje presidenciable. Sois los que creéis en el Dios, Patria y Familia como principios inmutables y básicos, no solo de creer sino de seguir y practicar. Claro que habría que matizarlos, pues uno conviene más que otro según el caso; por ejemplo, el de Familia os lo tomáis con bastante relatividad (a no ser que siendo multimillonarios, como Trump, podáis acoger a todas vuestras ex y vuestros hijos habidos con unas y con otras, lo que no es caso frecuente) y el divorcio está a la orden del día y el abandono y la escasa protección de los hijos es cosa muy común ahí.
Lo de Patria sí que impera, pues la omnipresencia de la bandera es patente hasta en la más decrépita vivienda donde muchos habitáis. Barras y estrellas en las que os envolvéis con cualquier excusa y os son signo inequívoco de identidad. Dios también está presente en todos y cada uno de vuestros poblados, donde no faltan alguna o bastantes iglesias cristianas de las diferentes sectas, antiguas o modernas, que allá se aposentaron e incluso se fundaron. La pertenencia a la Comunidad se mide más por la inclusión en alguna de esas iglesias que en supuestos cívicos laicos; cualquier religión es practicada casi sin trabas (lo que es buena señal de inicial tolerancia), aunque cada vez eres más reticente ante el islam; pero es cosa que ahora sucede en todas partes.
El componente racial lo tienes muy presente, en la seguridad de la superioridad del blanco, pero que ahora se ve amenazado por el aumento demográfico de negros; con la proliferación de la inmigración del Sur, también temes a los hispanos que, sin embargo, fueron muy útiles como mano de obra barata y dócil. Ten presente que ese miedo, por ejemplo a la delincuencia y a la droga procedente del sur, lo alimentaron quienes se aprovecharon (y aprovechan) de ello, que también son blancos. Y hablando de supremacía racial, el supremacismo blanco tiene origen supuestamente bíblico o, al menos, así te lo han hecho creer como otras tantas cosas que se dicen están ahí, en la Biblia, escritas… ¿Te has parado a pensar que esos libros sagrados los escribieron los judíos, que en puridad no son blancos?
Para asegurar tu vida y la de los tuyos, no dudas en tener en casa un buen arsenal de armas de fuego. Te crees en tu derecho a hacerlo, derecho constitucional que has declarado inviolable, a pesar de que, tal vez, está causando más perjuicios que beneficios; pero ni siquiera una limitación ponderada del tipo de armas que tener es tema a admitir. Te sientes orgulloso con el peso de ese revólver al costado, como imaginas pasaba en los tiempos bravos del Lejano Oeste.
Vives de la añoranza de tiempos relativamente recientes (pues la historia de tu país es más bien corta, si no tienes ‑y no lo tienes‑ en cuenta la de los pueblos autóctonos que sí fueron los auténticos dueños de esas tierras), idealizados; y este sueño irreal te lo ha vendido un alemán trapacero.
Te prometió el oro y el moro y te lo creíste, porque era hombre blanco, anglosajón y protestante, tu identidad al fin y al cabo, y además era inmensamente rico, un triunfador como tú hubieses querido ser, un ejemplo de lo que brinda el sueño americano. Te abrió los ojos o confirmó lo que tú ya sabías: que el indio mejor muerto que vivo, que el hispano mejor al otro lado de la valla que se iba a construir, que el negro en lo de siempre (y menos todavía en la Presidencia de Estados Unidos), que el islamismo hay que destruirlo si no es de ningún país petrolero, que los que hablaban de socialismo eran rojos peligrosos, que iba a acabar con cualquiera que se enfrentase a tu poderoso País, sin miramientos, que también acabaría con los políticos profesionales de Washington, y con el poder de Wall Street… Te cantó la canción que a ti te gustaba, te alagó el oído y, como en esas sectas que proliferan en tu tierra, acabó seduciéndote, abduciendo tu escasa inteligencia de blanco pobre y apaleado. Pero orgulloso de serlo. USA volverá a su grandeza. ¿No te suena que eso ya lo prometió otro alemán para Alemania y del modo en que acabó tal promesa?
Va a empezar una presidencia que, en teoría, te debe beneficiar, según promesas; pero fíjate quienes van en ese lote, si son gente de tu casta o son en verdad los que formaron parte de esas multinacionales que te quitaron el empleo, que deslocalizaron las empresas y fábricas que había en tu zona, que ganaron millones a paletadas especulando; ¿tú crees que un millonario hará algo por un mindundi como eres y, si algo hace, no se cobrará con creces el favor…?
Todo no consiste, ni consistirá, en llevar la bandera de un lado a otro subida en barcos, pintada en aviones, o lanzada en cohetes de alcance continental atiborrados de bombas nucleares. En esa terrible promesa hay un germen de locura y destrucción que puede alcanzarte, porque no recuerdas que haya habido en tu tierra guerra alguna (salvo la fraticida del diecinueve) y te crees a salvo y siempre protegido de ello. Piénsalo.
En fin, dear friend W (blanco), AS (anglosajón) y P (protestante)*, te deseo lo mejor para ti y los tuyos, que debe ser lo mejor para tu país y también lo mejor de los ciudadanos del mundo.