Por Jesús Ferrer Criado.
A las once y media de la mañana del día tres de octubre de 1954, en el andén de la estación de Huércal, se presentaron, con minutos de diferencia, tres grupos de personas mayores, escoltando cada grupo a un niño. Uno de aquellos tres, el más pequeño, era yo. Un niño repeinado y nervioso que atendía resignado las infinitas recomendaciones de los mayores, mientras él miraba insistentemente los números romanos del reloj de la estación. Habíamos llegado con tiempo.