Sabina, 2

La segunda parada es en la Corredera de San Fernando, junto a la torre octogonal y frente al bloque de pisos nº 15. Aquí es donde se mudó Adela y su marido, que después se irían a Madrid a una residencia a cargo de su hijo Joaquín. Sabina no suele decir en sus memorias que vivió en esta casa, porque no tiene grandes recuerdos de ella. Nuestro guía no se acuerda bien si es el piso derecho o el izquierdo de la segunda planta, por lo que expresa jocosamente que hoy dirá izquierdo y en la próxima visita será derecho, qué más da.

Entonces lee las Odas elementales de Joaquín Sabina, en las que relata los recuerdos de su padre, afirmando que hacía múltiples poesías. Refiere algunos ejemplos, como las que compuso con motivo de la instalación del teléfono en su domicilio particular: “Hemos pedido el teléfono”; después de un mes, otro poema: “No nos han puesto el teléfono en la vida”; y al final: “Ya tenemos el teléfono”; y todos reímos; incluso, hizo memorias de futuro en verso, porque ya se le había acabado el presente y describe, ya con su alzheimer incipiente, un concierto que celebrará Joaquín Sabina en el Salón Laguna, juntamente con Osvaldo Rodríguez. También lee la graciosa y esperpéntica carta que manda (en verso) el padre de Joaquín al CIR (Centro de Instrucción de Reclutas), donde estaba haciendo la mili su hijo; y la contestación, en los mismos términos, de Sabina a su progenitor, que por entonces ya vivía en el piso de la Corredera, puesto que su madre, Adela Sabina del Campo, ya no podía manejarse en la casa de la plaza Primero de Mayo; y con una graciosa postdata, de la que entresaco su última frase: «¡Viva el heroico cuerpo de correos!», por lo que todos volvemos a reír…

Aurora Jódar, una destacada docente canenera que ejerce sus buenos servicios en Úbeda, cuenta sus recuerdos de juventud cuando Joaquín Sabina veraneaba todos los años en el famoso y concurrido Balneario de Canena (que entonces tenía forma de oreja), donde cantaba. Traía una aureolada fama de rebelde, pues se contaba que se había fugado de la mili, que había estado en Londres y que flirteaba con la famosa inglesa, hija del dueño del Castillo de Canena. Afirma Gordillo que Sabina se ha vuelto a encontrar con ella en Argentina. Hoy en día, solamente queda intacta la parte de las duchas, pues lo demás se ha reformado. Juanjo aclara que han intentado ponerse en contacto con ese escenario sabinero, pero hasta la fecha no han tenido suerte.

Y nuevamente marchamos por las calles principales hasta que llegamos a la calle Ancha y en un recodo que hay a la mitad, exactamente en el número 21 actual, es donde hacemos la tercera estación. Allí se encontraba la Tasca “El Chinarrale” de Paco Castro, en la que no se pagaba por lo que se consumía, sino que cuando te marchabas dabas lo que creías conveniente. Era un bar servido por voluntarios, con música a lo largo de toda la tarde. Cuando Joaquín vino de Londres, se reunió allí. Le gustaba cantar rodeado de familia y amigos. Interpretaba cualquier canción que le gustase o pidiesen. Juanjo refiere el concierto en los Jardines de la Loma con Sabina y Osvaldo Rodríguez. Éste era un cantante chileno, exiliado de Pinochet y que tenía un disco publicado. Fue contratado por la Asociación Cultural Aznaitín. La entrada costaba diez pesetas de entonces. Cuando acabó el concierto, se obtuvieron 20 000 pesetas; entonces, Joaquín, las cogió íntegras y se las dio a su amigo Osvaldo. Sabina no ganó ni un duro en ese concierto. «Esa era (y es) la medida de su amistad», apuntilla Juanjo.

Ahora habla otro componente del “Colectivo Peor para el Sol”, Agustín Cabrera ‑que ha puesto música en un radiocasete, con las canciones de Sabina de entonces‑ nos cuenta que en 1970 Joaquín se autoexilió, pero, como no tenía pasaporte, no pudo salir inmediatamente del país; pero conoció a un hombre llamado Mariano Zugasti que, tras unas horas de conversación, le cedió el suyo. Con nombre falso, puso rumbo a París ‑donde pasó unos meses‑ y, posteriormente, a Londres. Allí colaboró con el Club Antonio Machado, uno de los centros frecuentados por emigrantes y exiliados y se ganó la vida cantando en el metro, restaurantes y cafés. En 1974, según una de las anécdotas más divulgadas sobre su vida, actuó ante George Harrison, que celebraba su cumpleaños en un bar local llamado Mexicano-Taverna. El ex beatle le dio una propina de cinco libras, no sabe si para que se fuera o por otra razón diferente.

En 1976, publicó el libreto de canciones Memorias del exilio y comenzó a organizar conciertos para la colonia de exiliados españoles en Inglaterra, en los que actuaron, entre otros: Paco Ibáñez, Lluís Llach, Francesc Pi de la Serra y Elisa Serna. Estos versos constituirían el grueso principal, dos años más tarde, de su primer disco Inventario.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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