Con la Iglesia hemos topado

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Por Mariano Valcárcel González.

«Con la Iglesia hemos topado, Sancho», se cita sobre un comentario de don Quijote a su escudero, pero que no se ajusta al significado y trasfondo del dicho original, porque este encuentro con la Iglesia, ahora sí referido a la Iglesia Católica (o no), lo contemplamos como un encuentro fatal, que habiéndose producido podemos darnos por seguros de que el intento o suceso se interrumpirá o frustrará. Toparnos con la Iglesia es dar por inútil cualquier intento.

¿Y cuando la Iglesia topa consigo misma?, ¿y cuando es dentro de su mismo seno cuando se producen las mayores resistencias ante cualquier iniciativa, con quién se topa entonces?

Es lo que le está pasando a este papa importado de Argentina, a este cardenalicio jesuita que puso como estandarte de su pontificado al humilde Francisco de Asís. Este papa ha topado con su propia Iglesia; con seguridad, si no es toda su Iglesia (que me rebatirán de inmediato) sí que es la que durante siglos realmente ha manejado los hilos y riendas de esta enorme sociedad llamada Iglesia católica.

El inmenso conglomerado histórico institucional y burocrático de esta Iglesia, tantos siglos afianzado y asegurado en Roma, constituye una maquinaria preparada y pensada solo para asegurar este funcionamiento bajo determinados parámetros y para servir a ciertos intereses que se van relevando, pero que, en realidad, son los mismos de siempre; antes eran las familias nobles, principalmente italianas o romanas, y ahora pueden ser las afines al capital, a la plutocracia e incluso (y no sería imposible) a la mafia. Eso sí, fundamentalmente italianos.

El monstruo es de tal envergadura (identificado fundamentalmente con la curia y otras ramificaciones imbricadas en esta) que, los pocos papas que se han atrevido a removerlo o se han acabado integrando en el sistema, o han hecho luego la vista gorda, lo han pasado realmente mal (incluso han podido temer por su propia vida). Hasta bien entrado el siglo XX, los papas procedían de este club selecto italiano y, cuando luego no lo fueron y anunciaron cambios, se encontraron con una oposición claramente directa.

Francisco lo tiene muy mal.

Como toda sociedad jerárquica, la máxima preferida ante situaciones controvertidas es la de lavar la ropa sucia en casa. Siempre ha dado muy buen resultado, porque realmente eran muy pocos los trapos que se lavaban y cuando ya no había más remedio por el peligro de escándalo o por el fuerte peligro en sí para la misma Iglesia. Entonces se agarraban algunos y se les hacían tiras, trapos para fregar con ellos o fabricar papel. Pero esto fue la excepción, que la norma fue tapar los escándalos, las barbaridades y hasta los actos criminales. Algunos fieles, ingenuos ellos, aceptan esta situación como necesaria por el bien de la Iglesia, no comprendiendo que se les utiliza para el bien exclusivo de unos pocos.

La regeneración de la Iglesia siempre ha sido forzada por los acontecimientos y ya cuando el desastre es palpable (recordemos el por qué se produjo la Reforma). Ahora, desde el Concilio Vaticano II, hemos asistido a una lucha sin cuartel por el cambio y la renovación y ésta se ha producido más en lo superficial que en profundidad. Un papa que quiere cambios sustanciales en la imagen y en el espíritu de su Iglesia empieza a sufrir la realidad del enemigo que tiene dentro y que no lo va a dejar realizar sus planes, si no consigue este papa dar un fuerte golpe de autoridad (contando con los necesarios y fieles colaboradores, cosa que viene siéndole difícil). Por lo pronto, cediendo ante las poderosas órdenes ultraconservadoras y retrógradas, tiene pocas probabilidades de triunfo (y puede que termine tentado de salir pitando, como su antecesor en el cargo).

Los casos de pederastia y otras barbaridades del ramo no se arreglan con mirar hacia otro lado, cambiar al criminal a otro sitio o llanamente tolerarlos sin más, que son los que hacen daño en la opinión pública; aunque, en realidad, los que hacen más daño son los evidentes de acumulación de riqueza y de ostentación de opulencia en disfrute de particulares (algo que los altos curiales contemplan como de derecho divino, por lo que se ve), la malversación o desviación de fondos realmente sagrados, pues sagrado era su destino (¡qué más sagrado que el socorro de los desfavorecidos!), y tantas cosas como están saliendo a la luz en unos casos, porque los afectados o víctimas ya no se callan y, en otros, por turbias maniobras que tal vez pretendan la desestabilización y el desprestigio del propio Francisco (o su rendición incondicional).

El caso del ecónomo de Astorga es paradigmático; un sujeto que entendió la carrera eclesiástica como tal, una mera carrera en la que ascender y llegar a altas posiciones bien compensadas. Hombre de lujos demostrados, en el que el voto de pobreza no entraba en sus obligaciones (ni en las del grupo al que pertenecía); ahora sale por peteneras, aireando el descontrol “controlado” que hay en las finanzas vaticanas… ¿A quién beneficia este vengador cura español? (No me lo digan, por favor).

Y el caso es que muchas de las noticias que ahora salen a la luz ya se sabían o se intuían; que la maldad del vulgo es proverbial. Pero no se decían en alta voz, porque era mejor el silencio.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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