Da que pensar

Por Mariano Valcárcel González.

No puedo juzgar a nadie, tras el suceso acaecido en el instituto de Barcelona.

Sorprendidos quedamos todos, estúpidamente sorprendidos, colgados de aquello de que acá en España (o Cataluña, si acotamos) nunca se había dado tal caso. No, no se había producido nada semejante; que cayera muerto un profesor, que se hiriera a otra y a algún alumno a manos de otro alumno eran cosas inéditas en nuestra tierra.

En USA sí, casi lo normal, pues no hay trimestre que no surja alguna noticia de este tenor… ¡Claro, allí la cuestión de las armas, tan permitidas, tan a mano, no podían dar sino pie y motivo! O en otros países, pues que a veces salen casos semejantes, por cosas de sus libertinajes, sus culturas tan faltas de valores, sus sociedades tan desencajadas…

No pasaba por nuestra cabeza lo que inevitablemente sucedió. Y menos todavía la sinrazón, si es que encontramos razones para matar. Voy para allá, con mis armas primitivas, y me cargo a la profesora de castellano y luego a quien se tercie, y cumpliré mis deseos, mis expectativas, me saciaré de odio y lo lograré expulsar… ¡Quien sabe lo que pensaba el chico, de trece años, o la madeja de confusión que anidaba en su mente! ¡Quien sabe en qué mundos estaba atrapado ya!

Sucedió. Cabe pensarlo con detenimiento. Buscar culpabilidades puede ser injusto, mas también es injusto el no buscarlas, sobre todo para el hombre muerto, pobre, que acarreaba sustituciones a sus espaldas y con ello inestabilidad, provisionalidades, tal vez decepciones y sinsabores demasiado frecuentes (los que hemos sido interinos sabemos algo de ese peregrinar). Tal vez, en ocasiones, maldijese la hora en que le había tocado ir a tal centro, con tales alumnos o con cuales compañeros. Pero nunca, nunca, pensaría que ese día nefasto debía ser el último para él.

Deberíamos pensar cómo andamos en este tema tan espinoso de las relaciones entre los niños, los adolescentes, los jóvenes y los demás, empezando por los padres y llegando hasta los profesores. Pero hay que empezar por los padres. Esta es una asignatura pendiente de aprobar que cada vez se está convirtiendo en una de esas insalvables, de las que nunca se aprueban. ¿Adónde se ha llegado? Yo diría que a la nada. Permitidme que desgrane un poco este punto, empezando por decir que hay y existen padres que ejercen sus responsabilidades sin temblarles el pulso. Pero cada vez más el pulso tiembla, fallece el ánimo, o no se quiere ni intentar tal cosa. Y los resultados saltan a la vista.

Muchas veces, en el seno de la propia familia, hay prioridades que dejan al lado otras que deberían ser principales. Los padres han de trabajar. La estructura sociolaboral impone horarios y decisiones que relegan al niño a un lado, casi como estorbo con el que no se sabe qué hacer y al que hay que tener empleado en algo, como mal menor, que a veces ni merece eso. Y luego, los horarios y las obligaciones e incluso las diversiones y las realizaciones como personas que lo son, de los mayores, relegan todavía más, para otra ocasión, para el momento oportuno, el contacto y el diálogo que debiera existir entre los miembros de esa familia que en realidad ya casi no existe. Y no hay ni interés por relanzarlo, que a todas las partes ya le cuesta y es más cómodo el continuar… ¿Qué se sabe de los chicos?, ¿qué se conoce realmente de ellos?, ¿o es mejor no saber para no mojarse?

La responsabilidad paterna, he leído con acierto, se ha intentado derivar hacia la escuela, pero es que tampoco eso es verdad, pues, si desde ahí se intenta ejercer alguna responsabilidad y autoridad, puede ser que de inmediato esos irresponsables padres se sientan autorizados para anular el poco ejercicio que se haya tratado de aplicar. Porque la realidad les indicaría, así las cosas, que ellos, los padres, carecen del mínimo interés por educar y saber la realidad de sus hijos. Llamarles la atención desde la escuela es una afrenta directa.

En mis años de docente, me he encontrado de todo. He de decir que, en general, bueno y mejor; que ha sido bastante frecuente sintonizar con las familias; y que, a veces, hasta uno ha debido moderar el celo intervencionista de unos padres muy pendientes de sus críos. Mas los casos en que me he visto envuelto en polémica paterna han sido casi siempre desagradables, desmotivadores y frustrantes. Más por culpa de los progenitores (o alguno de ellos) que de los propios críos. Cuando quieres hacerles razonar y les muestras sus propias contradicciones, y con ello su verdadera cara ‑cara que no aceptan‑, pues te das contra un muro y suerte tienes si puedes salir del problema sin daño; que no es el primer docente ni la primera que ha sufrido hasta en su físico los “razonamientos” de tan amorosos padres. Es ahí donde todo, entonces, falla; empezando por la propia autoridad (?) académicodocente que, subordinada a una administración educativa más política que eso último, se encuentra con las trabas, los peros, las normas descerebradas y los teatrillos de cara al voto de los políticos y sus beneficiados, y no tiene ni ánimos ni instrumentos necesarios para remediarlo.

Nada nos libra de un caso aislado que no se pueda ni prever ni evitar; cierto. Pero ¿no hay modo de detectar ciertas evidencias que nos pongan alerta?, ¿ni en el propio hogar donde se supone que el sujeto pasa más horas y donde tiene sus pertenencias y donde manifiesta su conducta…? No. Es así de simple y de terrorífico.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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