Síndrome de Diógenes

Por Mariano Valcárcel González.

Paso algunas veces frente a una vivienda, de la cual casi siempre observo su puerta no cerrada del todo; más bien está como atascada, sin poderse cerrar. Nunca he intentado abrirla o cerrarla; todavía menos cuando con una inspección visual somera se entiende el porqué.

Por la estrecha abertura que queda, se ve salir, como si quisiese escapar, un revoltillo informe de objetos mugrientos, apelmazados y apretados unos contra otros, formando una muralla desde abajo arriba, muralla que uno no sabe si es para no dejar entrar o para no dejar salir.

Poco observador hace falta ser para darse cuenta del estado de conservación lamentable en que se encuentra el inmueble. Todo indica abandono. Curiosamente, alguna vez he encontrado la puerta cerrada; lo que señala que en esa casa habita alguien… ¿Pero quién?; no sé, yo nunca lo he visto.

Sea quien sea quien more ahí, no se debe encontrar en las mejores condiciones, ni físicas ni psíquicas. Que arrastra lo que se viene en llamar como síndrome de Diógenes,lo tengo por seguro. Intuyo que tal como se percibe la entrada, así debe encontrarse el resto de la vivienda, lleno de mugre que invadirá pasillos, escaleras, habitaciones y patios, si los tiene. Me viene a la memoria un caso, que leí sucedido en la ciudad de New York, sobre una casa donde vivían creo que dos hermanos y que llegó, digámoslo así, a fagocitar a sus dos moradores. Cuando por fin penetraron en la misma, hubieron de practicar un amaso de túnel entre la masa de material apelmazado por los años, principalmente papel de periódicos o libros y allí habían quedado los dos atrapados y momificados.

El peligro pues estriba en que, en cualquier momento, en esa vivienda puede pasar una desgracia, que puede salir ardiendo en tremenda fogarada, que las ratas, insectos y parásitos pueden ser foco de enfermedades virulentas, que se derrumben tabiques o cedan vigas y el inmueble se venza sin remedio. No escribo ya del estado de la persona que la habita, que no debe ser precisamente muy aceptable. No tengo ni idea de que esto sea conocido o haya sido inspeccionado por los servicios municipales competentes (que serían varios), ni siquiera si la vecindad lo ha denunciado.

He escrito que tendrá el síndrome de Diógenes.Pero yo creo que esto es una mala definición de la patología, pues el tal Diógenes, “El Cínico”, habitante de Atenas, se cuenta que vivía míseramente dentro de un barril por todo habitáculo, y eso y un candil (con el que buscaba hombres íntegros) eran todas sus pertenencias. Muy lejos pues del afán de acaparar y recoger todo lo que se les ponga por delante a quienes este mal padecen.

Todos tenemos un poco o un mucho de este síndrome. Al igual que no somos absolutamente machos o hembras, que en nuestras constituciones hay porcentaje de lo uno y de lo otro, así el equilibrio mental no está garantizado, conteniendo diversas y mezcladas formulaciones de neurosis, esquizofrenias, filias o fobias y demás del espectro psiquiátrico. Por lo que, a veces, caminamos rectamente y sin darnos cuenta hacia esa, en principio tendencia, manía de guardar todo lo que pase por nuestras manos. ¿Quién no ha recogido del suelo una tuerca, una simple tuerca, y la ha guardado en el bolsillo con la intención de llevarla a la casa por si acaso…? Como por uno o más por si acasos hemos guardado aquel aparato ya descacharrado y sin arreglo, la pieza que reemplazamos del auto, los restos de un mueble desguazado, cables, tornillos, casquillos de lámpara y lámparas manifiestamente mejorables, barras de cortinas, latas de pintura, tiradores de puertas, botellas y tarros vacíos, apuntes de los estudios y los libros primeros, recortes de periódicos o periódicos enteros y revistas, el comediscos o el walkman, pilas, material de escritorio que ya no escribe, ropa…

Y el caso es que, bien mirado, llevamos razón. Sí que la llevamos, leñe; que de pronto nos encontramos con cierta necesidad o en una situación que se podría haber solucionado si aquellas bisagras de la vieja puerta las hubiésemos guardado. Y así…

Sí, unos más y otros menos, tendemos a coleccionar cosas o a guardarlas. Debe ser tal vez algo atávico consustancial a la especie, consecuencia de nuestra primitiva animalidad, que es en realidad un recurso y defensa para nuestra protección. Nos fijamos en algunos animales, por ejemplo los gatos, y nos encontramos con que ellos todo lo que pueden lo agarran y lo guardan en lo más recóndito. Lo nuestro lo llamamos previsión; pero está claro que sobrepasa ese concepto en cuanto que nos desborda.

—¿Para qué quieres ese trozo de goma? —nos chilla la mujer—.

—Por si acaso.

Y ya está dicho y justificado; porque, en verdad, ese despreciado trozo de goma nos pueda llegar a ser de utilidad, ¿quién lo sabe?

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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