Por Fernando Sánchez Resa.
Querida María José:
Aunque esta carta te la escribí hace ya bastantes años (exactamente, el 17 de Mayo de 2003), quiero reeditarla para público conocimiento…
Ya las aulas de tu amado colegio están vacías… Escogiste un viernes tarde para no distorsionarlo y decir adiós a esa vida, en la que tu larga y fructífera labor (con proyectos inacabados en lontananza) fue tu mejor marchamo, al haber pasado por este “valle de lágrimas” haciendo el bien. No quisiste que la vejez nublase de tinieblas tu mente… Supiste soportar, como valiente guerrera cotidiana, los embates que la vida, desde muy niña, te fue enviando. Conseguiste ser luz y guía en esta nuestra sociedad mediática en la que el lujo y la molicie siguen siendo los entresijos cotidianos de nuestro vivir.
Has de saber, María José, que se nos fue la más frondosa flor del alfombrado jardín del colegio Virgen de Guadalupe al que tú, desde su fundación, supiste dar savia educadora; y de la que quedó fiel memoria en todos y cada uno de los inspectores, maestros, alumnos y familias que por ese coto educativo pasaron. Tu desinteresada entrega, tu amabilidad, tu sosiego… la seguimos teniendo como legado en la soledad de nuestras conciencias y de nuestras vidas. Siempre recordaremos esas frases que regalabas por el Día del Maestro, en las que se condensaba tu filosofía vital:«Solo una vida vivida para los demás vale la pena ser vivida (Einstein)». «Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres (Pitágoras)».
Cuando el dolor, la muerte y el sufrimiento no estaban (ni están) de moda en nuestra sociedad occidental, nos diste ejemplo extraordinario de entrega, pundonor y entereza con esas desbordantes ganas de vivir y esa alegría intrínseca que sabías mostrarnos en todos los momentos de tu vida. Tu colegio tuvo la suerte de tener una sencilla (y gran) maestra ejemplar que coronó su haber profesional siendo el timonel seguro del puerto educativo y vital en el que había de arribar… Los patios y edificios de tu gran colegio bien guardan tus pisadas, tus miradas, tus decires y sentires… haciendo del barrio San Pedro un referente seguro y obligado. Fuiste ejemplo indeleble para todo el colectivo educativo que permanecerá en la memoria de todos. Elegiste el cielo como pasaporte seguro por tu entrega, pasión, fortaleza, fe y esperanza, que nunca te faltaron… Parece que tenías prisa por llegar allá arriba, para encontrarte con tu amado Ángel, y poder saborear esa almibarada lentitud que sólo el más allá depara…
Permaneciste al pie del cañón hasta casi tu final. No te jubilaste a los sesenta, como te correspondía por la LOGSE. Seguro que Dios te habrá premiado aquel prolongado sufrimiento que tanto supiste llevar con resignación…
Señora y gran madre, conseguiste rodearte de amistad, amor y entrega haciéndolos moneda de curso legal; cofrade del Señor de la Sentencia; trabajadora incansable, natural de Bedmar; conquistadora de metas casi inalcanzables; con cuatro hijos que dejaste desamparados, pero plenos de amor perfumado; conversadora eficaz; amante del trabajo, la fiesta y la alegría, llevaste tu enfermedad cual leve cruz que caminaba jubilosa al calvario, con la valentía que demostraste siempre, especialmente en los últimos meses…
Ya todo no es igual; mas tu perenne presencia ha alentado a tus desconsolados hijos, a todos los compañeros, alumnos y amigos, pues conseguiste imprimirles una excelente vitola de la que tan orgullosos estamos todos.
Querías que en tu jubilación yo glosara esa intensa vida dedicada a tu familia y a tu amada profesión, siendo una maestra de pura cepa… Hoy, lo rememoro nostálgico, cuando sé que todavía me oyes con los oídos de tu alma (antenas de tu desbordante y valiente corazón), pues fuiste una madre ejemplar que prendió cuatro amorosas rosas, agregando amor y dulzura a multitud de alumnos y gentes.
¡María José, nunca te olvidaremos!
Úbeda, 17 de marzo de 2015.