Semana Santa

Por Mariano Valcárcel González.

Semana Santa… ¿Y…?

Que me dirán que qué, que si no lo sé, que si, a estas alturas, milongas varias. Cierto, cierto, que mi obligación es tenerlo clarito y definido el concepto.

—¡Pues no has chupado tú Semanas Santas en tu pueblo y por tu edad y educación! La de tu pueblo: Úbeda.

—¡Ah, la de Úbeda…!

—¿Cómo osas pues? ¡Atrás!

Semana Santa. Ciclo rutinario que o se siente como nuevo cada año o no se siente; y si se vuelve rutinario ya no se puede sentir; esa es la verdad. ¡Cuántas vidas en cada Semana Santa!

La de la niñez siempre es única e irrepetible. Por todos los ángulos desde los que se mira. Los sonidos, colores, olores. La familia, las personas. Las calles, las iglesias y ¡cómo no! las procesiones.

—¡Ataja para volverla a ver! —y se corre por callejones angostos hacia la ruta del cortejo pasional, por enésima vez—.

Era lo que tocaba, porque tomar parte de la formación era otra cuestión; que los pobres no podían costearse túnicas y capirotes. En la niñez, se tienen muchas ilusiones y deseos que se van perdiendo inexorablemente. Lo soportábamos remedando bandas de tambores, hechos con las grandes latas de conserva de tomate, abundantes por esas fechas (menú obligado el tomate con bacalao), colocándonos cucuruchos forrados de papel de seda, del color de la cofradía que más molaba. La tabarra tamborilera duraba semanas, ofrecida gratis a la vecindad y sonando tras bardas y en los corrales de las vetustas casonas o por las callejas de los barrios.

Oficios de Tinieblas. Los oficios, siendo como son la liturgia canónica de estas fechas, son los grandes abandonados por la turba farandulera y folclórica, más dada al espectáculo y al goce de los sentidos primaverales. O a la teatralidad. Dentro de los recintos sagrados, sólo oscuridad y muerte envuelta en olor cansino de cera e incienso; paños negros y candelas de velas y cirios que más que alumbrar resaltaban las sombras, proporcionando una sensación de angustia, opresión y miedo. Todo lo contrario que en las calles.

En los oficios del Jueves, Viernes y Sábado Santos, nos encontrábamos varios mocosos de la vecindad en el convento de las Carmelitas Descalzas, monjas de clausura a las que nunca vimos el rostro, no por devoción sobrevenida, sino por los duros que luego el sacristán nos entregaba por tal sacrificio. Ayudábamos a oficiarlos. En latín y medio cantados, ni papa de entender lo que se narraba, salvo la muy repetida palabra Iesus. Como la obra, cada uno de sus días tenía sus variantes, sus momentos clave que bien aprendíamos, pues ahí nos andábamos listos con el incensario o las campanillas siempre prestos a la acción. Y arrodillarse y levantarse y contestar como loros los latinajos aprendidos, que no entendidos, para nunca jamás. Llegaron ciertas reformas y la narración fue inteligible, pues se declamó en español. Luego nos quedaban los duros, las hostias sobrantes sin consagrar, el vino ‑¡qué forma de ir a por el vino aquél!‑, y el agua de rosas que las monjitas proporcionaban para los frailes oficiantes y que luego nosotros, tras despojarnos de esclavinas y sotanas, aspergíamos en nuestros trajes de día de fiesta… Y a ver la luz de la calle otra vez y a correr, que se pasa la procesión.

Semana Santa siempre. Y la primavera pidiendo guerra y los mocicos y adolescentes cerriles y tontorrones, ridículos si se mirasen desde fuera, que no ven los pasos procesionales ni las tulipas, ni las nuevas capas, ni a aquel gerifalte de banda y varal dorado, acompañado de “camisas viejas”, porque solo miran a las mocicas, que es año de buena cosecha y todas están que revientan y ellos, ¡pobres idiotas!, no se dan cuenta de que las muy ladinas se parten en dos con sus histéricas risas, hacia ellos y de ellos. Y tampoco se dan cuenta de que serán los cazados y no los cazadores, en esas jornadas de calles y plazas. Alguno (y alguna) podrán por fin estrenar su nuevo traje de domingo y que esta vez es adecuado a su nuevo estatus, porque ya no son niños.

Van pasando las cofradías y empiezan a nacer otras nuevas; y unos se afilian o se cambian de sociedad y otros se salen y ya no vuelven… Porque el mundo cofrade es muy complejo y mantiene círculos cerrados difíciles de penetrar o alterar. Y este mundillo, a veces, nada tiene que ver ni con devoción, ni hermandad; que se trata de parcelas de poder, pequeño poder reconfortante para el ego. La confusión es grave y grande, pero también es admitida y aceptada. Semana Santa e identidad. Se es. Y si se está, entonces es cuando se es. Proporciona carácter y cuerpo.

Semana Santa y rutina. Porque se repite sin alteraciones significativas desde hace siglos. Porque no es liturgia canónica, sino sucedáneo teatral; retablo que se exhibe por calles y plazas, que tiene cualidad y vida propia. Resto perdurable de otros tiempos y concepciones que acá se han petrificado. En realidad, paleografía o arqueología. Intocable.

Semana Santa e intereses. Muchos y variados. Confesos e inconfesables. Hipócritamente revestidos en telas inconsistentes. Las procesiones son como reyes desnudos, pero que nadie se atrevería a decirlo. «Fervor o piedad populares», se dice. «Catequesis teatralizada», se dice. «Tradición», se dice. «Muestra de costumbres y cultura popular», también se dice. Recurso turístico, se vende. Motivo de encuentro y de fiesta, se siente. O todo junto. O nada más que luz, color, sonido, olor y primavera.

Silencio. Callejas angostas, preferibles a anchas avenidas. Atmósfera exclusiva, particular. Tiempo que se ralentiza y hasta se detiene. Pasa el paso. Rumores rotos por estrepitosas cornetas y retumbantes tambores. Tintineo de metales y suave arrastrar de alpargatas. Algunos pies desnudos, ¿qué peticiones o promesas soportan esos pies? Se intuye el esfuerzo de los costaleros. Quien quiera que mire ahí y tal vez lo entienda; es difícil. Pasa el paso y desaparece y la gente despierta. ¿Llevaba algo nuevo, estrenaron estandarte, luminarias…? ¡Qué más da! Ha sucedido otra vez. ¡Hemos vivido otro año para contarlo!

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

Deja una respuesta