“Barcos de papel” – Capítulo 14 c

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

3.- La Oveja negra.

Nunca he sido capaz de acercarme a donde no me llaman, ni buscar la amistad de quien no tiene interés en ser mi amigo. Por esta razón, estuve unas semanas sin hablar con Roser: ella asistía a las clases de la mañana, y yo no aparecía por la facultad hasta las cuatro de la tarde. En consecuencia, dediqué toda mi atención a los estudios, hasta que una noche, cuando subía por la escalera camino de mi habitación, sonó el teléfono del pasillo. Pensé dejarlo que sonara hasta que alguien se levantara a cogerlo. A mí nunca me llamaba nadie y estaba cansado de hacer de mensajero, sobre todo de “El Colilla”, pero en esta ocasión me pudo la curiosidad y pensé que, tampoco me costaba trabajo contestar.

—¿Dígame?

—¿Puede avisar a Alberto Ruiz?

—¿Quién le llama?

—Soy Roser, una compañera de facultad.

—Roser. No te había conocido. ¿Cómo estás? ¿Alguna noticia?

—Quería preguntarte si podríamos vernos mañana en la biblioteca, hacia las ocho y media, antes de la última clase de la tarde. ¿Te va bien?

—¿Necesitas alguna cosa?

—No te preocupes; mañana hablaremos con tranquilidad. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. ¿Alguna cosa más?

—No; de verdad, me encuentro muy bien.

—Entonces, hasta mañana. Procuraré ser puntual.

Al día siguiente, la biblioteca estaba en silencio absoluto; sólo ocho o diez estudiantes consultaban libros y tomaban notas a la luz de las lamparillas. Intentaba localizarla desde la entrada para no molestar, cuando escuché detrás de mí una voz apenas perceptible.

—Hola.

—Hola, Roser —saludé en voz baja—. ¿Qué querías?

—¿A qué hora termina tu última clase? —me susurró al oído—.

—A las diez, pero no te preocupes, si quieres me la salto.

—Me gustaría hablar contigo.

Salimos de puntillas, dejamos la biblioteca, bajamos la escalera y atravesamos el patio sin hablar apenas.

—¿Tienes prisa?

—No; ¿por qué lo dices?

—Porque me gustaría que me acompañaras a ver a unos amigos, que nos esperan en una taberna cerca de aquí.

Saltaba a la vista que Roser era una chica de buena familia; lo llevaba escrito en aquel rostro tan delicado y en aquellas manos blancas y suaves. Cuando salimos a la calle, mientras cruzábamos la plaza de la Universidad en dirección a la calle Tallers, me dijo que habían dejado en libertad a uno de los estudiantes que arrestaron el día que entró la policía en la Universidad.

—Fue el día que Reyzábal me ayudó a esconderme en los lavabos. ¿Recuerdas que te lo conté?

—Perfectamente.

—Pues parece que las cosas se complican; no sé si te dije que a Jordi era la tercera vez que lo detenían. Las anteriores lo soltaron gracias a un sacerdote del Opus Dei, amigo de la familia; pero, en esta ocasión, parece que el asunto es más grave. Se dice que el acto estaba organizado por los mismos activistas que prepararon los altercados del Palau de la Música, hace unos años.

Por su forma, tono de voz y sus ademanes, se advertía que se trataba de algo muy peligroso. Yo nunca había oído hablar de aquellos hechos; por eso pregunté:

—¿Qué sucedió?

—Fue hace unos años. La prensa no habló de ello, pero aquellos días fueron muy difíciles. Imagínate: en el Palau estaba nada menos que el ministro José Solís Ruiz, Alberto Ullastres y Camilo Alonso Vega, Ministro de Gobernación. El patio de butacas y el anfiteatro estaba repleto de policías vestidos de paisano y mezclados entre el público, cuando ‑de pronto‑ miembros del Fórum de la Llengua Catalana, empezaron a lanzar desde el gallinero montones de octavillas con la letra del “Cant de la senyera”.

Tres días después, el veintidós de marzo por la noche, detuvieron a Jordi Pujol, en su domicilio de General Mitre 96. Le formaron consejo de guerra y lo condenaron a siete años de cárcel.

¡Con qué cara me miraba! Por su forma de hablar, notaba que yo le inspiraba confianza, y trataba de ganarse mi consideración. Luego ‑seguramente para infundirse ánimos‑, me dijo que el muchacho gozaba de ciertos privilegios: tenía acceso a la biblioteca de la prisión y estaba en una galería, apartado de los presos comunes.

—Los tienen en un módulo especial, el de los presos políticos; pero lo que más me preocupa es que después del juicio, seguramente, lo trasladarán a Madrid.

Se me ocurrió preguntarle cuándo estaba señalada la fecha del juicio y me dijo que la noche anterior se presentó, en casa de los padres de Jordi, un agente de la “secreta” con una carta confidencial en la que se les notificaba que la vista se celebraría en la primera quincena de julio.

 

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