La apuesta

Por Jesús Ferrer Criado.

Actualmente las barberías han cambiado. Yo me corto el pelo en una residencia de la tercera edad donde, paradójicamente, el peluquero es un joven muy profesional y muy callado al que cuesta sacarle conversación, entre otras cosas porque en cinco minutos me ha despachado.

Cuando voy ahora a la peluquería, se me viene a la cabeza, por contraste, el barbero de mi pueblo, Manuel. No paraba de hablar («hablas más que un sacamuelas», se decía entonces). Sacaba conversación de cualquier cosa y tenía entretenida a la clientela porque, aparte de buena memoria, tenía labia y sabía darle emoción a sus anécdotas. Si el asunto lo requería, interrumpía su trabajo y, con la maquinilla o la navaja en la mano, se ponía a gesticular, a imitar voces o lo que fuera para darle plasticidad a su relato. Yo aprendía mucho y me divertía oyéndolo.

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