Que, llegado al último cuarto de junio, se presenta un grave problema todos los veranos a las familias con hijos, es de una realidad innegable. Ya saben la tremenda pregunta: «Y ahora, ¿qué hacemos con los niños…?».
Se movilizan los recursos disponibles, véanse abuelos principalmente, para dar respuesta. La respuesta básica, por borde, sería: «Ahora te los comes con patatas». Mas no es de mucha corrección política.
Yo no sé si en mis años infantiles mis padres se hacían la misma interrogante, que tal vez no, porque verano, invierno, primavera u otoño les eran casi siempre igual; solo que, en verano, permanecíamos más en casa, un suponer; que casi toda la jornada la empleábamos en acarrear agua de la fuente pública que manase (alguna con su hilillo menguante y una cola creciente) o en jugar en las calles. Pero es obvio que, de alguna forma, también les alcanzaba el problema.