Desde que entré en la cárcel de Jaén quise saber el paradero de un sacerdote amigo, natural de Torreperogil, que era párroco de Canena. Siempre me daban la misma respuesta: «Está en Villa Cisneros». Intrigado, indagué su significado hasta que averigüé lo que era: un departamento de incomunicación voluntaria donde únicamente había religiosos o sacerdotes seculares y cuyo objetivo era asistir y preparar, a una buena muerte, a los condenados por el Tribunal Popular a la pena capital. Allí pasaban, tras el juicio, sus últimos momentos, con esos beneméritos ministros del Señor que les ayudaban a bien morir. Gracias a Dios cosecharon grandísimo fruto pues, del elevado número de sentenciados, solamente uno no quiso confesarse; el resto se preparó convenientemente para morir como héroes y santos.