4.- Aquellas entretenidas tardes de lluvia.
Los días de fiesta, cuando llovía, el estudio se transformaba en sala de juegos. Había un armario lleno de juguetes: mecanos, damas, fichas, cromos, cochecitos, parchís… Nos poníamos en fila y, cuando llegaba nuestro turno, elegíamos el juego que más nos gustaba. El padre Velasco sólo nos ponía una condición: debíamos compartir los juguetes con los compañeros, y no estaba permitido jugar solo. Aquello parecía una colmena. Uno de los juegos preferidos era el mecano: construíamos puentes, grúas, coches… ‑algunos de ellos bastante meritorios‑. También nos gustaba jugar con una colección de fichas, parecida al Trivialactual,con preguntas y respuestas sobre animales y plantas. Aquel juego era de gran utilidad para aprender los nombres de los árboles y de los animales. Podían participar hasta seis alumnos. Cuando nos tocaba, cogíamos un cromo y leíamos el texto escrito al dorso: «Dan los mirlos sus conciertos en los teatros abiertos». Mirabas la lámina desplegable que ocupaba casi toda la mesa y, si sabías cuál de aquellos pájaros era un mirlo, le dabas la vuelta al cromo y lo colocabas en la casilla correspondiente. El juego finalizaba cuando la lámina estaba completa.