Pregón de Semana Santa, Quesada 2014, y (e)

Y finalmente llega al extremo del camino, donde Jesús ya está colgado en el madero de la Cruz. A los pies, la Virgen María con sus incondicionales y con Juan Evangelista como representante de todo el género humano, según las propias palabras del Redentor: Mujer, he ahí a tu hijo. Y luego mirando a Juan, al discípulo amado, le dice: He ahí a tu madre.

El gran poeta palentino, Gómez Manrique, al que muchos biógrafos señalan su nacimiento en nuestra vecina localidad serrana de Segura de la Sierra, tiene una obra: “Lamentaciones hechas para Semana Santa”, en la que dedica unos versos a la Virgen María, que revelan una sensibilidad fascinante precisamente en esos momentos duros, cruciales, del máximo dolor. Un dolor que sólo puede soportar una madre.

Los voy a recitar, y con ellos doy por finalizado este pregón de Semana Santa. Se los ofrezco en nombre de todos a Nuestra Señora del Mayor Dolor. Dice así:

¡Ay, dolor, dolor, dolor…,
por mi Hijo y mi Señor!

Yo soy aquella María
del linaje de David:
¡Oíd, hermanos, oíd
la gran desventura mía!
¡Ay, dolor…!


A mí me dijo Gabriel
que el Señor era conmigo,
y me dejó sin abrigo
más amarga que la hiel.

Díjome que era bendita
entre todas las nacidas,
y soy de las doloridas
la más triste y afligida.
¡Ay, dolor…!

Decid, hombres que corréis
por la vida mundanal,
decidme si visto habéis
igual dolor que mi mal.

Y vosotras que tenéis
padres, hijos y maridos,
ayudadme con gemidos,
si es que mejor no podéis.
 ¡Ay, dolor…!

Llorad conmigo, casadas;
llorad conmigo, doncellas,
pues no veis las estrellas
oscuras y antes bellas.

Mirad el templo partido,
la luna sin claridad,
llorad conmigo, llorad
un dolor tan compungido
¡Ay, dolor…!

Llore conmigo la gente,
alegres y atribulados,
por lavar cuyos pecados
mataron al Inocente.

¡Mataron a mi Señor,
mi Redentor verdadero!
¡Cuidado!, ¿cómo no muero
con tan extremo dolor?
 ¡Ay, dolor…!

Y finalizo mi intervención, con el final del poema. La oración del evangelista, el discípulo amado de Jesús, compañero inseparable de María, en aquellos trágicos momentos al pie de la Cruz.

Señora, santa María,
déjame llorar contigo,
pues muere mi Dios y mi amigo,
y muerta está mi alegría.

Y si os dejan sin Hijo,
dejadme ser hijo vuestro.
¡Tendréis mucho más que amar,
aunque os amen mucho menos!

 

almagromanuel@gmail.com

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