Como quiero colaborar al ambiente de optimismo, alegría, despelote y esperanza que nos ordena el gobierno y al que el ambiente veraniego y vacacional nos invita, pues por ser buen patriota y mejor ciudadano (que mejor persona ya sé que no os vais a encontrar) he decidido abrir esta miniserie de croniquillas castizas y del tipical espanis, que no sé hasta cuándo aguantarán o si podré redactarlas.
Bien sean, mejor vayan.
Pues que sí, que “el verano ya llegó, ya llegó, ya llegó…” (lo cantaban) y, con el mismo, esas magníficas especies urbanas o playeras y esas conmovedoras costumbres e imágenes, tan recurrentes en nuestro solar patrio.
Empecemos pues.
Y lo inicio conmovido y emocionado por la frecuencia del fenómeno, que es el de los varones en pantalón corto o bermudas; en especial, en los ya metiditos en provecta edad… Bueno, adelanto que yo he sido de los que, llegada la estación, vestía pantalón corto preparado en el armario por mi previsora parienta, junto a mis calcetas blancas y mis zapatillas deportivas o zapatos náuticos, si era cosa de más vestir; y a la calle, a lucir pernera.
Confieso que mis piernas no están del todo mal formadas; mas, como a Picasso le pasaba, me pasa a mí, que ando corto de tiro. Al pintor le daba un poco lo mismo, pero no a mí. Así que, al final, he dejado de practicar tal costumbre.
Recuerdo que, metidos todavía en los cerrados años del franquismo, un día mi padre comentaba el escándalo que se había formado en la Plaza Vieja de Úbeda, porque habían aparecido unos turistas (ni que decir que los únicos dignos de llamarse así eran los extranjeros) en calzones cortos; recibieron las pertinentes amonestaciones de los municipales de la “perrera”. Eran ciertamente otros tiempos y otras costumbres; otras sensibilidades.
Bien, ahora todo quisque lleva sus pantalones cortos y aquí nadie se escandaliza.
Pero me maravillo yo al ver la fauna que porta dichas prendas. Unos con garbo y salero, que tienen piernas para ello robustas, proporcionadas, atléticas inclusive o no demasiado peludas; mas ¡ay!: los hay que no respetan ni se respetan, que no tienen en cuenta, cuanto menos, cierta estética.
Es de ver esas canillas magras, endebles en apariencia, puro hueso; esas pantorrillas ajadas; ese color pálido, cadavérico o moteado de lunares, manchas, granos o terriblemente peludas. Y esos miembros inferiores arqueados, cual pertenecientes a jinetes sin montura. Es de ver, incluso, la forma de andar que algunos tienen: patosos que se denuncian a sí mismos, o lentos y flojos de natural… En esto del andar, creo que tiene que ver también el calzado que se utilice; que esa es otra.
Yo soy uno de esos tímidos de pie: o sea, que no gusto de ir enseñando mis pinreles, más que nada por mera estética. Siempre uso calcetín y zapato.
Pero los hay chancleteros empedernidos, lo cual es comprensible en zona playera o acuífera; y los adictos a la sandalia. Nada que objetar, si no es que, a veces, eso tiene acompañamiento manifiesto de falta de higiene, y yo por ahí no paso; que tener que observar “cazos” uñeros como cuévanos o soportar ciertos efluvios no es de recibo. Tampoco, observar dedos amontonados, callos, juanetes y un sin fin de varices.
No, por Dios, no. Que todo en esta vida tiene un límite.
Pero no se me negará que procedo con espíritu constructivo, que todo lo escrito deviene en el intento de mejorar la raza y las buenas costumbres, como ahora se pretende; que, como lo pasado, pasado está; pero en la intención de nuestros gobernantes está también el volver de inmediato a ese pasado que les parece mejor; pues que aporto mi granito de arena playera con estas CRÓNICAS MARIANAS de indeterminado andar.
Saludos.