Un paseo por Mágina, 04

Paseando hacia el sur, dejamos a nuestra izquierda varios torreones de la antigua muralla. El primero, junto a la Policía. Otro, de gran volumen, acoge una tienda de muebles. Varios sirven de trasfondo a los jardines de la Cava, El último, abre una curva hacia los miradores de San Lorenzo. Este camino hacia el sur nos lleva a uno de los lugares reiterados por Muñoz Molina, y en Plenilunio, uno de los recorridos más dramáticos:

…una burbuja en cuyo interior se encuentran él y la niña (…) están llegando a la plaza del reloj y la estatua, ya puede ver la torre, los taxis, el edificio de la comisaría, si supieran, si alguien se fijara, más por chulería que por nerviosismo saca un cigarrillo, se lo lleva a los labios (…) otro semáforo que cambia al verde para que los dos crucen hacia la parte central de la plaza, entre los jardines, cerca de la fuente, donde solían ponerse los fotógrafos y las cámaras de televisión, si quisiera podría pasar junto a la puerta misma de la comisaría, y decirle adiós al guardia (…) se alejan de la plaza ya siguen bajando hacia los jardines de la Cava, cada vez hay menos gente y menos tráfico, en cuanto pasen el cruce de la calle Ancha es muy posible que no se encuentren ya con nadie, nadie pasea por esos jardines junto a la muralla cuando se hace de noche (…) nadie se aventura en el pequeño parque al final de la ciudad, en el límite del terraplén poblado de pinos que baja hacia las huertas, abandonadas también, comidas de maleza, como los corrales de las casas hundidas del barrio (…) Continúan avanzando (…) al otro lado ya están los setos devastados, las farolas rotas, la zona de sombra… (Plenilunio, c. 22).

Este mirador, denominado del Alférez Rojas Navarrete (un héroe local, muerto en la guerra de Ifni, en cuyo honor se alza un monumento al gusto de la épica de los sesenta) es repetidas veces descrito en sus obras con la denominación popular “Los jardines de la Cava”:

cualquier figura solitaria con la que se cruzase podría ser la misma que nadie vio subir del pequeño parque de la Cava en la noche del crimen… (Plenilunio, c. 1).

Volvían a bajar a los jardines de la Cava, adonde ya sólo acudían algunos viejos y algunos drogadictos… (Plenilunio, c. 7).

Se veía todo, decían las mujeres, todas habían visto los jardines de la Cava, la pared del cine abandonado, los pinos y la zanja. (Plenilunio, c. 15).

 

Los jardines de la Cava, lugar del crimen y monumento al Alférez Rojas Navarrete.

Desde el mirador se divisan las huertas que aún cuidan los habitantes, sobre todo del vecino barrio natal de Antonio Muñoz Molina, el barrio de San Lorenzo, y desde las cuales se ve subir, al caer de la tarde, algunos campesinos, como lo hacía el padre del autor en El viento de la Luna o en El jinete polaco, o el padre de Jacinto Solana en Beatus ille:

Su padre tenía una huerta ‑dijo Manuel‑. Ahora está abandonada, pero desde el mirador de la muralla se pueden ver la casa y la alberca. Cada tarde, cuando  salíamos de la escuela, yo bajaba con él y le ayudaba a cargar la hortaliza en la yegua blanca que tenían, para llevarla al mercado… (Beatus ille, c. 2).

En el frente del mirador, varios olivos se intercalan con los pinos, y Muñoz Molina lo describe:

El árbol es una deidad austera y resistente a los golpes de las varas, un organismo de una fortaleza hosca, casi mineral, adaptado a los extremos del clima, a la escasez de agua, a las heladas del invierno, con un tronco duro y rugoso por el que parece imposible que circule la savia, con el volumen y la textura de una roca o de una joroba de bisonte, con raíces tan hondas que pueden alcanzar las humedades más escondidas de la tierra, con hojas puntiagudas, con el haz verde oscuro y el envés de un gris de polvo, hojas pequeñas y combadas para resistir en el aire muy seco reduciendo un mínimo la evaporación. (El viento de la Luna, 2006).

Más allá, el mar de olivos, en todo el valle:

Plantados en filas paralelas, a distancias iguales, sobre la tierra clara y arcillosa, los olivos cuadriculan el paisaje con una seca geometría que sólo se suaviza en las distancias, cuando la bruma azulada y la sucesión de las copas enormes ofrece un espejismo de frondosidad (El viento de la Luna).

 

Las huertas y los olivares desde los miradores de San Lorenzo.

jl.rodri.s@gmail.com

Autor: José Luis Rodríguez Sánchez

Presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos de Magisterio de la SAFA de Úbeda (AAMSU)

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