15-09-2012.
Fuimos furtivos, sonoros, boreales, como juglares del viento en la granada, aquella noche de nochemala, por un mensaje incomprensible, tu duda siempre por las veredas de los caminos de la cultura, el vientre en hebra deshilachado en cada roce de cal y arena.
Nos protegía la lenta lluvia de los peatones, tierra y olivo, y aquellas calles se alargaban, crecidos párpados en los portales de las fachadas nos acogían entre el rezar de los adoquines, tu vaho jaenero quemó mi boca.
Pezones grises en el acero, tu cuerpo lento, lentas las risas de enamorados, piropos blancos en las cabinas de los teléfonos, la noche vino con sus lagartos, en el origen de nuestra historia sonaba el brillo de los clarines, allá en la almunia de aquella chana, la vega entera nos aplaudía, carne y ceniza de cuerpos mártires que interrogaban sobre el abismo de los volcanes, mientras palpitas.
Y los caballos deshidratados hacían baladas con sus sonidos, luego salía por los trigales el vuelo leve de las goletas con sus caprichos, con sus prensiles tan virginales que parecía que el mundo entero se nos metía.
Leales fuimos, era evidente que nuestros cuerpos se adivinaban, y así subía el nivel del mar como un refugio horizontal del tálamo, diagonal tu bisectriz sobre mi triangular figura, lección de geometría cóncava en la dorsal del vientre, convexa siempre en el jadeo… y yo temía morirme de tan gozados calambres.