14-09-2012.
I
En la reseña crítica de Los amantes de Teruel, Mariano José de Larra afirmaba que «el ingenio no consiste en decir cosas nuevas, maravillosas y nunca oídas, sino en eternizar, en formular verdades bien sabidas».
Esta reflexión de nuestro gran escritor romántico viene aquí a pelo, porque tal parece ser el caso de Ardor guerrero, novela deAntonio Muñoz Molina, en donde se nos relata una historia, una «verdad» que en su tiempo era por lo menos tan «bien sabida» como lo era la que cuenta el drama de Harzenbuch. Me estoy refiriendo a «la mili», ese casi diminutivo cariñoso con que nombraban en España al servicio militar obligatorio, esa historia «bien sabida» por los jóvenes españoles, porque sus antecedentes históricos remontan a principios del siglo XVIII y que duraría algo más de tres siglos. Esa experiencia que hasta hace no mucho tiempo era sólo privilegio de varones y en la que, mediante lecciones y prácticas de férrea disciplina militar, se marcaba, paradójicamente, la frontera de acceso a la paz cívica y a la vida adulta. Una experiencia que, una vez terminada y por lo que representa de aprendizaje iniciático, suele contarse envolviéndola de un aliento casi mítico, cuando no de ese monótono y repetitivo arrebato con que suelen recordarse las anécdotas «memorables» cuando se reúnen antiguos compañeros de la «mili».
«Verdad bien sabida», pues, pero que se inscribía en la historia personal como un paréntesis cívico inexcusable, apetecido por pocos y temido por muchos, porque se percibía en su agazapada necesidad como una charca atemporal, un superfluo dolor o una insoslayable pérdida. «Verdad bien sabida», repito, la que nos cuenta Muñoz Molina en las trescientas ochenta y cuatro páginas (en la edición de Alfaguara, 1995) de Ardor guerrero, adoptando para ello la técnica de un relato testimonial autobiográfico. Y esto sí que me parece noblemente novedoso, aunque desdiga la anterior cita de Larra. En primer lugar, porque, a mi entender, no creo que tengamos en la narrativa española una autobiografía de tal envergadura destinada exclusivamente al servicio militar; como también es nueva la amplitud del testimonio autobiográfico en la narrativa de nuestro escritor ubetense. Es cierto que novelas como Beatus ille o El jinete polaco, o relatos como, por ejemplo, El dueño del secreto, están fuertemente impregnados de autobiografismo; pero es sólo en Ardor guerrero donde Muñoz Molina convierte una parte de su vida en objeto de reflexión, al mismo tiempo que la ofrece a la consideración y consumo ajeno. Y ello, sin permitirle el menor resquicio de acceso a la ficcionalidad; es decir, siendo consciente de que, si es insalvable la distancia que existe entre ficción y no ficción, lo es porque ésta última se alimenta ante todo de un principio ético basado en la veracidad y en la fidelidad a lo vivido. Baste para probar lo dicho la rotunda afirmación con que Muñoz Molina cierra su Ardor guerrero: «La ventaja de la ficción es que no tolera finales tan innobles». Una afirmación ratificada poco después, cuando a un periodista de El País que le preguntaba por qué había ocultado los verdaderos nombres de los personajes que aparecen en Ardor guerrero, el escritor le contesta: «Es que no son personajes: son personas». Respuesta ratificada en la declaración que añade diciendo: «Es una diferencia muy importante (el ocultar los verdaderos nombres) a la hora de escribir no ficción, porque a uno se le presentan problemas estéticos y éticos muy distintos».
Se aclara de esta manera por qué el «cierre» de Ardor guerrero no puede responder ni responde a una lógica poética, sino a la dictada y exigida por esa fidelidad a lo vivido que el yo‑autor ha impuesto al yo‑narrador. Y llama la atención la notable lucidez con que Muñoz Molina utiliza y resuelve esos «problemas éticos y estéticos», consustanciales a toda narración autobiográfica. De ellos, dos me parecen ser los más destacables:
1. La relación fidelidad/veracidad con respecto al tiempo rememorado, así como a la valoración semántica del mismo.
2. La misma relación fidelidad/veracidad, pero ahora con respecto a la cuestión de la identidad del yo.
Para poder analizar con eficacia estos dos parámetros narrativos, es insoslayable aludir, aunque sólo sea rápidamente, a la estructura formal de Ardor guerrero.
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Ardor Guerrero es una novela escrita por Antonio Muñoz Molina durante su estancia en el Estado de Virginia (USA) y publicada en 1995 en la editorial Alfaguara cuya foto de la portada reproducimos.