Rumbo incierto, 1

23-04-04.

[…] Era su día. Y para ese día, en honor de sí mismo, se preparó unos torneos. Tablas de gimnasia, canciones… Y una liguilla de fútbol a cinco encuentros ininterrumpidos… Como él era, además del homenajeado, organizador y jurado, por eso de que los goles cantan, pensé que solamente en fútbol podíamos tener alguna esperanza.

La gimnasia, bordada, con números vistosos y originales, mereció un aplauso cerrado.
Inmediatamente antes del encuentro de fútbol yo reuní a mi gente en el estudio. Los seleccionados, ya vestidos, me hicieron fondo. Hablé, encendí a la gente que ya estaba ardiendo, con su punta de enojo por el menosprecio de la gimnasia… Recordándolo hoy me ahogan a borbollones la tos y la risa… ¡Cosas de viejo son…! Pero cómo alegran.

Me clavé en las gradas. No grité ni aplaudí; no recé. Y borracho de orgullo estaba yo de ver cómo, uno tras otro, los niños de don Jesús se merendaron a los cinco contendientes.

Juego relámpago. Rápido, brillante, efectivo. Ni un solo minuto decayeron el ritmo ni el coraje. José Tirado, seguro, laborioso. Se hacía papilla y estaba siempre a punto. Limpio y elegante Miguel Cano. Haciendo arte con el balón y con el contrario. Blas, ¡ay mi Blas!, superando incansable a quien se le pusiera por delante. Desvivido marcó el primer gol y me lo brindó. Desde el capitán, Yeste, hasta el último de los seleccionados, nadie se reservó un suspiro, una gota de alma en el cuerpo.
Esa misma noche, en el comedor de la División, les conté cómo se recibía en Atenas al héroe de los juegos olímpicos… “Si yo pudiera —les dije— tirar un trozo de pared… Seguro estoy de que vosotros, mi Segunda División, sin otros apoyos que vuestra valía y vuestros calzones bien puestos, sois en todo la Primera”. Y los chavales, orgullosos, asentían rebosados en gozo íntimo.
Al agasajado se le olvidó darnos a los chicos y a mí la enhorabuena y el merecido trofeo… Tan emocionado estaba.
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