22-08-2012.
Ya es descarada, la caza del funcionario; bueno, del dinero del funcionario, de su salario.
Mina productiva donde más. Tesoro dentro del Tesoro, que de ahí sale y ahí vuelve ese dinero. Fácil de obtener, cual explotación de cantera abierta. Y, sin ir a buscarlo, como el de las Minas del Rey Salomón, con grandes sudores, que sólo hay que no darlo (la parte cercenada) y punto. De las arcas administrativas no se mueve.
Le dicen a usted, querido preboste del país, que debe encontrar dinero para enjugar el déficit que le imponemos (nosotros los sabios de la Europa consolidada y ahorrativa) y ya verá usted de dónde lo saca. E igualmente yo, preboste, ordeno así mismo a los prebostillos de las taifas que se anden ligeros y muevan los faldones, para ver si sus faltriqueras quedan también ajustadas a las exigencias imperiales. Y todos nos vamos dando vueltas en derredor nuestro, buscando no cómo conseguir esos dineros que nos devolverían la fama y la honra, sino la manera de no gastárnoslos, para poder quedar al paso que nos dictan.
Como fácilmente, en cuanto echemos un vistazo, nos vamos a topar con los funcionarios que habitan nuestras oficinas y despachos más cercanos, pues que la idea luminosa, ya de por sí sencilla, se nos debe venir a las mentes por muy prebostes o prebostillos lerdos que seamos. ¡Ahí está la solución!, ¡a la inmediata caza del erario pagado, a tantísimas sujetas y tantísimos sujetos que pueblan nuestros recintos administrativos y demás funciones! ¡Qué chachi!
Hoy día ven los sujetos anteriores (digo los funcionarios) cada vez con más estupor que lo que siempre les pareció pobre, pero honrado menester y seguro, se va tornando inestable tabla de no salvación personal y familiar. Que lo bueno no dura cien años (y dicen que tampoco lo malo) y, aunque tampoco el covachuelista pretendía vivirlos, sí que al menos pretendía pasar en holgada seguridad los que a bien le cupiesen. Mas ni eso ya es así.
Vivían sedentes desde muchas décadas estos sujetos. Bien que habían accedido al puesto o por concurrencia justa con otros o por la mano más eficaz del compadreo político‑religioso que se permitía y abonaba profusamente (un buen obispo, un generalote, un camarada con influencia, te aseguraban el acceso). Que fue así como sistema; lo fue y nadie lo ponía en tela de juicio. Todo el mundo tiraba de levita. Llegaron tiempos de cambio y los más ilusos creyeron que la cosa se corregiría, que habría más transparencia y equidad en los concursos, oposiciones y concurrencias a los puestos de las diversas administraciones. Un tiempo hubo que hasta se pretendieron guardar las formas y se podía haber seguido por la senda correcta. Mas la necesidad de hacer clientes y fijos a los votantes, y la de premiar a los confraternos llevó a reavivar las prácticas ancestrales. Además, la creación de sinnúmero de secciones, oficinas, covachuelas, servicios y demás tenía que reclamar más funcionarios. Y así se hizo.
El que fuesen, en su mayor parte, duplicaciones innecesarias y, por lo tanto, mareo para el ciudadano, cuya petición o expediente recorría media España pasando de una administración a otra y sólo para que se le pusiese un sello o se le diese el visto bueno, no se contempló. Así se justificaba el trabajo de la maquinaria tan prolijamente montada.
Unos, porque se habían ganado justamente y con su esfuerzo el puesto, y otros, porque se lo habían dado elegantemente (y eran agradecidos, pues), se sentían los funcionarios como seres de una casta especial, con el salario ajustado, pero también asegurado. Y los que se encontraban como estafados en la relación trabajo/salario, a veces, bien que se desquitaban siendo bastante relajados en aquel. Ya se daba por establecido (también desde tiempos pasados) que una de las características consustanciales del funcionariado era el incumplimiento de su horario laboral o de sus obligaciones. Asaz incierto en bastantes casos, pero ese sambenito era de mucha publicidad y manifestación, a veces con el esfuerzo demostrado por los actos de quienes mostraban, desde dentro, que así lo era. Desayunos pantagruélicos y alargados, bolsas de El Corte Inglés llenas en la oficina, trabajillos particulares entre horas de servicio, venían a corroborar la apreciación del vulgo.
Jauja, tal que llegó, se fue. Y, con ello, los dineros. El funcionario creyó, como en otras ocasiones, que seguiría en su monótono discurrir, sin sobresaltos. El funcionario es conservador de por sí y muchos jalearon y “engrasaron” la llegada de sus huestes ideológicas. Equivocación pasmosa que ahora sufren en estado total de incredulidad, porque no les fue concebible que les traicionasen de tal modo. Mas los prebostes se encontraban las arcas vacías… ¿Qué hacer? Habiendo muchos viviendo de la administración, y controlados en teoría (al menos al consignarles las nóminas), lo más fácil… echarles manos a la faltriquera. Y estamos en ello, porque se siguen haciendo planes para adelgazar bastante la nómina (esos complementos, trienios o dedicaciones exclusivas caerán como caen las pagas extras) y el siguiente paso será adelgazar el tinglado administrativo y eso será más complejo. Pero, puestos a ello (ideológicamente justificado con el “menos Estado” del neoliberalismo bestial) y como parte del programa oculto, lo harán.
Sin embargo… El actual Gobierno ha traspasado una línea roja muy peligrosa. A fin de cuentas, ¿quiénes le mantienen el funcionamiento básico del Estado?