Por alguna vez estoy de acuerdo con los catalanes… ¿Ehhhh…? Pues sí, que lo digo abiertamente. ¿Acuerdo con qué o de qué? Pues en lo de colocar esas fotos en la página web para identificar a los malnacidos que se dedican por sistema al vandalismo más desaforado, sea por la causa que sea, que ellos ya son profesionales del “antisistema” y ejercen como tales.
Ejercen jodiendo a la ciudadanía en general y a los vecinos de esas vías afectadas en particular (aparte, desde luego de los dueños de los establecimientos a los que les destrozan todo e incluso les roban). Y no es por identificarme con los capitalistas (sean bancos o multinacionales diversas), que de nada de eso hay; ni con el himno de la Guardia Civil ‑“Viva el orden y la ley”‑, que ley no significa justicia, aunque orden sí debiera significar tranquilidad y respeto.
Es que ya está bien de niñatos descontrolados que han hecho y siguen haciendo de su capa un sallo, que creen que la sociedad está para aguantarlos (en orden de que ellos son unas supuestas víctimas de esa sociedad) y que carecen de control desde su entorno familiar más cercano; de control y de freno que, al contrario, hasta son justificados por los papás, mirando por sus tiernos churumbeles, que dicen que los chavales no han hecho nunca nada malo (y de los que intuyo, a veces, que ni saben lo que están haciendo realmente, porque ni los ven ni se interesan).
Sean esos chicos controlados y escarmentados de sus responsabilidades en actos delictivos, que lo son. Los actos vandálicos, digo; que no el manifestarse, el hacer una sentada, o varias, el abuchear o pitar en recio a los políticos venales o corruptos. Deben hacerlo, porque ellos son realmente los más perjudicados con estas políticas adoptadas de supresiones de derechos fundamentales (al trabajo, el primero).
Y, hecha mi culpable confesión, debo decir también que, siendo justos ‑y deberíamos serlo‑, también se deberían publicar las fotografías de los estafadores al fisco, la de los evasores de impuestos y de capitales, la de los prevaricadores y mangantes del dinero público… Que estas gentes, así, con ese guante blanco y sin derribar farolas ni quemar contenedores, hacen más daño al país que los arriba descritos. Pues hablamos de miles de millones de euros que deberían estar sirviendo a las arcas públicas para reducir (y esto sí que sería eficaz) eso llamado déficit. Nombres concretos, caras concretas, los hay; pero, ¡oh, escrúpulos!, no se pueden publicar, porque se atentaría contra el honor o la presunción de inocencia de estos privilegiados ciudadanos del beneficio propio a costa del mal ajeno. Por esto es que me surgen dudas más que fundadas de si las medidas adoptadas contra los vándalos callejeros son equitativas.
Me paso por allá (ustedes verán) los argumentos de abogados y de progres de libro, prestos a encontrar siempre interferencias y afrentas a cargo del poder contra los más débiles (sean económica o socialmente), porque, en el caso del vandalismo enraizado y ya hasta tradicional, no caben otras respuestas más que el control y la aplicación legal del derecho de la sociedad a defenderse. Pero no paso por alto el que se haga la vista gorda ante las otras acciones contra el interés social, las de los de guante blanco, por un supuesto de que no conllevan alarma social o no interfieren en el desarrollo normal de la convivencia. Menos todavía, que se tengan esos remilgos para intervenir en sus casos: tanta cautela, tanto apelar y tanto retorcer los procesos, las investigaciones, hasta que se logra la prescripción de los delitos; o tanto perdón si “se es bueno” y se declara lo que debiera haber sido obligado hacerlo (y descubrirlo o impedirlo) para sacarle unas migajas al tonto que se decida a poner al día sus opacas y evadidas cuentas.
Y no digamos a los que se escudan en sociedades “anónimas”, de las cuales no se saca ni un duro, tal que se debiese, si de una vez por todas se pusiese el Estado al servicio del interés de la ciudadanía y no de una clase privilegiada, elaborando las leyes convenientes y oportunas.
Así que, esa entusiasta adhesión a las medidas del gobierno catalán viene ya enfriándoseme, dados los argumentos anteriores. Que quisiese yo ver empapelados y amordazados y publicados a escarnio público, y juzgados bien y mejor condenados a los próceres del sistema que allá se han embolsado milloncetes en escándalos de buenas familias, de las de toda la vida, apellidos consagrados del Reino de Aragón, que un pellizquito de esta institución, otro de aquella, tan señera, y otro de la comisión, cazo bien puesto, obtenida por algún enjuague, se pusieron las botas de más de siete leguas.
Y que todos, unos y otros, posen juntos en un inmenso panel que se levante en la Plaza de Cataluña, lugar emblemático. Le harían casi más fotos que a la Sagrada Familia. Ya verían, ya.