El Cristo de Orea, mucho más que una escultura

02-04-2012.

A Jesús Mendoza que, entre otras cosas,
me enseñó a mirar.

La cruz se puede relacionar con uno de los instrumentos fundamentales de nuestra civilización: la brújula, una aguja que, sobre la superficie del suelo, siempre marca el norte y, por ende, los otros tres polos geográficos; pero que si se levanta, de forma que el eje norte-sur se coloque perpendicular al suelo, el norte ya no mira al horizonte, sino al cielo, y lo que antes eran cuatro direcciones se transforman en seis, al aparecer lo elevado –lo sagrado– y lo telúrico –lo profano–.

Y así, examinada a la luz de la física, la cruz se podría definir como una brújula orientada al cielo; pero Cristo murió en una cruz, y para los cristianos esta es un pilar de su religión, razón por la cual ese tema ha motivado las más grandes obras de arte de la humanidad.

No hace mucho pudimos contemplar en el Prado el Descendimiento de Cristo, de Caravaggio, un cuadro asombroso en el cual su autor ha representado un Cristo muerto, aunque sin las marcas del suplicio a que fue sometido. Cuando Orea, en el año 1960, talla el crucifijo que preside la iglesia de la Safa en Úbeda (España), también esculpe un cuerpo sin heridas, sin rastros de sangre, sin gestos de dolor. Las espinas las trasforma en una corona de héroe; pero todavía da un paso más, y suprime la cruz. En este crucifijo no hay cruz, o mejor, esta ha sido sustituida por el propio cuerpo de Cristo con los brazos abiertos. La inclinación de la cabeza, hacia abajo, y los pies, sin sujeción a nada, confieren a la figura una idea de elevación. Aquí, la compasión que produce el dolor, ha sido sustituida por la admiración que suscita el triunfo: la alegría se impone al sufrimiento.

En este Cristo de Orea, de enormes proporciones, todo, incluso la belleza, está subordinado a la espiritualidad.

Esta imagen es una representación de la esencia del cristianismo: la metamorfosis de lo más abyecto, la cruz con la que se martirizaba al hombre, se puede transformar en lo más glorioso cuando este vive orientado al amor.

Para los creyentes del tercer milenio, el Cristo de Orea, en la Safa de Úbeda, es una lección de cristología; para los agnósticos, esta obra de arte tiene un profundo y bellísimo valor semiótico.

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