25-01-2011.
Breve relato infantil, con casual desenlace e instructiva moraleja
Cada mañana, Emilio, “El Colilla”, Paquito Herreros y Jaime, el de don Santiago, venían a esperarme a la puerta de mi casa. Decía mi madre que era muy peligroso bañarse en las albercas y que al hijo de don Santiago, el de la fábrica de aceite, debíamos llamarle “señorito Jaime”. Nosotros la escuchábamos sin replicar, pero le seguíamos llamando Jaimito porque era el más pequeño y porque no sabía nadar.
Bajábamos hasta la plaza y, rodeando el cuartel de la Guardia Civil, cogíamos un camino de higueras y ciruelos hasta la huerta de Higinio, el carpintero. Nos descalzábamos con cuidado, para no pincharnos con los zarzales, y escondíamos la ropa entre unas junqueras, al pie de un nogal. Luego, nos zambullíamos en el agua que estaba buenísima de tanto darle el sol y allí pasábamos las horas jugando y chapoteando.