Prosa poética, 20

20-08-2010.
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Tarde de pesca * 3 – sep – 93
Enseguida le puse Nelson, cuando le vi hacer un par de nudos a la maroma de la barcaza e, ipso facto, venteó la alidada hacia sottovento. Paco Faraldo, naturalmente.

Un mar plácido ‑y lindo‑ jugaba con montones de carapaus, especie de jureles plateados que por estos mares de Lisboa pululan. Tú lo sabes monólogo, iba con mi traje y mis zapatos finos, como un señorico de los de antes.
Hombre de tierra siempre, de tierra firme, pero una tarde de pesca vendría bien a mi almacenada cabeza, pensé. Él no, Nelson vestía su gorra marinera y una pipa de pirata.
Y me subí a la barca, con el jesuita y doña Olvido.
Olvido haría de grumete y yo me ocuparía de las tareas de estribor. El maromillo Juan discurseaba sobre no sé qué de señales de navegación internacional, porque había sacado el cursillo.
Por supuesto que Nelson dirigía la nave recta y correctamente, entre las boyas polícromas de la marea y otros barcos diminutos que, cual columpios, se mecían gozosos en el sol marino de una tarde lenta. Por supuesto.
«Algo más de tres millas y llegaremos a la isla», aseguraba con su voz agarrafada y morenamente sonora. Yo envidiaba el músculo excitante de Nelson luchando con sus brazos enormes, como unos remos troyanos.
La isla se acercaba poco a poco, a medida que extendía su tibio solar de arena. Me noté más ancho en aquellas latitudes y hasta me sentí con cierto aire de Rodrigo de Triana.
«Te llamaré Nueva Antonia», voceé clavando un pequeño palo de escoba sobre una duna.
 
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PIF *
Hace un año más o menos estaba con la misma densidad de cuerpo, con la misma angustia agujereándome los labios, con la misma fe quebrada por el Erosístoles.
Hace un año más o menos se despedía una experiencia llamada soledad y se encendía otra esperanza con alas y nombre de paloma. Un relevo del corazón hizo que las lágrimas se meciesen con las risas.
Recuerdo este diciembre, siempre relevante en todos los años de mi vida. Toda mi historia son retales de diciembre. Y ya se sabe: nadie se acuerda de santa Bárbara hasta que truena. Todas las vidas no son sino episodios rotos. Es la finitud del tiempo nuestro que nos hace sentirnos totalmente interinos en cada cosa y en cada tarea.
Los inventarios de diciembre, el mes último de todos los años, la fecha tope de todas las aventuras, el calendario final de todos los proyectos, me ponen nostálgico.
¡Si pudiera arrancar los diciembres de mi almanaque!
Hace un año más o menos se despidió una vida, dejándonos a los dos a la intemperie.
Y otra llamada encendió otro nuevo año, provocando aquel brindis del año viejo, cuando era nieve temprana lo que ardía; cuando una gema preciosa, según dice el diccionario, vacilaba; cuando una paloma ‑en la sombra, entonces‑ estaba ya empezando a imantar mi alma. Aquel poema de uvas lo contempla.
Después vendría el soneto, en el ozono de la noche lenta, en donde aparecía el retrato de un ángel que asomaba.
Hace un año más o menos decidí reincorporarme a mi casa en un intento de desandar lo andado. Un año adolescente me haría alegremente joven.
Hoy hace un año más o menos que un gobierno socialista se disponía a cambiar la vieja imagen de esta España que intentaba dejar al «furgón de cola», como dijera Goytisolo.
Hace un año más o menos. Mis historias últimas son siempre anuales. Vivo de año en año, como si la factura de mi vida no tuviese derecho a la prórroga.
Y así, cada año, hay que renovar las fuerzas, hay que recrear el alma, hay que barajar de nuevo.
La monotonía de mi noria me hace ser, cuando esto escribo, una eterna persona en expectativa de destino.
Hace uno año más o menos fui también a Alcalá a renovar mi alcalainismo.
Y, como hace un año, salí trasquilado. Me presento con la confesión vivida de mis primeros cuarenta años, de los cuales ‑puede decirse‑ que sólo fueron vitales los diez últimos.
Todo me ha pasado en este decenio que se acaba. Lo anterior fue una semilla vieja que, ahora, no reconozco.
Quisiera dejar dormir por un tiempo estas páginas íntimas que tanto me duelen. Y sólo las reanudaré cuando un nuevo cántico me afirme en que el mundo está bien hecho. Mientras tanto prefiero no volver a desnudarme.
Sea, pues, esta página íntima el punto y final (el pif), el epílogo a mi primera existencia. A partir de ahora habrá que hacer del tiempo no una aventura, sino una complicidad.
Quedan retales de este año que me hacen ilusionar el reencuentro con la vida feliz que ha sido para mí todo lo que queda escrito en Mar de alfileres.
Porque hay síntomas claros de que nada ha pasado, porque no creo que se haya agotado nuestro tiempo, porque creo que las venas de las manos todavía tienen sangre, y picores, y hematíes, porque sé que hay un mar que nos guiña… y porque necesito, sobre todo, creer en los ojos de Laura.
Hace un año más o menos se rió un telón en mi teatro. Y el personaje de Godot vino a pesar del absurdo.
Dibujé ayer mi horóscopo y me salieron ‑es mi sino‑ unos círculos de maraña. Voy a vivir con la misma autenticidad que hace un año más o menos.
Espero lo que la vida podrá hacerme valer por mí mismo. Nada más ni nada menos. No quiero cómplices de barro. Estoy preparado para condenarme solo, pero también cabe la posibilidad de que muramos juntos.
La salvación está en esta vida, porque la muerte nos cierra todas las entradas. Sólo mueren los muertos, y perdóneseme el pleonasmo surrealista.
Hoy decido varias cosas de mi programa de futuro:
—No entorpecer el libre vuelo de la gaviota bajo ningún motivo, por grave que este pueda ser o parecerme.
—Reanudar mi propio viaje, engrasando este cuerpo que aún tiene cuerda para rato.
—Huir de toda estrategia indigna y preconcebida, es decir, aceptando todo con la misma humildad del Eros. Espero el futuro con la pasión de ser protagonista de mi propio currículum.
Hace un año más o menos había en mí una encrucijada cordial; ahora es distinto: estoy solo. Pero mi soledad es rica y creadora, nunca frustrante. Me queda la palabra y, por supuesto, mi autenticidad. Creo que puedo presumir de ello sin jactancia.
¿Qué pasará dentro de un año? No lo sé.
El tiempo no nos pertenece. Somos nosotros los poseídos. Pero no habrá semen podrido para los campos.
Casi todos los días hago lo mismo: dedicarte el poema recién hecho, luego… perderte.
Hace sol en este primer domingo de diciembre. Ya no llueve.
Es al alba, cuando estas páginas se aprestan a descansar un largo trecho. ¡Buenas noches!

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