
No todos los niños del pueblo podían presumir de tener una burra, aunque algunos tenían mulos o caballos, que era más importante. En la casa donde nací siempre hubo una burra, además de otros animales domésticos que animaban el corral: los gallos cantaban, las gallinas cacareaban, los pollitos piaban, los conejos correteaban, las perdices cucaban, los canarios afinaban, la cabra balaba, los gatos maullaban, la perra ladraba y la burra rebuznaba a las seis en punto de la mañana, una hora antes de que los gallos anunciaran el amanecer. Exigía su ración de comida, que la chacha Rufina, soltera por obligación, puntualmente le suministraba.