11-06-2010.
El día 23 de marzo de 1954 amanecía bueno, como corresponde a un día de primavera, aunque un poco fresco.
Mi señora, esperando su alumbramiento, no quería dejar la colada para otra semana y ese día decidió lavar. Yo saqué el agua del pozo que estaba en el corral junto a la pila y se la preparé. Me fui al trabajo, ella arregló a la niña y la mandó al colegio, almorzó y se bajó a lavar la ropa.
La familia la componíamos siete personas, de ellas cuatro hombres. Cuando vine del trabajo para comer, estaba terminando. Su madre se encargó de hacer la comida y preparó un buen brasero de candela. Cuando subió del corral, agradeció mucho el calor que su madre le tenía preparado. Comió y se sintió algo indispuesta; quizás, el excesivo trabajo de la mañana la había provocado ese malestar. La pila, donde lavaba, estaba a la altura de todas; pero a ella, con el abultado vientre, le costaba trabajo y decidimos hacer en el suelo un hoyo y de esa manera la pila le quedaba más alta y ya, aunque con trabajo, el vientre quedaba más bajo que la pala. Me fui a trabajar, haciéndoles la advertencia de que me llamaran si se ponía peor. Cuando vine del trabajo, la aurora boreal, que anuncia la venida de un nuevo ser al mundo, había pintado.
Como anteriormente decía, mis hijos han venido al mundo queridos y deseados. En nuestros cálculos, nunca ha entrado o hemos antepuesto comprar un coche, meternos en un piso o adquirir una finca antes de tener un hijo. Ese pensamiento materialista nunca lo hemos tenido. Hemos preferido trabajar, sacrificarnos, privarnos de muchas cosas para gozar a diario del querer que dan los hijos, esa felicidad inenarrable que sólo saben los padres que han formado su hogar con verdadero amor y cariño. Así lo he vivido yo. ¡Qué amor me tendría mi madre cuando, postrado en una cama, casi comido por la tuberculosis, se desvivía por buscarme alimento cuando todo escaseaba! ¡Cómo se le iban empequeñeciendo sus pequeños y vivos ojos de tanto llorar!
No era yo su único problema, pues mi hermano mayor se marchaba fuera de nuestra patria ‑por las corrientes políticas de aquellos tiempos‑, bajo una bandera que no era la española, formando parte de la Legión Francesa, lugar que le asignaron a la mayoría de esas tropas derrotadas que pasaron los Pirineos. Cuántos meses, años incluso, mi madre no recibía noticias. O mi otro hermano, Juan, que en el campo de concentración de Málaga lo tuvieron privado de libertad catorce meses. ¡Con qué alegría mis padres arreglaron papeles y avales para traérselo; fueron por él, y con qué dolor se volvieron a nuestro pueblo con las manos vacías! ¡Qué retorno tan amargo!
Eso es querer, eso era un verdadero amor sacrificado. Mi segundo hijo, como la anterior, nació en la primavera, un 24 de marzo. ¡Con qué alegría lo esperábamos! Su hermana, que contaba seis años, cuántos besos decía que le iba a dar: «Y ¿qué va a ser, mamá: nene o nena?». Aquella noche se acostó con su abuelita, pues su madre, algo indispuesta, acordó con una buena vecina, que se ofreció para acompañarla en su esperado trance.
Yo fui a buscar al ama, que presta subió, la reconoció y dijo que venía muy bien y se quedó acompañándola. Como, cuando se juntan las mujeres, nunca faltan temas que analizar, el tiempo se pasó rápido. Ya, en las primeras horas de la madrugada, los dolores se generalizaron y las consecuencias se vieron rápidas. El ama, con su experiencia, palpó que era un varón, aunque le dio otro calificativo.
—Aprieta fuerte, que este es un cabezolón —le dijo—.
Ella, cuando oyó aquello, sumergida en esos dolores inmensos que dan en el alumbramiento, alzó los ojos al cielo e interiormente pidió a Dios que le diera fuerzas y que no le ocurriera nada a su hijo. Así fue: nació bien, pero no entró a esta vida llorando como la mayoría. El ama le quitó una vuelta de tripa en el cuello y seguía, como se dice, atontaíllo. Le cogió los débiles y morados pies y, con la cabeza boca a bajo, procedió a darle azotes suaves en el culo, que a mí no me lo parecieron. Así, varias veces. Yo, nervioso, decía para mí: «Esta señora no se cansa», pues lo repitió varias veces, hasta que rompió a llorar, momento en que el ama dejó de zurrarle. Ya todos respiramos muy hondo y más viendo que era varón, pues, en el tiempo que estuvo la señora dándole azotes, nosotros vimos la identificación y, como decía mi madre, «Este puchero no ha salido del horno rajado…».
Al tener ya una niña, el niño a todos nos satisfizo. Su hermana siempre quería tenerlo en brazos, pues, acostumbrada a las muñecas, éste lloraba de verdad, comía en serio y se hacía pipí. Todo eso le encantaba: ya no le gustaba tanto la calle; se pasaba las horas junto a él. Unos días después, lo bautizamos en la iglesia de San Isidoro y tuvimos una poca fiesta con ese motivo. Le pusimos Fernando, como su abuelo paterno y yo, su padre.
Tanto su madre como yo nos hemos sacrificado para que estudiara y así lo hizo, y siempre con buenas notas. Sacó Magisterio y su pasión es grande por la enseñanza y por el saber. Fruto de ello es que se ha licenciado en Psicología por la UNED, estudiando en sus ratos libres, y está terminando sus estudios de Grado Elemental por la especialidad de PIANO en el Conservatorio Elemental de Úbeda “Andrés Segovia”.
El servicio militar lo hizo en Melilla. El campamento lo pasó en Viator (Almería). Allí fuimos dos veces a verlo. La primera nos lo encontramos deprimido, desilusionado, con la moral baja, muy baja. No le gustaba esa vida de saludos, de estrellas, de galones. Le dimos ánimo y lo tomó. Cuando fuimos a la jura de bandera ya respiraba otros aires y, terminado ese aprendizaje de soldado, estaba optimista a pesar de que se tenía que marchar a Melilla. Por su condición de maestro pudo escoger cuerpo y lo hizo en la Marina, con la graduación de cabo y lo pasó muy bien. Estando allí, pasó el día de su santo y yo, como siempre, le mandé mi felicitación. No teniendo nada material, le envíe estos versos o cantares que escribí para él:
CANTARES A MI MARINERO
Marinero, marinero,
que navegando en la mar
acuérdate que en la tierra
has dejado en larga espera
quien te quiere de verdad.
Yo en la tierra estoy a gusto
cuando no pienso en la mar,
pero lo malo del caso
es que de noche y de día
no se me puede olvidar.
Ola que rizada avanzas
retrocediendo después
lleva estos besos de espuma
y dile que se los manda
quien muriendo está por él.
Cuando me acuerdo del agua,
del agua salá del mar,
me acuerdo del marinero
que con gracia y salero
le hace ser más salá.
Si yo me encuentro afligido,
me voy a la orilla del mar,
y sus olas me ayudan
a recobrar la alegría
y las penas se me van.
Ay mare
siempre acordándome
del marinero,
el sueño se me ha ido,
yo me desvelo,
pensando en él
de noche y de día,
y él en la mar.
¡Ay mare mía…!
que navegando en la mar
acuérdate que en la tierra
has dejado en larga espera
quien te quiere de verdad.
Yo en la tierra estoy a gusto
cuando no pienso en la mar,
pero lo malo del caso
es que de noche y de día
no se me puede olvidar.
Ola que rizada avanzas
retrocediendo después
lleva estos besos de espuma
y dile que se los manda
quien muriendo está por él.
Cuando me acuerdo del agua,
del agua salá del mar,
me acuerdo del marinero
que con gracia y salero
le hace ser más salá.
Si yo me encuentro afligido,
me voy a la orilla del mar,
y sus olas me ayudan
a recobrar la alegría
y las penas se me van.
Ay mare
siempre acordándome
del marinero,
el sueño se me ha ido,
yo me desvelo,
pensando en él
de noche y de día,
y él en la mar.
¡Ay mare mía…!
Con cariño a mi hijo Fernando, en su XXII onomástica.