24-05-2010.
Un titular excitante para los materialistas e irritante para dualistas ultra conservadores.
Escribo estas líneas porque los resultados obtenidos por Craig Venter han sido interpretados erróneamente. Es corriente que la Biología se entremezcle con el Marketing y con la Filosofía barata1.
The Economist presenta su artículo con el fresco de la Sixtina de la creación del mundo, y atribuye al descubrimiento una importancia superior al de la bomba atómica.
En realidad lo que ha hecho este equipo americano2 ha sido:
1) Sintetizar químicamente el genoma de una bacteria A, Mycoplasma. No exactamente, pero los detalles no son al caso.2) Pasar ese genoma a otra bacteria B distinta, pero de la misma familia.3) La nueva bacteria B ha empezado a auto‑replicarse. Luego vive.
Es exagerado equiparar estas manipulaciones con la creación de la vida, y hablar de vida artificial. Sobre todo, pensando que el material citoplasmático de B no ha sido sintetizado. ¡Y cuántos elementos de importancia capital hay en un citoplasma! Sin embargo, es también verdad que las nuevas generaciones de B no son como las de la bacteria progenitora.
Aparte de la exageración filosófica ‑uno de los científicos del grupo de Venter ha hablado más modestamente de Gedanken Experimenten‑ se abren con ello las puertas a muchas técnicas que desembocarían, sin que se pueda saber cuándo, a nuevos biocombustibles, medicamentos, procesos de purificación de agua… y ¡usos militares!
Me hago una reflexión sobre las consecuencias que tendrán estos descubrimientos biológicos del siglo XXI. Los nuevos y grandes avances son siempre e inevitablemente mal digeridos por la sociedad. Las traducciones técnicas de esas invenciones se incorporan fácilmente a la economía, y más fácilmente al arte militar. Pero los valores, las estructuras sociales, los sistemas de pensamiento que conllevan se incorporan con ritmos mucho más lentos. Y la Historia a larga escala se venga de estas malas absorciones de la manera más terrible. Los dioses aplastan a los hombres por sus ambiciones prometeicas para enseñarles a reconocer modestamente su efímera naturaleza. Relacionen, por ejemplo, la invención de la imprenta, tan importante, con las guerras de religión que ensangrentaron Europa en el XVI y XVII. Y el desarrollo industrial del XVIII y XIX, y la revolución científica, con las Grandes Guerras. Admito que hay que desconfiar quizás de los grandes frescos históricos y las simplificaciones excesivas en el terreno de la filosofía de la Historia. Pero reconozcamos que algo de verdad contienen.
1 Como ejemplo de lo que pienso, que debiera ser una actitud equilibrada respecto a los descubrimientos de la ciencia, ver mi artículo “¿Darwinista y católico?”.
2 Equipo al que conozco personalmente tras una convivencia de varios días, y más precisamente a Craig Venter. Preciso que no soy biólogo.