Deconstructivismo

07-05-2010.
Somos forofos del deconstructivismo. Deconstruimos todo. ¡Fíjense si no…, si deconstruimos hasta la comida…! Sí, todo lo desmenuzamos hasta los límites más inverosímiles.

Es una opción desde luego, es un aspecto del método científico que puede resultar hasta imprescindible (ya saben, análisis‑síntesis). Pero es que, dados a deconstruir, arramblamos con todo lo ya estructurado y construido.
Me viene esta reflexión al hilo de un recuerdo de cuando preparaba la oposición: el profesor de lingüística era un forofo de la gramática estructural y más de la semiología de Chomsky, y nos metíamos en unos jardines impresionantes; lo deconstruíamos todo, buscando “el último significado” de las frases y palabras. Como ejercicio intelectual estaba bastante bien; mas como procedimiento práctico la cosa ya se ponía más peliaguda. Consecuentemente, en el ejercicio correspondiente de la oposición, en el que pusieron un texto ¡nada menos que de Góngora!, hube de recurrir a la analítica tradicional después de llevar una hora con el ejercicio.
Pues se ha seguido en esta senda de la deconstrucción con ánimo de fanáticos convencidos.
Lo aplicamos a todo y a tantos casos y cosas como se nos presentan, no sólo en la parte científica (que como decía es método muy necesario para el conocimiento), sino que ahora deconstruimos nuestra sociedad, la estructura misma del Estado, los organismos que lo sustentan, las bases mínimas de convivencia y de todo entendimiento. Todo lo destrozamos ¡y luego no lo sabemos construir de nuevo!, (¿o no queremos hacerlo?). Desarmamos el mecanismo del reloj y luego nos sobran piezas.
Los que nos dedicamos al oficio de la enseñanza hemos padecido bastante de esta afición “tan científica”… Se ha destruido, cambiado, vuelto a intentar recuperar algo de lo apartado, y poder, ahora, reconstruir, aunque sea algo mínimo. No, no lo escribo desde el espíritu reaccionario y más carca, sino desde mi experiencia del día a día. No se trate de confundir ni el mensaje ni el mensajero.
La última parida de nuestros entusiastas políticodeconstructores es la de permitir que en el Senado se hable en todas las lenguas de las autonomías estatales (quienes tienen esa particularidad). Por lo pronto, me temo que, luego y consecuentemente en el Congreso, se pida y conceda lo mismo. Esto traerá de inmediato acarreado un gasto significativo, muy de acuerdo con los tiempos que corren, desde luego. «Pero ¡está justificadísimo!», me dirán. Y se mostrará la pasión de la que hablamos en el artículo, porque se hace olvido cierto de que el Senado es una cámara de todo el Estado, que antes habría que realizar en el mismo las reformas constitucionales necesarias para convertirla en Cámara de Representación (que es por donde no se han decidido nunca a empezar) Territorial y que, en la misma, se debe utilizar como idioma vehicular el que se puede hablar y entender en toda España. Repito que es, casi como todo lo que se lleva ahora a cabo, algo inadecuado, inoportuno y hasta extemporáneo. Y que deja en el saco de lo olvidado lo que anteriormente he indicado y que es tan significativo: la impotencia, tanto política como administrativa (y, desde luego, personal, de quienes tienen tan alta responsabilidad) de llevar a cabo las reformas institucionales tan necesarias que ya se reclaman reiteradamente.
Las tonterías y maniobras que se hacen para obrar tal vez como divertimentos extemporáneos nos asustan ya. La pasión por desarmar lo que sea, ya es, por lo que se ve, cosa de rutina. Peor sería que se confirmase que es, además, estulticia. Signos hay, como el tema idiota de expurgar los cuentos tradicionales por causa de ser, según dictamen de sesuda ministra, de todo menos educativos. Porque no creo que nos mereciésemos que nos manejen personas con tan poca sesera (¿o sí?).
Se ha logrado hasta ahora destripar todo lo destripable y hasta lo indestripable, que ya es lograrlo; luego de observar a los pies tal desastre, los autores se sacuden las manos y se marchan. Dejan la tarea de recomponer a otros que quizás sean más listos, o más inconscientes. O se lo dejarán a los más oportunistas.

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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