Complementos a los cuatro escritos de Dionisio Rodríguez sobre el padre Calles y Antonio Pérez

06-05-2010.
Porque es de justicia, porque tengo pruebas personales, por vivencias propias con las personas mencionadas, tengo el deber y el placer de aportar algunos datos más sobre la figura de estas dos personas.

El padre Antonio Calles fue inspector mío en la Safa de Úbeda y profesor de Literatura y no recuerdo nada que resaltar de su trabajo ni de su pedagogía, como no sea su porte (pobre equipaje).
En Safa de Alcalá la Real coincidimos el curso 1975. En ese año el padre Calles revolucionó a los alumnos mayores, provocando huelgas y aplicando métodos religiosos basados en supuestas libertades que enfrentaron a profesores, alumnos y personal del Centro.
El padre Manuel Bermudo, en su libro Safa, medio siglo de educación popular en Andalucía (1940-1990) lo describe así:
El padre Antonio Calles se enfrentó directamente con el padre Francisco Serna. Dos estilos opuestos. Los alumnos estaban con el padre Calles, porque entendían que los métodos del padre Serna eran antiguos y trasnochados. El padre Calles, por el contrario, les ofrecía libertad en sus ideas religiosas y enfoques pastorales. Los alumnos, ante este enfrentamiento, optaron por una actitud indiferente. El Director defiende al padre Serna y el rector retira del centro al padre Calles a mitad de curso.
(Se puede ampliar la cita, consultando la página 356 del mencionado libro).
Actualmente desconozco su trayectoria, aunque creo que dejó el sacerdocio, como tantos otros.
Antonio Pérez Martínez estuvo en la Safa de Úbeda el curso 1960-61 y fue inspector de la Tercera División y profesor de Religión. Yo estaba en 1.º y tenía doce años. Dionisio era de un curso superior.
De allí marcha a la Safa de Alcalá la Real, donde permanece hasta su jubilación en 1997. Coincidí con él, día a día desde 1969 y me honró con su amistad.
A continuación reproduzco el escrito que escribí con tal motivo:
Despedida
[…] y por hacer sementera
de la vida y del amor
es ‑como Vos‑ sembrador…
Sin historias y sin rector. Aun así, se marchan 40 años de trabajo. Una vida.
Lo conocí en octubre del 60 en la Safa de Úbeda. Tenía ya el pelo blanco y una chaqueta azul, que se compró con las pocas pesetas que ganaba. A unos niños de doce años, mal vestidos y asustados por tanto espacio, nos hablaba del Seminario (todavía deja caer latines) y de los valores de responsabilidad, respeto y sacrificio, tan rancios hoy, que nos predicaba con el ejemplo.
Pronto se hizo y se sintió alcalaíno, enamorándose de esta tierra y de una alcalaína con la que tiene tres hijos que son su orgullo.
Y se dedica a trabajar. Sí, empleó a fondo sus energías en instruir y educar, que es lo que entendía que debía hacer, a sus numerosos alumnos (cursos de más de 50), a sus problemáticos alumnos (alumnos internos venidos de lejos con problemas añadidos) en unas jornadas que no se sabía cuándo terminaban. A todos y cada uno de ellos, fuera quien fuera, les ofrecía su calor humano en primer lugar y luego, sólo luego, se preocupaba de enseñarles la h, los ríos o la tabla del 7. «Los añadidos no son importantes: terminan por caer», aseguraba.
Puntual, abierto, ilusionado. «Lo primero son los niños y lo segundo también», nos solía decir. Siempre correcto, a pesar de los empellones provocadores que recibía. En su sitio. La verdad en los ojos, huyendo de la mediocridad y el escaparate, buscando la idea y no la copia.
Es el compañero que te desea que tengas un buen día. Es el amigo que siente tus problemas y te anima. Es el que enseña a distinguir entre el valor y el precio de las personas y de las cosas. Es el que deja el protagonismo para otros más necesitados. Es Antonio. Antonio Pérez, claro. (¡Ay, padre Bermudo, las caras auténticas de la historia que se pierden! ¡Cuánto olvido interesado, Apolinar! Y es que, como decía Quevedo, «entre las almas hay almillas», por más que griten en la noche).
Hoy se despide. Cansado ‑tantos años son muchos años‑, con las alforjas vacías de monedas, pero con la cabeza bien alta y la satisfacción que da una jornada bien llena y una hornada bien hecha.
Antonio Pérez Martínez, 64 años, de profesión MAESTRO. Se ve tu luz. Gracias. Hasta siempre.
(Publicado en la revista El Pupitre).
Noviembre de 1997.
Actualmente vive en Granada con su familia y viene, de vez en cuando, a visitar a los amigos y a recordar viejos tiempos.
Es cierto que cada uno cuenta la feria según le va en ella. Pero la historia ‑que es otra cosa‑ debe ser lo más completa posible para, sobre todo, tener conocimiento cierto de las personas y de los hechos que la conforman. Por justicia. Por memoria histórica.

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