Se buscan, por distintos motivos. El padre Antonio Calles y don Antonio Pérez, 3

14-04-2010.
Cuenta Miguel Damas que el padre Calles era muy coqueto; paseando una tarde por la ciudad se cruzaron con una bellísima señorita. Para nosotros todas lo eran. Miguel, que no se “cortaba un pelo”, le dijo al padre:
—¡Vaya ojazos que tiene la nena!

A lo que él, sin alterar el paso, contestó:
—Pues, nos está mirando.
Miguelín su giró y comprobó que la muchacha, efectivamente, había vuelto la cabeza para mirarles. Damas, desde entonces, admiró y envidió el sin par atractivo del sacerdote y la seguridad que mostró en asunto de faldas.
Yo, por mi parte, recuerdo del padre Calles cómo, por las tardes, en el estudio de última hora, me llamaba, se interesaba por mis estudios, por las asignaturas que llevaba mejor y por aquellas en que tenía más dificultades. Juntos analizábamos mi comportamiento, la influencia positiva o negativa que podía ejercer sobre los demás y, finalmente, intentaba abordar temas espirituales, asegurándome siempre que guardaría absoluto secreto sobre aquellos asuntos. Yo, si bien en materia de estudio y de comportamiento le decía la verdad y tenía muy en cuenta sus recomendaciones, en materia espiritual tenía mis reparos.
Para resolver nuestros problemas espirituales, teníamos al padre Mendoza y yo consideraba que su dirección era altamente eficaz y suficiente. Si no le contaba al “cura Calles” las acciones propias de estas edades, no era por el miedo a las duras penitencias que podían caerme, ya que este cura no confesaba ni ponía penitencias, sino porque siempre tuve la sensación de que, después de comentarle cualquier barbaridad, podría decirme: «¡Vale, tío! ¡Penitencia no te pongo, porque no estamos en confesión; pero la Literatura no la apruebas en este siglo!».
De todos modos, eso nunca pasó. Yo eludía, como podía, los temas comprometidos e intentaba ganarme su confianza y su estima. Aprobé en junio con buena nota.
Una tarde, al finalizar el estudio, me llamó con más solemnidad de la habitual. Fuimos a una sala aparte, para dar más importancia a los temas que íbamos a tratar. Uno que nunca estaba tranquilo, porque la perfección no existe, pensaba en las razones que tendría el cura para la bronca que me esperaba o el chaparrón que estaba a punto de caerme. En estos casos, lo aconsejable era ponerse serio, no delatarse y esperar; sobre todo, esperar. Empezó a hablar, lentamente, dando mucha importancia a sus palabras: «que si lo que iba a decirme era una prueba de la buena opinión que de mí tenía, que yo estaba demostrando una gran responsabilidad últimamente, que si él comprendía mis aspiraciones y mis deseos, que lo tomara como una prueba de que en el colegio se escuchaba y se tenía en cuenta la opinión de los alumnos…, y que a partir de aquel momento, Vargas y yo, pero sólo nosotros, ¡ya podíamos fumar!».
Increíble, insólito, inaudito. ¡Qué dirían los demás! Al agravio comparativo hacia el resto de compañeros se unía la tremenda incoherencia de la medida aplicada, porque si unos podían fumar, ¿por qué no los otros?
Los peor pensados imaginamos que don Antonio debió de explicar al padre la “rebelión de los fumadores” de la que fue objeto en el estudio. Éste, que había leído a San Pablo, pensó que ,haciéndose amigo de los instigadores de la revuelta y concediéndoles sus reclamaciones, la cosa se calmaría, las aguas volverían a su cauce y todos tranquilos. ¡Craso error!
La medida produjo los efectos totalmente opuestos a los pretendidos: por una parte, ya nadie se ocultaba de fumar; los paquetes de Celtas se ponían sobre la mesa sin el menor recato ni pudor; se abandonaron los váteres como lugar estratégico, lógico, natural y saludable para fumar, e incluso muchos de los que no lo hacían habitualmente, de la noche a la mañana, se convirtieron en empedernidos fumadores.
Bueno, pero ¿a qué viene esto ahora después de tantos años? Pues a mucho, sí señor. Vean, si no, las portadas de la prensa del día veinticuatro de abril de dos mil.
La Vanguardia: “Chaves exige 60 000 millones anuales a la industria tabaquera”.
El Periódico: “Chaves demandará a las tabaqueras, si no pagan 60 000 millones anuales”.
El País: “Chaves reclama a las tabaqueras 60 000 millones por el daño causado en Andalucía”.
El Mundo: “Chaves reclamará a las tabaqueras 60 000 millones anuales, para compensar los gastos médicos que provocan los fumadores”.
De igual forma se expresan ABC, Diario 16 y algunos diarios económicos, con respecto a la demanda presidencial.
Por lo tanto, a la vista de la cruzada emprendida por el Presidente de Andalucía y después de haber sufrido en mis propios pulmones los múltiples daños que ocasionan los cigarrillos, como ciudadano responsable y solidario con la medida presidencial, propongo que se busque al padre Calles y a don Antonio, utilizando todos los medios adecuados, colocando sus fotografías en lugares públicos y concurridos, recurriendo al cine o la televisión e incluso llegando a ofrecer recompensas sustanciosas, a todo aquel que pueda aportar pistas sobre ellos. Una vez localizados, sugiero que se proceda a censurar, afear y recriminar la conducta del padre Calles, haciéndole escribir varios libros a mano con las siguientes frases: “Las autoridades educativas debemos advertir y advertiremos, a partir de ahora, que el tabaco perjudica seriamente la salud de nuestros alumnos. Nunca cometeré la barbaridad de premiar a mis alumnos permitiéndoles fumar”.

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