Un ramito de violetas

 

21-02-2010.
A mi profesor don Fernando Cueto,
quien, cuando tenía catorce años,
me enseñó a mirar
lo que hay detrás de los retratos.
Las fotografías pueden tener muchas finalidades: ilustrar un texto, mostrar un detalle, decorar…; y, lo más importante, representar símbolos.

 

En esta foto ‑Un ramito de violetas‑ aparecen tres elementos principales ‑una persona mayor, un niño y unas florecillas‑ que, aparentemente, no tienen mucha significación. Técnicamente, la instantánea es bastante vulgar: sin contrastes de luces, ni de planos, sin efectos especiales…; aunque tan cargada de símbolos –las manos, el ramito de flores…–, que seguro que podría hacer las delicias de Saussure o Barthes.
No obstante, para mí, su interés es bien distinto a la semiótica.
Los dos protagonistas, ajenos a la cámara, observan atentamente un ramito de violetas, y cualquiera que contemple la foto puede conocer esa realidad ‑una persona mayor le enseña a un niño unas flores, que ambos miran atentamente‑; pero, además de ello, el espectador tiene la certeza de que entre ambos personajes hay una trama, una historia, que solo ellos conocen; y al ver la instantánea, lo que aquel contempla son dos historias (la que aparece en la fotografía, elemental, objetiva) y otra, la que están viviendo los personajes de la foto, que sólo puede imaginar.
La esencia de la racionalidad, la almendrilla de lo que somos, está en la atracción irresistible que sentimos por conocer aquello que intuimos que existe, pero que aparece velado ante nosotros ‑el interés por desvelar, por desnudar, por descubrir sensu stricto lo que está oculto, lo sagrado‑.
Esta imagen, más que una fotografía efectista ‑para adornar‑, podría servir como sutil lección de psicología ‑o quizá mejor, de antropología‑.

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