Mal tiempo, 1

14-02-2010.
Mal tiempo es este para el hombre libre. Los tiranos insaciables se empeñan en decretar leyes cada vez más restrictivas, y el pueblo no encuentra la manera de derrocarlos. La confusión impone sus normas y el desconcierto anida en el espíritu de los más sabios. La conjuración puede surgir en cualquier momento de no se sabe dónde, pero nunca de los que aman la sabiduría, sino de los aventureros.

En horas como estas no es de débiles aferrarse a la vida, al contrario: es un gesto de héroes. A pesar de que estos también andan muy desprestigiados, incluso por aquellos que los aclamaron. Ya resulta difícil mantener con dignidad la condición humana como para tener aspiraciones heroicas. Podemos darnos por contentos si conservamos la libertad. No deseo ya otra cosa.
No quiero que te molestes por mi negativa a tus propuestas; atiende a mis razones, aunque ahora no puedas entenderlas.
Debo decirte que igual que los jóvenes arqueros graban el nombre de la muchacha amada en el envés de su arco, adivinando, cuando lo tensan, el corazón indefenso del enemigo, y cuando sus manos acarician esas iniciales ásperas, a ellos se les atempera el pulso y enciende el ánimo; o parecido al ritual de los que en el escudo, entreteniendo el ocio de las pausas del combate o del ejercicio de entrenamiento, dibujan flores, animales extraños o claves misteriosas para conjurar la muerte que a menudo recorre la llanura, yo, amigo Cirno, igual que ellos, grabé en mi corazón y escribí en mi pensamiento sólo dos palabras: «Olvida Paros».
Pero sucede que la memoria es flaca, el corazón voluble y, cuanto más trabajan en una dirección, más hostigados se ven por los vientos del recuerdo, esas malditas ráfagas que, a veces, en perfumadas oleadas persistentes te arrebatan el pensamiento por vicio de los sentidos y te desequilibran la entereza de ánimo.
No una daga, que es de hierro y derrama sangre y llega a producir la muerte, aunque a veces sea liberadora, sino un florido espino que crece hermoso en su constante punzar, ha sido la imagen de Paros en mi memoria. Engalanada y falsa, es cierto, pues las asperezas que el acontecer de los días le otorgara, se limaron con las horas y las repetidas y prolongadas ausencias.
Sólo en los combates quedé libre de su maleficio. La proximidad del compañero, el olor de la sangre sobre el polvo, casi niña en algunas ocasiones, el crepitar violento del fuego, que no por repetido pierde su indescriptible espanto y belleza, levantando su lengua desoladora hasta el cielo atormentado, la incertidumbre de la propia vida en los límites de la muerte y la impiedad de los vencedores tendían una negra gasa en mi recuerdo, ocultando la grata memoria de sus campos y playas.
Me he sentido no pertenecer a nadie. Yo no era de ninguna patria ni reconocía ningún padre o hermano. Sólo la lengua me refería a un pueblo. Había nacido de la tierra como lo hace el romero, la culebra o las gaviotas.
Mi corazón no sentía especiales aficiones, salvo el vino, el placer de los cuerpos jóvenes y los versos. Era sólo un ser insignificante frente a la muerte.
Pero no dura la guerra lo que dura el olvido, y eso consuela y dulcifica el pensamiento y recompone de igual modo el cuerpo y el espíritu.
Con vino agrio de Iremea quise borrar el dulce sabor de los primeros mostos de la vendimia de Paros a principio del otoño. A pesar de ello, permaneció en mi memoria, como a fuego grabada, la pintura de las viñas cuarteadas de nuestra isla, que bajan por las laderillas de los montes, en abandono, como jóvenes viudas de pescadores para entregarse al mar en ofrenda. Pequeñas viñas en bancales y terrazas recoletas y blanquecinas, protegidas por hileras de pitas; recatadas y rubias parras que la luna fecunda de plata bruñida, y en la noche relucen como un campo de joyas de una ciudad saqueada antes del reparto del botín. Nunca he tenido en mis manos racimos que les puedan igualar, ni siquiera cuando acariciaba con mis dedos los pechos de Neobula. Ni mi boca ha gustado dulzor semejante. Y debo confesarte, amigo Cirno, que he bebido sin cuenta vinos de las regiones más remotas de la tierra, aromados con especias sutiles, pues no hay mayor placer, cuando el cuerpo relega sus funciones, que el de la ebriedad. Ese entrar en un mundo nebuloso donde el cuerpo flota y se mece como un copo de lino entre el sueño, la morbidez y el abandono es como acercarse sigilosamente a los umbrales del Olimpo y reírse de los dioses delante de sus narices.
Sin embargo, con el tiempo he descubierto que el hombre termina irremediablemente oliendo al perfume de su patria, así como hablando y haciendo gestos idénticos a los de su padre o su madre. Así que, la noche de tu llegada, cuando entraste en esta taberna, reconocí de pronto el aroma de Paros, y un frío recorrió mis viejos huesos.
Yo, que me creía libre de tales sentimientos. Como un vaho limpísimo era, y se alzaba por encima del sudor de los borrachos y el tufillo grasiento de las fritangas y el olorcillo de los afeites y ungüentos de las rameras. Me llegó tan cierto y tan suave como el perfume de una espiga de cristal labrado por el antiguo oleaje de la playa de Las Doncellas, donde se bañaban las vírgenes del santuario, o como la fragancia de un cestillo de higos morados con su gota de miel, recién cogidos por una esclava amorita para ofrecerlos a su amo, al amanecer, después de las fatigas del sueño y del insomnio; o como el agua transparente de los arroyuelos de raíces de plata que brotan en la primavera en las cumbres aguerridas de las montiñas y apacigua la sed de los pastores.
Busqué entre los clientes habituales, y estabas tú: un extranjero hermoso que se movía entre los harapos de la decadencia, con tu cinta púrpura anudando tu cabellera. Tus sandalias aún tenían el polvo de las calles de Paros y la arena de sus playas, y tu túnica olía a sus olivos. Tuve la conciencia de que todos mis planes habían fracasado y, una vez más, resultaban inútiles y estériles mis estrategias. Vanos han sido, en definitiva, todos mis esfuerzos. Escuché que le decías al tabernero:
-¿Viene por aquí un tal Arquiloco, que se dice de la isla de Paros?

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