El tranvía que no tuvo cumpleaños

21-11-2009.
A la memoria de un tranvía olvidado.
Había cierto nerviosismo entre los habitantes de la comarca. Aquello iba a ser una fiesta. En Úbeda, en La Yedra, en Rus, en Canena, en la estación de Tres Olivas, en Ibros, en Baeza, en la Estación de Baeza, en Linares, todo era un bullir de gente.

¡Había que estar preparados! El viejo tranvía de La Loma también tenía derecho a celebrar su cumpleaños. Había nacido a principios del siglo XX y ya llevaba arrastrando sus gastadas ruedas de acero por los raídos raíles más de cincuenta años.
Todos se esforzaban en engalanar las calles del pueblo y, sobretodo, la estación por la que pasaría el tranvía aquel día tan señalado.
Los ciudadanos, inquietos, corrían por las calles, vestidos con los trajes del domingo para hacer cola en la taquilla de cada una de las estaciones por las que, a diario, pasaba el viejo tranvía. Ninguno quería perderse aquel viaje tan especial.
En la estación de Úbeda la cola de viajeros era larguísima. Allí había dos taquillas y el factor autorizado y el Jefe de Estación no daban abasto, vendiendo billetes.
—¿Pero qué le pasa hoy a la gente?, —se preguntaba extrañado aquel factor—. Esto no es normal. ¡Se me van a terminar todos los billetes!
Él no podía comprender, porque era joven, que aquel día era muy especial para el viejo tranvía. El guardagujas, al ver lo extrañado que estaba el factor autorizado, le dijo:
—¡Pero bueno, cómo se nota que eres un novato! ¿No sabes que, hoy, nuestro tranvía va a celebrar su cumpleaños? ¿Que cuantos años cumple? Espera a ver si me acuerdo. Mi abuelo fue guardagujas como yo en la estación de Canena y de esto hace… ¡Qué se yo el tiempo! Solo te puedo decir que él murió hace, por lo menos, diez años y tenía noventa. Así que calcula. No estoy yo para hacer cuentas —respondió el factor—. Apenas si queda un billete para vender en la taquilla.
En la estación de La Yedra, los hortelanos había dejado las huertas y, bien arreglados, se dirigían hacia la taquilla para comprar sus billetes. Se acercó por allí un señor muy bien vestido.
—¡Buenos días! ¿Dónde está el Jefe de Estación?
El joven, que estaba en la ventanilla, respondió:
—Bueno, tanto como jefe, no soy; pero es como si lo fuera. Hoy el jefe está con descanso.
—¡Pues sepa usted que yo soy el Alcalde Pedáneo de La Yedra y no entiendo por qué usted no ha engalanado la estación como es debido ¿Es que no sabe lo que estamos celebrando?
El guardagujas, que estaba por allí comentó:
—¡Ya se lo estaba diciendo yo!
El alcalde prosiguió con su arenga:
—¡Parece mentira! ¡Toda la aldea está adornada con banderas rojas y gualdas y esta estación está triste y sola como un día cualquiera! ¡No puede ser! Así que le conmino a que de inmediato se ponga manos a la obra. ¿Es que no se da cuenta que el tranvía ya ha salido de Úbeda y está a punto de llegar? ¿No le han avisado ya de su salida?
—Sí, claro. Por cierto, voy a llamar a Alfonso, el Jefe de Estación de Rus, a ver qué me cuenta. [Un momento de espera.] ¡Alfonso! ¿Es verdad lo del cumpleaños del tranvía?
—¡Pues claro, Eduardo! ¡No estás preparando la llegada?
—Pues la verdad es que no tenía ni idea. ¡Menos mal que el señor Alcalde me ha avisado! ¡Ya me extrañaba a mí que tanta gente estuviera comprando su billete para subir al tranvía! Bueno, Eduardo, tú me avisas cuando vaya a salir de ahí. ¿Vale?
Lentamente, pues los años no pasan en balde, el tranvía subía por la cuesta de La Veguilla, renqueando y echando chispas, parándose cada dos por tres, porque se soltaba la carrucha de la catenaria.
En la estación de La Yedra, no cabía un alfiler. Los aldeanos y las aldeanas, con sus vestidos de fiesta y encabezados por el Señor Alcalde, estaban expectantes.
—¡Cuánto tarda! Como de costumbre vendrá con retraso —comentaban impacientes los viajeros—.
—Ya sabes que el pobre es viejo y camina lento —dijo Luis, uno de los ancianos del lugar, que con la colilla en la boca y su raída gorra ladeada, esperaba pacientemente la llegada del tranvía.
—¡Ya lo veo! —dijo Eduardo—. Está pasando cerca de la piscina. Antes de salir a recibirlo, llamaré a Alfonso. [Un momento de espera.] ¡Alfonso! ¿Me escuchas? Ya está aquí; así que no tardaré en darle la salida.
Alfonso dio las gracias a Eduardo.
Todo era un barullo de brazos y de banderitas españolas, enarboladas y movidas por los brazos y el viento. ¡Qué alegría: el tranvía está a punto de celebrar su cumpleaños en La Yedra! El tranvía venía ya casi abarrotado de gente.
—¿Pero cómo nos vamos a montar? —comentaban desesperados los viajeros impacientes—. ¡Vamos al último vagón, que allí hay sitios vacíos todavía!
En La Yedra, no había banda de música; así que, el único instrumento musical que se escuchó fue el pito del factor, anunciando la salida.
Todos sabían que la fiesta principal estaba preparada en Linares, donde acababa el trayecto. Allí debían de estar las máximas autoridades de la provincia, para agasajar a aquel viejo tranvía de La Loma en el día de su cumpleaños.
En Rus, Alfonso, el guardagujas y un factor, que se dedicaba a facturar las mercancías, estaban dando los últimos retoques para recibir, como se merecía, al anciano tranvía. Allí, también estaban las máximas autoridades del pueblo: el señor Alcalde, el Comandante de Puesto de la Guardia Civil, el señor Párroco y el viejo Maestro de Escuela. ¡Todos expectantes y entusiasmados!
Alfonso, mientras que esperaba la llegada del tranvía, revisó la valija que aquella mañana había llegado con el correo oficial. Esta valija solía llegar siempre en el primer tranvía, que venía procedente de Linares, y ella contenía en su interior los documentos y las circulares que eran importantes para el funcionamiento de la línea del ferrocarril.
—¡No he abierto todavía la valija! —dijo Alfonso—. ¡Qué cabeza la mía!¡Con tanto preparativo, se me ha ido el santo al cielo. Bueno, voy a ver si hay algo de interés. Si no, ya la revisaré después, cuando salga el tranvía con destino a Canena. Por cierto, antes voy a avisar a Juan, el Jefe de Estación de Canena. [Un momento de espera.] Juan: está a punto de llegar aquí el tranvía; así que ya te aviso cuando le dé la salida. ¿De acuerdo?
—¡Vale, Alfonso, espero tus noticias!
Alfonso salió a recibir al tranvía, que ya asomaba su morro por la curva de La Baeta. Todo el pueblo se arremolinaba en los alrededores de la estación. La banda de música inició los primeros compases del Himno Nacional y las gentes vitoreaban al tranvía, que se acercaba, lentamente, engalanado con guirnaldas de yedra verde y fresca. Alfonso dio la salida y, al volver al despacho de la estación, dijo:
—Bueno, ahora puedo ver con tranquilidad el contenido de la valija.
La abrió con cuidado y quitó las gomas que ataban aquellos documentos. Apareció delante de sus ojos una hoja que tenía un color ocre. Estaba doblada, la desplegó y leyó su contenido:
Ferrocarriles de Vía Estrecha
FEVE
Circular número 11
Párrafos X y XI
Línea de Linares‑La Loma
(Tranvías de Linares y Ferrocarril eléctrico de La Loma)
Alfonso leía y, mientras leía, pensaba:
—¡Vaya, otro rollo de circular, como tantas! ¿Qué mosca les habrá picado ahora a los Jefes? Bueno, seguiré leyendo a ver qué nos cuentan ahora.
Aquellas letras negras que venían a continuación, lo dejaron paralizado:
SUSPENSIÓN DEFINITIVA DEL SERVICIO EN DICHA LÍNEA
Madrid, a 29 de diciembre de 1965
—¿Qué dice? —se preguntó—. Voy a leerlo de nuevo. [Un momento de espera.] ¡No me lo puedo creer! ¿Qué significa todo esto?
Alfonso siguió leyendo el resto de la circular:
En cumplimento de lo dispuesto por la Superioridad, a partir de las cero horas del próximo día 30 de diciembre, cesará definitivamente el servicio de explotación de la Línea Linares-La Loma (Tranvías de Linares y Ferrocarril Eléctrico de la Loma). Por consiguiente, desde la fecha citada, no se admitirán facturaciones de ninguna clase, ni se expedirán billetes en o para sus estaciones.
El Ingeniero Subdirector Primero.
Eugenio de la Sal Gorda.
Cuando terminó de leer la circular, Alfonso estaba blanco como la pared.
—¿Qué le pasa, Alfonso? —le preguntó el guardagujas—.
—¡No es nada! —dijo—.
—¡Pues cualquiera diría! Todo le ha pasado mientras leía ese papel que ha sacado de la valija ¿Es grave?
—No se qué decirte. Mejor que lo leas tú y así lo sabrás.
—Yo solo no me atrevo. Mejor que lo lea el factor autorizado, que está con las facturaciones.
Alfonso salio a la calle. Hacía bastante frío, el reloj de la estación marcaba las 17:30. ¡Todavía funcionaba!
Alfonso pensó:
—Lo que no sé es cuánto tiempo más marcará la hora.
Su pensamiento se perdía en un mar de dudas. Solo parecía algo claro en todo aquello:
El viejo tranvía no podría celebrar nunca más su cumpleaños.
Escrito en Jaén, el 6 de julio de 2008.

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