Conceden la «Medalla al Mérito en el Trabajo» a un maestro

04-08-2009.
Antes, la gente creía que la profesión de maestro no era un trabajo, sino una manera de ir tirando; de vivir del aire, sin pegarle un palo al agua; y de labrarse un cómodo porvenir que te asegurara, para siempre, un futuro humilde, pero sin sobresaltos. Ha tenido que pasar el tiempo para que la gente reconozca la impagable labor de aquellos maestros.

Recuerdo que, cuando las vecinas preguntaban a mi madre:
—¿“Pa” qué estudia tu chiquillo?
Ella contestaba:
—“Pa” maestro escuela.
—¡Ea! Así no tendrá que trabajar.
Porque, para los que trabajaban “de verdad”, estar todo el día sentado en un sillón, enseñando a los niños la tabla de sumar, contándoles las andanzas del Cid Campeador y canturreando el Credo, era como pasar, mañana y tarde, tocándose lo que cualquiera puede imaginar.
Afortunadamente, las cosas han cambiado. Hace poco me enteré de que, en Orcera, le habían dedicado una calle a don Manuel Mora, mi primer maestro y padre de tres maestros: Toñín, que se pasó un verano enseñándome que el ángulo inscrito medía la mitad del arco que abarcan sus lados; Tere, un encanto de muchacha que nos daba clase de Latín; y Paqui (creo que así se llamaba la pequeña), que estudiaba con nosotros. Era el año 1959 y Federico Martín Bahamontes ganaba, por primera vez, la Vuelta a Francia.
En aquel tiempo, a los maestros nunca les concedían la “Medalla al Mérito en el Trabajo”. Se la daban a los jefazos de los sindicatos y a los empresarios, sobre todo. Es como si, ahora, se la concedieran a don Cándido Méndez y a don Emilio Botín, tan trabajadores ambos.
Saco esto a colación, porque me acabo de enterar de que el pasado viernes, de las treinta y cuatro medallas concedidas (ahora todo lo hacemos a lo grande), una le ha correspondido a don Rogelio Sánchez Ruiz, un maestro nacido en La Puerta de Segura. O sea, paisano mío. (Al parecer, Concha Velasco se ha quedado con las ganas; pero le han dicho que no se preocupe, que del año que viene no pasa).
Que repiquen las campanas desde Siles a Villanueva del Arzobispo. Ya era hora. Si Larra decía que «escribir en Madrid es llorar» (conviene citar a Larra cuando se quiere quedar bien), no te digo lo que debía ser enseñar en La Puerta de Segura, hace casi un siglo.
Porque don Rogelio no está a punto de jubilarse, no. Nació en 1913; es decir, que ha esperado noventa y seis años para colgarse al cuello la medalla. De todas formas, hay que alegrarse de que un hombre que sufrió los tristes años de la guerra y la posguerra civil española, haya sido compensado públicamente por tanto tiempo de dedicación a los demás.
Cuando su alma rompa las cadenas y vuele al cielo, se posará en el pico más alto de El Yelmo para, desde allí, escuchar el rumor del arroyo ligero y misterioso; respirar el perfume agreste del romero y la albahaca; y contemplar, por última vez, el espectáculo maravilloso de la sierra, los añosos olivos y el patio de su escuela.
San Pol de Mar, 2 de agosto de 2009.

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