Me siento joven, con ganas, bien, afortunado y feliz

30-06-2009.
Me siento joven, pero me voy a jubilar. Así que el diez de septiembre me daré una vuelta por el cole para animar a mis compañeros en esa fecha histórica.
Me siento con ganas, pero tengo que dejar la escuela. Me adelantan dinero por irme y eso es muy tentador…

Me siento bien, por el trabajo hecho. Me pagan 1 200 euros por hacer lo que vengo haciendo habitualmente con el nombre de “mejorar la calidad”. ¡Qué inocentes son!
Me siento afortunado, porque me he ganado la vida con el jobi que más me gusta: ser maestro de escuela.
Me siento feliz, en fin, porque aprendí mucho con vosotros, compañeros y compañeras de horarios imperfectos.
Por siete colegios pasé. El primero me marcó para siempre. En el último, mi querido “Jorge Guillén”, aprendí a amar la escuela pública y democrática: primero, como maestro; en segundo lugar, como jefe de estudios durante veintisiete años.
Un tren cogí, con dieciocho años, en la estación de Linares-Baeza, que me llevó en un vagón de tercera a mi primera escuela en El Puerto de Santa María. Mi padre me pagó el último billete al futuro. No imagino a nadie con más ilusión que la mía aquel traqueteado día. Los mismos pupitres rugosos de mi infancia seguían en las aulas, con cuarenta y dos niños de uniformes azules, como uniforme era su pensamiento, fruto de la doctrina franquista.
La libreta y la enciclopedia, a la que llamábamos Compendio, era sustituida por los primeros libros a color de “unidades didácticas”. Eran los tiempos de la revolución en la escritura: del “tintorreo” de la pluma se pasó a la tinta endurecida del boli, mientras el lápiz observaba con recelos la innovadora competencia.
Cuarenta años de magisterio: Úbeda, Puerto de Santa M.ª, Écija, Linares, Cádiz y Málaga. Casi nada.
El paisaje escolar ha cambiado: la madera rugosa se ha convertido en funcionales mesas, en las que el lápiz, el tintero y el boli dejaron paso al ordenador.
Creo que es el momento de irme. Tengo los pilares de mi cuerpo apuntalados con plantillas ortopédicas, y una grieta en la terraza. ¿Para qué esperar a que la artrosis y las jodidas aneurismas Dilatación anormal de un sector del sistema vascular. consigan convertirme en el maestro viejo que nunca quise ser?
Me voy, porque los ordenadores, el plurilingüismo y la mejora ficticia de la calidad me ponen nervioso. Sé que son las herramientas del futuro; pero mi futuro se quedó en el presente, pleno de satisfacciones y, también, de algunas discordancias.
Sin embargo, ahora que sé enseñar a aprender sin calificaciones, organizar y orientar el trabajo en equipo, enseñar a trabajar solidariamente, hacer pinitos didácticos con el ordenador… me voy.
Ni el recién llegado ascensor, después de veinte años con deficientes motóricos (ahora ninguno), ni el laberinto de puertas nuevas para una hipotética y rocambolesca evacuación, ni las alumínicas ventanas con vistas a la invasión urbanística en el entorno vegetal que nos rodeaba, ni la calefacción en las aulas o el aire acondicionado en la sala de profesores, cambiarán mi decisión.
Intenté tener el carisma de un líder, las habilidades de un psicólogo, la gracia de un payaso, el ingenio de un director de teatro, la ternura de un puericultor, la paciencia de un maestro budista y la autoridad de un capitán del ejército.
Ahora, me espera otro tren: probablemente el avión, o el barco, o el helicóptero, o el AVE, o el autocar, que me llevará junto a mi Reme a viajes de otoño, cuando los precios bajan y el IMSERSO se adueña de los hoteles. Pero el primero será un crucero por las islas griegas del Egeo, que nos lo merecemos, ¡qué leche! ¡Ay, Reme! El tiempo que no te dediqué, ahora me sobrará para ti, sólo para ti… Pero, ¿qué digo? ¿Y nuestro nieto?
Aprenderé a planchar, a cocinar; que hacer café, limpiar el polvo y fregar ya sé… para que tengas tiempo de pintar y escribir poemas de amor a tus hijos, a tus nietos, a mí…, ¡y a las amapolas que explotan en primavera!
Hablando de amapolas… ¿Habéis visto las del campo de Puerto Lápice? Miguel Ángel Santos me contó que hay una calle, en esta ciudad manchega, dedicada a todos los maestros y a todas las maestras. Los que hoy son. Los que han sido. Los que serán. Se llama CALLE DE TODOS LOS MAESTROS.
Nosotros somos los únicos que podemos salvar a la humanidad. Un ejército pacífico, abnegado y silencioso en el que he tenido el honor de militar. Sin embargo, desde hoy…
La tiza pasará a mejor vida.
El olor a lapiceros y gomas imperecederas se esfumará.
Los juegos dramáticos no volverán.
«Maestro: este niño me ha pegado…», sólo será un sueño.
«Maestro: no hay balón…», las quejas al director.
«Necesito que me ayuden a comprender este problema»: ¿Qué compañero lo hará?
«¿Profe: puedo hacer pipí…?», ya nunca volveré a dudar en darle permiso.
Y aún me siento joven, con ganas, afortunado y feliz por mi compromiso con la escuela pública de calidad en la que sigo creyendo, a pesar de sus carencias.
Amigos, compañeras… se cierra el telón de una obra en muchos actos, que a mí me ha parecido demasiado corta. Eso sí: me queda la sensación de haber hecho, durante todo este tiempo, un auténtico ejercicio de inmortalidad.
Mañana será otro día; pero, desde luego, no será un día más. Un abrazo.
 

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