Pregón de Semana Santa. Orcera, 2009

24-04-2009.
Amigas, amigos, BUENAS TARDES.
Vivió en el siglo I de nuestra era un famoso historiador romano llamado Flavio Josefo, que documentó las guerras judías y dejó escrito lo siguiente:

En esta época vivió Jesús, un hombre excepcional porque hacía cosas prodigiosas. Se ganó a muchos de entre los judíos y también de entre los paganos. Cuando Pilatos lo condenó a la cruz, los que le habían entregado su afecto desde el comienzo no dejaron de amarle, porque se les apareció al tercer día, vivo de nuevo, como los profetas lo habían anunciado. En nuestros días, no se ha agotado todavía la raza de los que, a partir de él, se llaman cristianos.
Sra. Presidenta de la Unión Local de cofradías, Sr. Cura Párroco, Sr. Alcalde, autoridades, cofrades, familiares y amigos todos:
Esta es la razón fundamental, la primera razón por la que yo me encuentro aquí esta tarde para abrir con vosotros el pórtico de nuestra Semana Santa. Aún se mece en el viento el eco de preciosos villancicos y se mantiene en nuestras pupilas el alumbrado multicolor de calles y plazas anunciando la Navidad, la fecha en que se hace realidad la idea original, genial, de nuestro Dios: despojarse de su rango divino y hacerse hombre como uno de nosotros y nacer en un portal humilde para que nunca sintamos la tentación de encontrarnos solos y abandonados. Pues bien, este Jesús que llena brillantemente la historia de la humanidad cristiana, no sólo se ganó a judíos y paganos: ha conquistado mi corazón, también el vuestro, y es el líder que nos reúne para que demos testimonio de su vida y de su obra.
Por tanto, como digo antes, la primera razón por la que he aceptado estar con vosotros y ser vuestro pregonero es porque pertenezco a esa raza: es porque soy cristiano.
Quiero agradecer, desde aquí, la ocasión que me habéis brindado de profundizar en mis sentimientos, en mis recuerdos y en el crisol de mi fe y revivir escenas de mi infancia y de mi primera juventud, pintadas en el paisaje y en los caminos de este pueblo al que quiero con toda mi alma, porque ha sido generoso conmigo y porque tiene un rincón precioso que llevo grabado en la piel con letras de plata:
Seguro que muchos y muchas sabéis a qué rincón me refiero. Os lo cuento con estos sencillos versos.
Entre pinos, olivos y romero,
diviso la blancura de tus casas
y en ellas se esconden mis recuerdos más bellos,
grabados con el fuego de la infancia.
Busco las huellas de mis pasos,
borradas por el surco del arado,
hendidas en el polvo de un camino
que, a veces, resultó difícil y empinado.
Sabes que te quiero, que te adoro,
y siempre que puedo vengo a verte,
porque guardas para mí tu gran tesoro:
el calor de tu sol y el cariño de mi gente.
Siempre te nombro con orgullo.
Siempre cortijero me sentí,
porque el primer aliento, el primer beso,
me los diste tú, Valdemarín.
Es para mí un honor poder compartir estos momentos con quienes os esforzáis día a día por llevar con honra y con esfuerzo el testigo de un pueblo, el legado de una comunidad viva que cada mañana despierta con la ilusión de mejorar.
Enhorabuena a todos y cada uno por la parte que le corresponde en el mantenimiento y expansión de esta familia orcereña que vive y convive en clave de apertura.
Aunque os visito menos de lo que quisiera, Orcera, sus gentes y su historia ocupan un lugar preferente en mi vida. Mi familia, mis amigos, vuestra acogida sincera y cordial hace que mi corazón y mi mirada se orienten hacia este lugar privilegiado que siempre recuerdo con cariño.
¿Qué pides para ser feliz?
No necesitas ya nada.
Vives en nuestro regazo,
ya tienes lo que buscabas.
Dios te adornó de pequeña
con las alhajas más bellas:
el río que baña tus ojos,
el murmullo de tu sierra,
el perfume del romero,
del tomillo y la azucena.
Te protegió de los vientos
en el seno de una piedra,
y puso el agua en tus fuentes
para lavar tu pureza.
Sembró tus calles y esquinas
de gente sencilla y buena
que trabaja con tesón
para que aquí no haya pena.
Para que yo esté contento,
para que todos te quieran,
para que nadie esté solo,
venga de donde venga.
No pidas más, ya eres rica.
Te quise y te quiero, Orcera.
Al finalizar el acto, podéis coger una postal donde encontraréis estos dos poemas dedicados a Orcera y a Valdemarín, como recuerdo de este pregón de Semana Santa 2009.
Un año más la Semana Santa orcereña avanza, salvando los obstáculos que aparecen, para conseguir la meta que se ha marcado. Los pueblos tienen objetivos comunes que no se han escrito en ningún documento. Y esos objetivos no responden a consignas políticas ni a modas ocasionales, sino que son fruto de convicciones y sentimientos que viven bajo la piel de la gente y afloran cuando nos paramos y escudriñamos los rincones más profundos. Yo os invito a que hagamos un alto en el camino para analizar si nuestro esfuerzo va bien dirigido; si, como cristianos, caminamos en la dirección correcta. Ahora nos llegan unos días para profundizar en el sentido trascendente de nuestra vida; para reflexionar sobre el qué y el para qué de nuestras cosas. Al finalizar la Semana Santa, cada uno haremos examen de conciencia y valoraremos el nivel de satisfacción que hemos conseguido.
La verdad es que no es fácil vivir y actuar en clave cristiana, y más en estos tiempos donde impera lo material sobre lo trascendente, donde la felicidad se orienta hacia la diversión y el consumismo y donde a la Semana Santa le vamos recortando su sentido religioso y la vamos convirtiendo en una fiesta social en la que no encontramos tiempo ni espacio para reflexionar sobre el memorial que se vive en nuestras calles y en nuestros templos. Y es que vivimos en una sociedad plural donde hasta en los autobuses de determinadas ciudades se manifiesta que todos no miramos al futuro con los mismos ojos. Unos encontramos a Dios al final del camino y otros no necesitan nada de él para ser felices.
Me presento ante vosotros esta tarde, adornado con mis limitaciones y carencias. No soy hombre curtido en el arte del micrófono; no acostumbro a pronunciar discursos, charlas o conferencias dedicadas a grupos numerosos de personas; mi palabra siempre fue dirigida a los niños y en este campo, naturalmente, me encuentro más cómodo.
Pues bien, aunque no me siento ni poeta ni escritor, comparezco con la ilusión de compartir este rato de reflexión y adquirir el compromiso de acompañar juntos al Hijo de Dios, a nuestro Jesús de Nazaret en los últimos días de su vida. No podemos dejarlo olvidado en la Jerusalén de hace dos mil años y centrar nuestra vista y nuestro pensamiento solamente en imágenes y representaciones que recuerdan de forma pasiva aquel triste momento que vivió la humanidad. Jesús se hace presente. Y nosotros, como peregrinos de este mundo, nos pondremos a su lado y con Él subiremos al Calvario y a la Gloria.
DOMINGO DE RAMOS
Quizás sea el recuerdo mejor grabado en mi memoria de nuestra Semana Santa. Me lleva a los años de mi infancia. Era una costumbre campesina hincar los ramos de olivo, una vez que habían sido bendecidos, en los campos de cultivo para que el Señor nos trajera una buena cosecha. Todavía veo aquel niño, acompañado de mi padre, recorrer las olivas buscando los tallos más rectos, más bonitos para ofrecerlos al Señor y pasearlos en la procesión de la Borriquilla. Con mi manojo de ramos, emprendía la peregrinación, acompañado de otros amigos, hacia Orcera. Una gozada contemplar el campo, vestido de primavera con mil colores y mil perfumes, que irradiaba alegría y vitalidad, compartida con mariposas y pajarillos que encontrábamos en el camino. Ahora pienso que algo parecido hizo Jesús en la mañana del domingo para subir desde Betania a Jerusalén.
Bendición de los Ramos, Santa Misa, procesión, algarabía y fiesta, como hicieron los niños hebreos al divisar a Jesús montado en una borriquilla que le habían conseguido los apóstoles. Que nadie falte a la fiesta.
Cofrades de la procesión de LA ENTRADA DE JESÚS EN JERUSALÉN, que engalanáis las calles de Orcera el domingo de Ramos, quiero rendir un sincero homenaje a nuestro amigo Santiago González Santoro en quien, entre las muchas cosas de su pueblo que llenaban su corazón, ocupaba un lugar preferente la procesión de la Borriquilla. [Gracias Santiago por todo lo que hiciste.] Vosotros (decía) tenéis mucho que sugerirnos con esta imagen de Dios hecho hombre. Estáis reviviendo en nosotros aquel momento glorioso en que Dios sabe fundir su divinidad como señor del universo con su debilidad y su pobreza humana. Aclamado como rey, como el hijo de David, aparece despojado de toda riqueza y ostentación y pasea su gloria a lomos de una borriquilla.
Jesús lleva la paz como bandera. En lugar de soldados, son niños los que lo escoltan y lo aclaman; en lugar de príncipes, hay pescadores que lo siguen; no hay espadas, sino ramos de olivo mecidos por el viento; no se oyen marchas triunfales, sino cantos populares; a sus pies no hay vencidos, sino mantos que cubren el camino. Estamos ante el triunfo de la sencillez, de la alegría y del amor sobre las grandezas, tristezas y odios humanos.
A lomos de una mansa borriquilla,
el pueblo reconoce tu grandeza
y, entre palmas, gritos y alegría,
te proclaman el rey de cielo y tierra.
Los niños, del olivo hacen banderas,
los mayores alfombran la calzada
y todos caminan a tu vera,
vistiendo de colores la mañana.
La borrica camina mansamente;
quizás con la alegría no siente el peso.
Quisiera yo besar su humilde frente
y decirle en la oreja, con tono confidente:
«¡Cuánto daría yo por hacer eso!».
Señor, acuérdate de nosotros que, en muchos momentos, te alabamos, te ensalzamos, te hacemos palmas, te rezamos y te adoramos como nuestro Dios; pero que con mucha frecuencia te olvidamos, te colocamos en una estampa, en una imagen, te pedimos mucho, te exigimos, pero no te encontramos en nuestra vida y en nuestras obras.
Y hoy, ¿quiénes son profetas de la paz y de la justicia?
¿Quizás el Papa en uno de sus viajes anunciando la paz, el amor y la vida? ¿O nuestro querido párroco don Francisco López Navarrete, un hombre bueno, precisamente de Villanueva del Arzobispo, mártir por ser un cura de pueblo, por estar apuntado en la lista de los amigos de Jesús? ¿O los misioneros que se desviven por la promoción y el desarrollo de los más desfavorecidos? ¿O tal vez en los miembros de Cáritas o de una organización no gubernamental que dedican su tiempo, para trabajar en cuerpo y alma en beneficio de los más necesitados? ¿Y nosotros? ¿Somos profetas de paz y de justicia en el mundo de hoy?
Ahí lo dejamos. Somos limitados; pero seguro que podemos hacer más.
TIEMPO DE ESPERA
Poco se habla del tiempo trascurrido desde el domingo hasta el trascendental día del Jueves Santo. Son unas fechas que Jesús vive a caballo entre Jerusalén, donde pasa los días, y sus alrededores, donde regresa para descansar. Son interesantes, porque podemos contemplar cómo los enemigos van cerrando el círculo para detenerle, mientras Él va dando a los suyos los últimos consejos.
Así, el lunes, al maldecir la higuera frondosa porque no tiene fruto, nos invita a trabajar, a no ser holgazanes, a ser cristianos activos y útiles para los demás. También cuenta a los suyos la parábola de la boda, donde se enfada porque sus amigos más cercanos no acuden al banquete, presentando diversas excusas. Se acordaba de ti y de mí que muchas veces damos más importancia a nuestras cosas que a las cosas de Dios.
El Martes Santo nos invita a ser generosos y solidarios como aquella pobre viuda que se desprende del poquito dinero que tiene para darlo a los demás. Les habla de su venida gloriosa al final de los tiempos, cuando todos seremos juzgados y premiados o castigados según le hayamos respondido cuando, siendo pobre, se acercó a nosotros.
Orcera oye la llamada de Jesús y se moviliza la noche del Martes Santo. Protagonistas de la velada son el Cristo de la Fraternidad y los jóvenes orcereños, portadores de ilusiones y esperanzas. Son ellas y ellos quienes suben a Jesús sobre sus hombros y lo pasean por las calles empinadas del pueblo. Hoy es el casco antiguo, lleno de gente sencilla y buena, el que recibe a Jesús para recordar aquellos momentos tristes y difíciles de su trágica muerte. Buen momento para darles las gracias a los vecinos que engalanan esquinas y rincones para recibir a ese Cristo que, con sus brazos abiertos, quisiera abrazarlos a todos y apretarlos contra su agotado corazón. Es el Cristo de la Fraternidad, bonito nombre que recuerda la esencia de nuestra fe. Jesús acepta la misión que le encomienda el Padre y así nos eleva a la categoría de hijos adoptivos de Dios; desde entonces, todos somos hermanos. Ojalá que así nos sintamos todos esa noche de Martes Santo, cuando escuchemos, de los labios de nuestros jóvenes, las estaciones del Vía Crucis. Jóvenes iluminados por la luz de esa luna curiosa, que se asoma entre los pinos, y reunidos al calor de la hoguera que los vecinos con cariño e ilusión han preparado. Para ellos, nuestro aplauso sincero.
Amanece el Miércoles Santo, ese día en que, con toda seguridad, Judas concierta, con los príncipes de los sacerdotes y con toda la chusma que lo perseguía, los detalles de la detención y de la entrega. ¿Dónde estaría la Virgen? ¿Qué haría en estos momentos difíciles cuando todo olía a torturas y muerte? Seguro que estaría rezando, como hacía cuando vivía tranquila en su casita de Nazaret. Aún sentía la esperanza de que su hijo pudiera superar los problemas y dificultades de aquellos momentos. Nosotros no queremos que la Virgen rece sola. Queremos acompañarla. Por eso dejamos nuestras ocupaciones y nos ponemos todos alrededor de nuestra Virgen de la Esperanza. Mientras la paseamos por nuestras calles, clavamos nuestros ojos en los suyos y le decimos: «Madre nuestra, que nunca falte la ilusión y la esperanza a nuestro pueblo, que siempre estemos cerca de ti, que todos los días nos acompañes y nos lleves al encuentro con Jesús». Y así, entre silencios, cantos y Ave Marías, agradecemos a la Virgen que un día dijera SÍ y se convirtiera en la Madre del Hijo de Dios y, más tarde, en nuestra madre.
JUEVES SANTO
Día crucial en la vida de Jesús y en la historia de la salvación. Los apóstoles se afanan para preparar la Cena del Señor, según los ritos judíos. Jesús manifiesta su deseo de sentarse a la mesa con los suyos antes de celebrar la Pascua. Sabía que era la última.
Son momentos de máxima tensión, por todo cuanto va sucediendo:
Se ciñe la toalla y les lava los pies para que también ellos sean servidores de los demás.
Predice su entrega a los judíos por uno de los presentes y la negación de Pedro. Resume toda su obra y todos sus deseos en el mandamiento nuevo del amor.
Instituye la Eucaristía cuando bendice el Pan y el Vino y los convierte en su Cuerpo y en su Sangre, que se entregaron y se siguen entregando por nosotros. ¡Qué gesto de Amor! ¡Qué idea tan genial para no abandonarnos y quedarse para siempre! A este pregonero sólo se le ocurre gritar a los cuatro vientos «¡Gracias, Jesús, por tu regalo!».
Los oficios del Jueves Santo son una buena ocasión para reunirnos todos en torno a Jesús y recordar aquellos momentos únicos en nuestra historia de fe. Día del Amor Fraterno, Jesús te espera, me espera en el templo para celebrar juntos la Cena del Señor. Después, en la tranquilidad de la noche, nos encontraremos con Él y le acompañaremos y le rezaremos sosegadamente en la Hora Santa, junto al Monumento.
GETSEMANÍ
Aquí se acaba la ilusión y empieza el suplicio. Jesús cruza el torrente de Cedrón y se encamina hacia Getsemaní, hacia el Huerto de los Olivos. Es frecuente ver en los desfiles procesionales de muchos pueblos la cofradía y el paso de “LA ORACIÓN EN EL HUERTO”. A mí, sencillamente, el momento me impresiona.
La hora más amarga se aproxima;
los enemigos ultiman tu condena.
Mientras, tú caminas hacia el Huerto,
temiendo que la chusma te detenga.
De rodillas, clavas los ojos en el Cielo,
buscando el consuelo de tu Padre,
pero Él, a tu llamada no responde.
Quizás llegó la hora de que todo acabe.
También tus amigos se han dormido,
te dejan solo en el lecho del dolor;
tú los perdonas, como siempre,
y sigues levantando al Cielo tu oración.
Un frío sudor invade tu alma.
Es tal el sufrimiento que padeces,
que no puedes mantener tu cuerpo erguido
y la sangre brota de tu humilde frente.
Padre, hoy te pido, si es posible,
que me libres de beber el cáliz del tormento,
pero que tu voluntad se cumpla siempre.
Tú eres el rey, el Señor del universo.
Veo que el enemigo ya se acerca;
mis amigos en la sombra de la noche duermen;
Judas, el traidor, con un beso me entrega.
Oigo gritos y el canto de la muerte.
EL JUICIO DE JESÚS
Jesús, apresado como un maleante, empieza la que fue, sin duda, la noche más larga y más amarga de su vida. Abandonado por los suyos, camina entre burlas y empujones de unos desalmados que lo conducen a la casa del sumo sacerdote. Anás y Caifás le hacen el juicio que antes habían preparado con todo lujo de detalles. Jesús responde con el silencio a sus preguntas, porque sabe que todo es inútil, que su suerte está echada y que al final será declarado culpable, diga lo que diga. Sin embargo, cuando le preguntan por su condición divina, no puede callarse y responde a Caifás que, efectivamente, Él es el Mesías, el Hijo de Dios. «¡Ha blasfemado!», dijo Caifás, rasgándose las vestiduras. «¿Qué decidís vosotros?». «¡Pena de muerte!», gritaron los miembros del sanedrín. Como los judíos no tenían poder para ejecutar la sentencia de muerte, esperan que venga el nuevo día para presentar sus alegaciones al gobernador romano y exigirle que la autorice. Mientras, los guardias del sanedrín, la más alta autoridad judía, civil y religiosa, que lo habían apresado, pasaron el resto de la noche burlándose de Él. Le daban bofetadas, le tapaban los ojos y le preguntaban: «Adivina, profeta, ¿quién te ha pegado?».
¡Cuánto bochorno, cuánta vergüenza, cuánto dolor hubo de aguantar Jesús en esta noche!
Amanece. ¡Pobre Jesús! De mano en mano, como si fuera una falsa moneda. Después de pasar por Herodes, ahora toca comparecer ante el procurador romano, Poncio Pilatos. Este personaje insensible y cobarde se siente apresado, acorralado por los gritos de las turbas y por las declaraciones de falsos testigos que acusan a Jesús de ser un revolucionario y de haberse proclamado rey. Son cargos preparados para meter el miedo en el cuerpo a este jefe militar que mira a Roma y teme la ira del emperador Tiberio. Al final, Jesús es condenado a morir en la cruz.
Hoy también, millones de desheredados como Jesús son detenidos, juzgados, arrestados, torturados y condenados por la fuerza de los poderosos. Se siguen dictando muchas sentencias condenatorias contra los hijos de Dios porque resultan molestos al reivindicar la libertad y la justicia.
¿Y nosotros, a quién condenamos?
Sabéis que junto con un buen número de cristianas y cristianos de Villanueva del Arzobispo, mi pueblo de adopción, trabajo en Cáritas Parroquial. Y quiero tener un recuerdo especial para las personas que llaman a la puerta en busca de algo para seguir viviendo. Son juzgados y condenados por nuestra sociedad opulenta y despilfarradora por el mero hecho de ser inmigrantes, por ser negros, o búlgaros, o rumanos… porque nos estorban. Los vemos como trabajadores que pueden sacarnos de un apuro, de los que incluso podemos aprovecharnos, y no como personas de carne y hueso, hermanos, que no tienen trabajo ni casa; que carecen de intimidad, de familia, de comprensión y de cariño. Y nosotros, que enseñamos el carné como seguidores de Cristo, nos conformamos con decir, en el mejor de los casos: «¡Qué pena, no hay derecho, alguien tendría que ayudarles!».
Los amigos de Jesús se fueron por si se veían involucrados en el proceso y tenían problemas con el poder establecido. ¿Hacemos nosotros lo mismo? ¿Damos la cara defendiendo la justicia y la dignidad de nuestros hermanos?
Queridos cofrades del Cristo de la Caña y del Perdón. Encarnáis otro de mis bellos recuerdos semanasanteros. ¿Qué niño no ha soñado con vestirse de romano para lucir esas limpias corazas, esos cascos, esas lanzas que brillan en el sol de la tarde de cada Jueves Santo? (Mi recuerdo para ese símbolo de los romanos en mis años jóvenes. Me refiero a Manuel “El Chapas” que en paz descanse). Con vuestro orden, vuestra serenidad y buen hacer levantáis el ánimo y el corazón de los orcereños, cuando asistimos a vuestros desfiles. Invitarnos a poner nuestros ojos en los ojos de ese Cristo del Perdón, que hoy sigue sufriendo porque en nuestra sociedad hay muchos hermanos que padecen condenas injustas. Vamos a pedirle que todos nos sintamos hermanos. Hermanos y miembros de una gran familia donde no haya marginaciones, donde todos tengamos cabida y donde no queden oxidadas palabras tan necesarias como perdón, solidaridad, aceptación o agradecimiento.
Terminamos esta etapa del camino doloroso recordando las palabras de Jesús en el evangelio de San Mateo: «No juzguéis para que Dios no os juzgue, porque del mismo modo que juzguéis a los demás, os juzgará Dios a vosotros y os medirá con la misma medida con que vosotros midáis a los demás» (Mt. 7,1-2).
CAMINO DEL CALVARIO
Pilatos ya tiene limpias las manos pero no la conciencia. Los jefes de los sacerdotes, los fariseos, los ancianos, toda la chusma ya han conseguido lo que querían; la sentencia de muerte ha sido dictada y todos se preparan para disfrutar en las últimas escenas de su terrible espectáculo.
Jesús abraza la cruz.
Hacia el Calvario subes lentamente,
vas doblado por el peso del destino,
llevas corona de espinas en tu frente
y destrozan tus pies las piedras del camino.
Entre el llanto y el jolgorio de la gente,
los soldados abren paso con su espada,
una buena mujer se compadece
y se acerca para limpiar tu cara.
En tus hombros se mece el universo,
que se encuentra colgado del madero,
tus fuerzas por momentos se te agotan
y se clavan tus huesos en el suelo.
Los soldados se enfadan y te gritan,
entre insultos te escupen y te pegan,
temen que tus fuerzas no resistan
y no pueda consumarse tu condena.
Te acompaño, mi Jesús Nazareno,
cuando el jueves recorres nuestras calles,
empujado por manos de cofrades,
que te brindan su cariño y su consuelo.
Déjame contemplar tu cara,
y limpiar tus lágrimas de sangre,
perderme para siempre en tu mirada
y encontrarte en el regazo de la madre.
La tarde poco a poco va cayendo,
caminas pegado a la madera;
seguro que, bajito, vas diciendo:
«Gracias por quererme tanto, Orcera».
Interminable debía hacerse el camino. Jesús, agotado por su debilidad, no puede más y los soldados tienen que echar mano de un labriego que volvía del campo. Por las circunstancias que se dan en su persona parece que no era judío, pero sí bastante conocido por la muchedumbre, pues se nos dice que era padre de Alejandro y Rufo. Simón era su nombre. La salvación es una difícil y penosa tarea que hasta el mismo Dios necesita ayuda para culminar su proyecto.
Cirineos, necesita el mundo, que hagan menos pesada la cruz de los demás.
Cirineos, necesita también nuestro pueblo, que sean capaces de tender la mano y arrimar el hombro allí donde un hermano, una hermana necesitada espere consuelo, compañía, ayuda. Puedes ser tú, puedo ser yo quien alivie su soledad, su dolor o su tristeza.
Os invito a que en la mañana del Viernes Santo, al cobijo del Álamo Gordo, cuando el Nazareno, con la ayuda del Ángel, pueda abrazar a su Madre, la Virgen de los Dolores, os invito, digo, a que todos levantemos la mirada y le digamos: «Señor, yo también quiero ser cirineo; yo también quiero ayudarte; yo hoy me comprometo a dedicar algo de mi tiempo, de mis cualidades y de mis bienes para hacer felices a los demás».
Bonito, ¿verdad? Sería un buen recuerdo de nuestra Semana Santa 2009.
CRUCIFIXIÓN Y MUERTE
¿Seríamos capaces de situarnos en el Calvario y presenciar la escena? Debería ser algo impresionante, difícil de aguantar por una persona normal, donde no tengan cabida los prejuicios, la envidia, ni el odio. Jesús muere de la forma más injusta, sufriendo el castigo más cruel y degradante de todos. Hasta el punto de que era una pena capital prohibida para cualquier ciudadano romano. San Pablo murió decapitado precisamente por ostentar dicha ciudadanía.
Mirando al Cristo de la Expiración, una palabra de recuerdo para quienes hoy también, en esta sociedad del avance y del progreso, siguen muriendo porque alguien valora más sus intereses que la vida. Niños a quien se les priva impunemente de nacer porque no se penaliza el aborto y nos proclamamos dueños de nuestro cuerpo y de su vida. Personas y niños que mueren (16 000 cada día) de hambre, o víctimas de la enfermedad, o del frío, o del odio, o de la guerra. Alguien tiene que decir «¡Basta ya!», porque Jesús también muere por ellos.
Señor, después de acompañarte por la Vía Dolorosa, me pongo al pie de la cruz, te pido perdón por las veces que yo tampoco te defiendo y quiero acompañarte mientras recuerdo, a la luz del evangelio, aquellos momentos de pasión.
El camino de amargura has terminado,
los soldados sortean tus vestiduras,
atraviesan tus manos viejos clavos
y sufres la peor de las torturas.
Gólgota, Calvario o Calavera,
¿qué más da?
Lo cierto es que sujeto a la madera,
levantas tu divinidad como bandera,
pidiendo amor, perdón, justicia y paz.
Al Padre elevas la mirada,
esperando que llegue su consuelo,
pero tu alma sigue abandonada,
sin que llegue respuesta desde el cielo.
La sangre escapa por la herida
y la sed reseca tu garganta.
Se corta lentamente el hilo de la vida
y mientras, la chusma grita, se divierte, canta.
«Si eres Dios, baja de la cruz», dicen los sabios,
«Si eres Dios, sálvame», grita el ladrón,
y la gente sólo escucha de tus labios
palabras de cariño y de perdón.
Consumatum est son las últimas palabras
que escapan de tu boca, sin aliento.
La muerte hoy se siente victoriosa
y una terrible oscuridad oculta el cielo.
Tus amigos te bajan con cuidado,
tienen permiso para darte sepultura.
Enterrado contigo queda mi pecado,
esperando que se cumpla la Escritura.
No puedo evitar pensar el alivio que la muerte debió suponer para Jesús: traiciones, golpes, insultos, desgarraduras, calambres, espasmos… Heridos el cuerpo y el alma, la mejor solución era la muerte.
Jesús muerto en la cruz. El mundo, Orcera está de luto porque ha muerto un hombre bueno, que además es nuestro Dios. También la Iglesia, la comunidad cristiana, está de luto y se reúne para rezar. Será en la hora de Los Oficios el Viernes Santo por la tarde. La Iglesia nos espera para escuchar el relato de la pasión, para adorar la Cruz y pedir por el mundo que queda huérfano. ¡Que no faltemos a la cita!
ORCERA CON JESÚS Y CON MARÍA
Queridos cofrades, que con tanto esmero y tanta dedicación estáis ultimando los desfiles procesionales de esta Semana Santa 2009. En la noche del Viernes Santo, nuestras calles se visten de luto y de silencio cuando ven pasar a Jesús y a María rodeados de sus amigos, los hermanos cofrades que con tanto mimo habéis preparado este momento. Túnicas, flores, luces… todo es poco para ponerlo a los pies de esa imagen, protagonista de un pueblo que vive y siente en sus carnes el misterio de la Pasión y Muerte del Redentor.
La brisa de la sierra llena la noche, la luna invita a mirar el Cielo y se hace un nudo en la garganta cuando se abre la puerta de la iglesia y aparece en la plaza la Borriquilla, el Nazareno, el Cristo del Perdón o la Esperanza. Todos caminan lentamente al ritmo que le marcan los tambores y de pronto el cortejo se detiene en la curva, todos miramos al Cielo, donde la voz de Ramón cuelga su saeta, torrente de voz y sentimiento para aliviar el dolor y el sufrimiento de la Virgen y de su hijo, el Señor del universo. Filas ordenadas, portando en sus manos la luz, que espanta las tinieblas de la noche, avanzan por la calle Wenceslao de la Cruz; accede el cortejo a la Bolea, donde muchos en silencio esperan y alguna lágrima humedece la mejilla de quien no puede contener la pena.
Un maravilloso espectáculo de luces y de sombras encandila mis ojos cuando observo el desfile por la avenida de Andalucía. Faroles y adornos en los tronos; trompetas que llenan la noche de sonido, invitando al recogimiento y a la oración; túnicas y capirotes que dan un toque multicolor al ambiente serio y misterioso de esta noche de dolor y luto que pasea al Señor muerto, encerrado en esa preciosa urna montada sobre el bello trono de madera, testigo del cariño y del esfuerzo de manos orcereñas que ofrecen lo mejor de su vida y de su arte a ese Dios que por nosotros lo da todo; manto de estrellas luce la luna que se asoma entre los pinos de una expectante sierra, de donde desciende la brisa vespertina que llena los corazones de la frescura de su aroma y de un perfume de mil flores que derrama la primavera vestida de niña.
Sufridos penitentes avanzan, archivando en su corazón emociones y sentimientos ocultos bajo la túnica y el capirote, signos de ayuno y penitencia que quieren apartarlos de las cosas del mundo y volar al cielo hacia donde miran los ojos de un San Juan desconsolado que busca a Jesús para reclinar de nuevo la cabeza sobre su pecho.
Al mencionar a San Juan recuerdo con cariño a mi tío Domingo Gallego (que en paz descanse) y a la gente de Valdemarín que fundaron la cofradía, cuando yo era pequeño. Agustín y después mis primos se han preocupado de que el apóstol siga indicándonos con su palma y con su dedo el camino del cielo. Gracias a vosotros y a todos los presidentes que han dedicado y dedican entusiasmo y tiempo a su cofradía para que todos sus miembros sean una familia unida y comprometida con su imagen y con una Semana Santa digna. Mi recuerdo y mi oración para quienes los llamó el señor y ya no están con nosotros.
Impresionante el rosario de luces y murmullos que suben por la cuesta de la Orujera. A mí me sugiere que algo así debió ser el camino recorrido por Jesús, finalizado en el Calvario. Es una pena que no vivamos esta experiencia, que no acompañemos el desfile por ese tramo y esperemos cómodamente que suba a la carretera para continuar la marcha.
La vuelta ya resulta pesada y muchos abandonamos antes de llegar a la iglesia. Dichosos los últimos que acompañan al Señor hasta su casa, aguantando el silencio y el cansancio. Ellos serán pronto los primeros el día de la gran fiesta.
Jesús ya descansa en el sepulcro, en la iglesia; sus cofrades lo han llevado como un día hiciera José de Arimatea, a su lugar de descanso. El templo se llena de silencio. Silencio es el lenguaje de Dios en la prueba de fe del creyente. Un silencio que revela la gravedad del acontecimiento. Algo grande ha sucedido y algo grande se está tramando en la historia de la humanidad.
¿Y la Virgen? ¿Dónde va ahora? ¿A quién se acerca? ¿Con quién comparte su pena?
Es verdad que la Virgen María, después de correr la piedra que cerraba el sepulcro, debió sentirse muy sola. Como toda madre, no entendía que ella tuviera que enterrar a su hijo.
Caen sobre ti las sombras de la noche,
a tu cuerpo y a tu alma invade el luto,
tu hijo duerme, encerrado en el sepulcro;
caminas sola, se oculta el horizonte,
hoy no tiene sentido el absoluto.
Piensas con dolor que tu hijo ha muerto,
víctima del odio y la mentira,
para enseñarnos a todos el sendero
que nos lleve donde está la nueva vida.
Rebosan tus ojos lágrimas de amor,
brota de tu interior la pena de tu llanto,
el mundo se cubre con tu negro manto,
porque ha llegado el tiempo del dolor:
ha muerto el Mesías, Jesús, el santo.
Viejos recuerdos afloran a tu mente.
¿Dónde están los pastores del pesebre?
¿Dónde los panes y los peces?
¿Los vítores y aclamaciones de la gente?
La Samaritana, el ciego del camino,
Marta, María, el agua de la fuente,
todos se han marchado.
Todos en la sombra del fracaso duermen.
No te sientas sola, madre mía;
nosotros te acompañamos en la espera.
Pronto llegará la luz de un nuevo día
que llene la tierra de alegría,
y de tu amor a los hijos de esta Orcera
que contigo esperamos el triunfo del Mesías.
SÁBADO SANTO, TIEMPO DE VIGILIA
En una historia normal, en una película de acción, aquí tendría que aparecer el final. Acaba la vida de un hombre bueno que hizo cosas extraordinarias y que al final fue condenado injustamente a morir colgado de un madero. Todos abandonan el lugar y su madre, como toda madre, llora amargamente su muerte. FIN.
Pero el protagonista de esta historia no es sólo un hombre: es el hijo de Dios que funde en su persona lo humano y lo divino. Había anunciado a sus seguidores y advertido a sus enemigos que Él vencería a la muerte, que resucitaría al tercer día. Así lo recuerdan los fariseos a Pilatos y le piden que mande soldados para que vigilen el sepulcro. Tienen miedo de que algo importante ocurra.
Es tiempo de descanso, de vigilia, de espera.
Cansados, y tristones también los cortijeros, volvíamos a casa. Para nosotros Emaús era Valdemarín. Hablábamos de nuestras cosas y recorríamos el camino, respirando el aire fresco de una noche clara, regalo de aquella recién estrenada primavera que ponía color en la tierra y en el árbol, mientras que por acequias, fuentes y arroyos corría el agua cantarina de la vida. Vigilaba nuestros pasos un cielo alegre, adornado con su manto azul, bordado de estrellas y luceros que allá en las alturas sentían envidia de una luna cercana, grande, con su capa blanca que pintaba el suelo de sombras y era testigo de risas y miradas.
El sábado siempre era triste. Recuerdo que mis padres me decían que el Señor estaba muerto y que no se podía cantar. Comentaba mi padre que ese día hasta los pájaros callaban y yo creía que era verdad. Observaba y me parecía que sí, que se habían contagiado de la tristeza.
Así esperábamos el domingo de Resurrección, que para nosotros, en aquellos tiempos no lo veíamos tan interesante. Hubo momentos en que parecía que lo verdaderamente importante de la Semana Santa terminaba el viernes. Se cerraban los evangelios antes de finalizar el último capítulo. Grave error, de ser así, porque nos privaríamos de saborear la alegría de la victoria, el triunfo del Salvador, que da sentido a nuestra fe y a nuestra vida.
El triunfo que vivimos y cantamos en la Vigilia de la Luz, la noche del sábado, es, sin duda, el momento más grande, más importante de nuestra fe, porque nace en nuestros corazones la luz de Cristo que vence definitivamente a las tinieblas de la muerte. Como los primeros cristianos, no hemos sido testigos de la Resurrección, pero sentimos en lo más profundo de nuestro ser la presencia de Jesús resucitado. Acudamos todos a celebrar la Pascua, a cantar el aleluya, a cantar juntos la alegría de la resurrección.
En la mañana del domingo nos reunimos para pasear a Jesús triunfante por las calles de nuestro pueblo, embriagado por el perfume de la primavera.
Alegre se despierta la mañana,
que griten los montes con euforia,
que repiquen con fuerza las campanas,
que se adornen balcones y ventanas
porque llega victorioso, el Señor de la gloria.
Al sepulcro llegaron las mujeres
y Pedro y Juan, según dice la Escritura.
sólo encuentran las vendas y el sudario,
vencido quedó el tormento del Calvario,
Jesús ya no está en la sepultura.
Corren a difundir la gran noticia,
que entre los tuyos levanta gran revuelo.
todos corren buscando tu presencia,
mientras tú con tu madre lo celebras,
y un ángel la anuncia desde el cielo.
Cristo ha resucitado para vencer la tristeza.
Deja en nuestro corazón
la semilla del amor,
para que nazca la flor
de la fe, de la certeza.
En el cielo, un sol brillante
ha desplazado a la luna,
para alumbrar el semblante
de este pueblo caminante,
con sabores de aceituna.
Llenas las calles de Orcera
de ilusiones, esperanzas,
latidos de corazones
de niños y de mayores,
que hoy se sienten portadores
de tu triunfo y tu constancia.
Siempre en nuestro corazón,
caminando a nuestra vera,
la Virgen va la primera,
la Virgen de la Asunción.
Eres, madre, nuestro Sol,
la más bonita de Orcera.
DESPEDIDA
Llega el momento de terminar. De verdad que me he sentido a gusto entre vosotros.
Al empezar os leía parte de un párrafo de ese escritor judío, del siglo primero que nos narraba cómo unos cincuenta años después de la muerte de Jesús había un grupo numeroso de seguidores de su doctrina, de su mensaje. Eran los primeros cristianos, de los que hablan también otros escritores de la época. Desde entonces, la semilla ha ido creciendo y, hoy, seguro que hay más de dos mil millones de cristianos en el mundo.
Nosotros somos parte de esa multitud que ha ido configurando su identidad a través de los siglos, apoyada siempre en la figura de Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien y que estuvo siempre al lado de los necesitados, a los que dio amor y cobijo, y que murió en una cruz a cambio de nuestra redención.
Somos sus seguidores, sus discípulos, los encargados de llevar a los demás su mensaje de amor. En el Bautismo recibimos la misión de ser constructores de su Reino. Hoy, la luz de su resurrección, la seguridad que nos da el sentirnos hijos de Dios, nos llama a unir nuestras fuerzas para llevar a cabo el último mandato que Jesús nos da en el monte de Galilea, camino ya del Cielo: «Id y haced discípulos en todas las naciones…».
Pongámonos en las manos de ese Jesús que nunca falla. «Mirad que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo». Fueron sus últimas palabras.
RECUERDO A MI FAMILIA
Permitidme, antes de finalizar que, ante vosotros, rinda un pequeño homenaje de agradecimiento y admiración a mi familia. No lo hice al principio porque no sé lo que me va a permitir mi sensibilidad emocional hablar de ella.
Os decía antes alguna de las razones por la que estoy hoy con vosotros. Pues bien, la principal, la más importante de que hoy sea vuestro pregonero es porque soy hijo de Porfiria y de Gregorio. Todos, o al menos la mayoría, los conocéis y no es necesario hacer aquí una semblanza extensa de su vida.
Yo tenía ilusión de que mi madre estuviera hoy aquí sentada entre vosotros. Dios ha querido llevársela antes, bendito sea. El pasado doce de enero se fue con Dios y con su marido, mi padre, a quien ha estado buscando durante los últimos dieciocho años de su vida.
De mi padre recuerdo su alegría, su buen humor y su espíritu siempre joven. Amigo de sus amigos, disfrutaba echando con ellos un rato de tertulia, bebiendo una cerveza.
Admiro el gran interés que tenía porque sus hijos y sus hijas se promocionaran y pudieran escalar un modo de vivir mejor que el suyo. Para ello trabajó siempre, no existiendo pared entre el día y la noche.
Mi madre fue una persona pendiente siempre de los demás. Mujer para todo, la recuerdo recorriendo los caminos de Valdemarín para poner inyecciones a las personas enfermas, para cortar el pelo a los niños y mayores, para cortar y coser ropa, para ayudar allí donde la necesitaban. Su casa siempre estuvo abierta y disfrutaba cuando la veía llena de personas, sobre todo de niños.
De ella mamamos, de ella aprendimos las primeras oraciones. Recuerdo escenas de aquellas noches en que nos juntábamos todos en su cama para rezar por mi padre, que se había ido a segar a La Mancha. Igual que mi padre, siempre buscó lo mejor para nosotros a costa de su esfuerzo y de su trabajo.
Hoy, los dos, junto a Jesús, viven el gozo de la resurrección.
Hice un soneto a cada uno de ellos. Perdonad que me alargue un poquito y lo lea, si soy capaz.
A PORFIRIA, NUESTRA MADRE
Veo tu huella en el polvo del camino
que recorriste buscando a los demás.
Llegaste a la meta y hoy te vas
donde el Padre puso tu destino.
Quiero cantar tus glorias y no atino,
porque es tal la riqueza que me das
que, aunque lo intento, no llego jamás
a expresar la grandeza de tu sino.
Tus hijos, resignados, hoy lloramos,
rotos por el hueco de tu ausencia
y unidos al Padre le rezamos,
y sentimos cercana tu vivencia.
En el mundo, huérfanos quedamos
recordando el placer de tu presencia.
A GREGORIO, NUESTRO PADRE
Fuiste amigo del sol y de la luna,
llevaste el trabajo por bandera,
dejaste tus sudores en la era
y el frío en los tajos de aceituna.
Marcaste tus sendas, una a una,
cuidaste con tesón la sementera,
esperando paciente que creciera
la planta del amor, tu gran fortuna.
Se llevó tus buenas intenciones
el ciclón que llegó de madrugada
y sepultó nuestros sueños e ilusiones.
Quedamos huérfanos, sin ti, sin nada.
Soñando esperan nuestros corazones
mientras llega la luz de la alborada.
Mi cariño para mis hermanas y mis hermanos de quienes he aprendido mucho, en quienes siempre encontré ayuda, cariño y comprensión, igual que en mis cuñadas y mis cuñados. Mis sobrinas y sobrinos, mis tías, mis primos, todos tienen reservado un rincón de privilegio en mi corazón y en mi vida.
Y ¡como no! Mi agradecimiento y mi amor para Toñi, la persona con quien he tenido la suerte de compartir los últimos cuarenta años de mi vida. Me cuida, me da seguridad y está siempre pendiente de mí. ¡Gran suerte la mía! Como sabéis, también tengo hija, hijo, yerno, nuera, dos nietos y una nieta y lo que viene de camino. Todos me han dado y me dan alegría e ilusión para vivir. Mi cariño y mi todo para ellos.
Y a vosotros, familiares, amigos y hermanos en la fe, mil gracias por haberme escuchado.
FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN PARA VOSOTROS Y PARA VUESTRAS FAMILIAS.
HASTA SIEMPRE.

Deja una respuesta