Hoy es Jueves Santo

12-04-2009.
En mi memoria, zapatos nuevos con algodones de relleno y suelas de cuero rayadas con un tejo roto. Olor a nuevo en la ropa, ramas de olivo bendecidas en los rincones de las casas, palmas en los balcones de los pudientes señoritos del pueblo, incienso, golondrinas…

Sin apenas tiempo de siesta, los oficios. Después, la procesión de “El Amarrao” por las empinadas y estrechas calles de Bedmar. Una docena de penitentes morados, con túnica y capirote, acompañan a un trono que se desliza sobre ruedas por el empedrado de las vías principales. Suena la música. El platillo y el bombo realzan el momento. Yo, con cinco años, vivo intensamente cada nota del clarinete que, sobre mi cabeza, se extiende cada vez que miro la cara feliz de mi padre, mientras me agarro al pico de su chaqueta para no perderme entre tantas piernas uniformadas. Hace cincuenta y cinco años de esta escena. Sigue el Jueves Santo, pero aquella procesión se ha transformado en muchas procesiones. Bedmar quedó en el recuerdo omnipresente.
Málaga es un hervidero de gente, legionarios, paracaidistas, regulares, “guiris”, penitentes, hombres de trono, borrachuelos, bandas de música, capillas, bomberos, parados que contemplan meditabundos el meneo de las milagrosas imágenes… El gasto de las cofradías para poner en la calle sus tesoros procesionales se dispara… El lunes, “El Cautivo” convocó a veinte mil personas, que lo siguieron como un río interminable de promesas. “La Esperanza”, esta noche: 600 penitentes y 260 hombres de trono sobre la alfombra de romero en que se convierte su itinerario en Málaga. ¡Explosión de color! ¡Y basura, mucha basura! Estos días son al fin de cuentas un negocio para mucha gente, que olvida la crisis por un rato, como dicen en Bolivia.
La Semana Santa se convierte por estas tierras del Sur en una fiesta barroca de connotaciones falleras. No para todos, desde luego. También los hay que la viven en la meditación, en la intimidad de un sagrario o trabajando por el cuarto mundo de pobreza, que nuestro sistema sigue generando como algo naturalmente intrínseco a él. «El hombre ha aprendido a crear riqueza, pero no sabe cómo repartirla», decía Gandhi. Sé que hay cofradías que hacen obras de caridad durante el año. Es justo reconocerlo; pero no nos engañemos: la mayoría de las procesiones son, principalmente, manifestaciones sociales y artísticas.
Yo, que ya no tengo cinco años, vivo estos días con los recuerdos de aquellas calles empedradas sin legionarios, ni exaltaciones de músculos, ni el irregular desorden del transporte urbano, ni la angustiosa búsqueda de un aparcamiento. Y, sobre todo, con la evocación de sonidos de clarinetes entre aromas de primavera que convertían en grandioso lo más insignificante, si mi padre estaba cerca de mí.

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